lunes, 30 de noviembre de 2009

Música vs Palabras

I could give up al my life for just one kiss.


Un año entero de recorrido por más de la cantidad de nombres, géneros y estilos de los que pueda recordar, viejos, muy viejos, actuales, conocidos, muy conocidos, desconocidos, etc., lo mejor que me pasó fue conocer Queen sin lugar a dudas. Que no se me mal interprete yo amaba a mi novia y le agradezco todos y cada uno de los momentos maravillosos que me dio, pero haberme hecho conocer Queen es algo que nos trasciende, a mi tanto como a ella. Y desde mi cada vez mas especifico mundo filosófico, me gustaría arriesgar unas líneas, sobre la posibilidad de la música de transcender tanto a las personas como a los sentimientos. Es decir, arriesgar sobre una posible exegesis de ese conjunto de sonidos llamado: música.

Vuelvo a Spinetta como punto de comparación. En Spinetta descubrí los sonidos, o mejor dicho, la variedad de los sonidos; para un inexperto es una experiencia única, uno no sabe si suena afinado o no, si el ritmo tiene ritmo, si es lógico, si tiene coherencia, tampoco se reconoce bien que instrumento acompaña a cual, o si hay estribillo, o si la voz y la música deberían ir en armonía, en fin, no se entiende nada, pero se tiene la sensación perfecta y trasparente de que ahí hay algo imperdible, placentero, reconfortante…algo que, como decía ella te hace levitar. Es como leer Nietzsche por primera vez, la prosa es magnifica, atrapante, penetrante, uno no sabe bien que le están diciendo pero siente la necesidad de seguir leyendo hasta al final, y al final la sensación es la de haber adquirido alguna gran verdad, aun cuando mas tarde aprendemos que la gran enseñanza de Nietzsche es justamente que no hay grandes verdades.

Un año atrás decía que “la música es transmisión: un constante fluir de sensaciones entre dos puntos distintos”. La transmisión es siempre sobre algo que ya esta ahí. La transmisión es el medio para conectar un punto con otro, pero ese transmitir si bien necesario no es suficiente. Hoy a través de Queen, me animaría a agregarle algo más. Ese algo más no es decir que la música puede Crear, y tampoco se trata de no decirlo porque sea un cliché. No hay que decirlo, porque dicho solo es incomprensible. La música puede transmitir, puede crear, pero más aun puede reflejar e interpretar. Y eso es lo que descubrí con Queen. Somos miles los que quisiéramos tener el don y la virtud del arte, de saber tocar, cantar o componer… es decir, de poder expresarnos a través de la sensibilidad de la música; de la conjunción perfecta de una nota, de un tono, de un acorde, una melodía y una voz. Siempre sentí que las palabras me quedaban cortas, que sin importar que entonación, que fuerza o cuantas veces lo dijera, las palabras “te amo” no podían reflejar el sentimiento que intentaban describir. Cuando escuche por tercera o cuarta vez “You take my breath away” supe que jamás iba a tener la posibilidad de encontrar una expresión tan perfecta para hacerle saber a mi novia que sentía por ella cuando le decía “te amo”. Esa canción me hizo descubrir que la música, mas que conectar dos puntos, puede hacer que se comprendan, puede reflejar el contenido de esa conexión, interpretarlo, decodificarlo. Es la posibilidad de salir de nosotros mismo, de mostrarnos a través de otro, de otra forma, de no vernos condenados a las palabras.

Para los que no podemos crear la música, esa posibilidad de trascender más allá de nuestros sentimientos y por ende de nuestras personas, a través de sus sonidos, más que un consuelo, es un privilegio; por el cual debemos agradecer todos los días, a Spinetta, a Queen, a quien nos de esa posibilidad...

sábado, 28 de noviembre de 2009

Lógicas Borgeanas



Lógicas Borgeanas

¿Cuáles serian las consecuencias de poner a funcionar una lógica según la cual “prever que algo circunstancial sucederá, es impedir que de hecho suceda”? Lo primero seria delimitar que es algo circunstancial.
Desear encontrarse a alguien y hacerlo ¿es circunstancial? Desear lo contrario y que también suceda suena más “circunstancia”, y en efecto estamos hablando tan sólo de deseos, no de efectivamente salir a buscar a alguien o no buscarlo. Por lo tanto “prever algo circunstancial” implica algo que no es deseado ni indeseado. Y si es tal, difícilmente pueda estar en nuestra mente. Con lo cual tendríamos que prever algo completamente in-imaginable. Suena difícil.
Vamos a la segunda parte de la máxima, “implica que efectivamente no sucederá”. Habiendo demostrado la imposibilidad de prever lo circunstancial entonces, ahora si tiene lógica que tal cosa no suceda, ya que nunca pudimos realmente preverla. No obstante podríamos darle otro uso a la idea. Supóngase que usted no quiere reencontrarse con su reciente ex “objeto de amor”. Con lo cual, haciendo caso de la máxima borgeana, usted se pasa día y noche obsesionado hasta el hartazgo previendo, imaginando, conjeturando ese encuentro circunstancial. Lo lógico, y también lo más sano, serian que justamente se impida el encuentro. Desgraciada, muy desgraciadamente todavía no podemos prever y evitar esos encuentros…pero, y aquí encuentro la maravillosa e inagotable genialidad borgiana: la máxima sigue siendo cierta, real y efectiva, prever que algo circunstancial sucederá es impedir que de hecho suceda, y la siguiente historia mostrara como eso es posible:

Los estados de ánimo más genuinos son los imprevistos, los que no tenemos el lujo de procesar. Son aquellos que en el momento más impensado nos atacan súbita y mortalmente. El signo mas claro de que estamos atravesando ese estado es la repentina inmovilidad de todo el cuerpo. Esa inmovilidad fue la que le hizo saber a Francisco que un monstruo crecería en su interior.
En las cuatro horas que transcurrieron entre las doce y las cuatro, y las dos millones de horas mas que pasaron de las cuatro hasta las seis, Francisco alterno una neutralidad imperturbable, con una alegría infinita, volviendo a la neutralidad propia de un ser sin vida, y luego a la mas insondable tristeza, hasta que se durmió.
La neutralidad inicial tenia su origen (pensaba Francisco) en un sencillo desinterés por lo que sucedía alrededor. Forzadamente se reía tratando de convencerse de la alegría que se suponía, reflejaba esa sonrisa. Así pasaba los minutos con displicencia y sin-sentidos. Ya casi al borde de las dos primeras horas sucedió lo único y perfecto que podía (que debía) suceder para recomponer la fragmentada red de coherencias que componía el universo franciscano.
Las miradas, si bien insinuantes, todavía eran casuales, aun sabiendo que allí no había miradas inocentes. Pero cuando ella clavo la mirada en él y le dijo con increíble seguridad “Yo te conozco”, Francisco se abrió a todas las posibilidades de la felicidad. La situación harto descabellada a la que conduciría ese sencillo “Yo te conozco”, minutos mas tardes, era tan irreal, que el mismo Francisco que participa en ella dudaba de sus sentidos.
La primera vez que la había visto, en ese mismo lugar, ella llevaba una mascara, más bien, un antifaz de matices azules y turquesas, que brillaban mucho a la luz de los reflectores, creando grandes círculos luminosos alrededor de sus ojos color verde. Había una continuidad visual en esa composición, turquesa, verde, azul, como si uno estuviese mirando los ojos de los ríos profundos de las montañas, cubiertos de musgos verdes en el fondo que brillan bajo el agua cristalina. Si el eco de la montaña encierra secretos, tienen que estar escondidos en esos colores verdes y turquesas del fondo del rio. Con ella era igual, el verde de sus ojos escondían un secreto de la naturaleza: el de la belleza. Ese primer encuentro fue tan sólo de unos segundos, puesto que Francisco caminaba acompañado de la mano. Pero ahora que se reencontraban, se daba cuenta de lo impregnado que había quedado de aquel recuerdo, de ese rostro a medias. El recuerdo imborrable de un par de ojos, al cual ahora se le agregaba una nariz coqueta, unos labios húmedos y de color natural. Pero sobre todo, se le agregaba una voz, una voz fuerte, convincente, dulce y atrapante, una voz que además, lo buscaba a él, lo invitaba a una fantasía en tres sencillas palabras “yo te conozco”. Con el fluir de la conversación, fueron desfilando imágenes de un futuro inmediato que obligaría a Francisco a rescatar, de rincones de su ser, un instinto que había sepultado hacia ya mucho tiempo. El punto culmine de ese resurgimiento le fue impuesto, cuando silenciosamente una chica rubia, de estatura mediana y facciones lisas y planas, se sumo a la conversación, mirando pasivamente, sonriendo con timidez y cierta ingenuidad que sólo saben fingir las mujeres altaneras y conscientes de su hermosura. Al contraste de esa mujer rubia Francisco se encontró con el morocho de los rulos que enmarcaban los ojos verdes y que antes habían pasado desapercibidos.
Los argumentos por los que discurrió la charla serian imposibles de reconstruir, tan sólo se podría decir que las frases habían sido articuladas con el meticuloso conocimiento del arte de la seducción, por parte de los tres, y el resultado final era inmenso, deslumbrante, de una altivez y una inmoralidad únicas. Pasaron varios minutos en los que Francisco siento explotar su alma de lujuria y placer, primero la mano izquierda arrastro junto a su cuerpo a la chica del antifaz y la beso desesperadamente, con la desesperación de quien ha pasado más tiempo del que tarda el mundo en girar alrededor del sol, sin probar otros besos. Luego con la misma mano izquierda por detrás de la nuca y el pulgar suavemente sobre la majilla corroboraba la altanería de esa rubia inocencia, con más besos desesperados. Esa alternancia impúdica y desinteresada de besos y caricias a los ojos de todos, elevaba por debajo de Francisco una pirámide que lo situaba seis mil pies por encima del hombre.
No le importo en lo más mínimo que fueran unos besos y tan sólo unos besos. Se quedo ahí parado, con la sonrisa explotándole en la cara, el corazón latiendo a mil por hora, degustando el ardor que había conseguido anidar en su interior. Tomó un trago, suspiro y miro para arriba, vio su alma salir del cuerpo, flotar por sobre todos los cuerpos y reposar en el mas absoluto estado de felicidad.
A esta altura el concepto de Paraíso necesitaba ser resignificado por completo -como minutos mas tarde lo necesitaría también el de Infierno-.
La noche continúo con la misma sensación de irrealidad, por eso unos minutos después, cuando camino al baño la vio a Laura entregada a unos besos y brazos ajenos, creyó que la vista lo engañaba, que eso que veía era una ilusión. Se detuvo en seco, petrificado hasta asegurarse de que la memoria no le jugaba una retorcida broma. No lo hacia. Efectivamente Laura, su Laura, su amada Laura, la misma con que semanas atrás compartía la cama y el amor, se entregaba libidinosa y precozmente a otro hombre. Arrastrado por las personas que pasaban se fue alejando hasta parar en un punto cualquiera, se apoyo contra la pared, y ahí quedo. No podía atinar un sólo movimiento, una sola palabra, un sólo pensamiento. Un segundo después ella paso delante de él haciendo mil veces mas aturdida su sensación de inexistencia. Se dejó arrastrar nuevamente hasta otra pared más lejana, juntando fuerza para mantenerse en pie.
Paso una hora completa, Francisco iba de un lado a otro buscando refugio, buscando una razón, más bien, una excusa para volver a reír. Quería mostrarse indiferente, superado. Se debatía en su interior en diversos argumentos y contraargumentos que no conseguían tranquilizarlo más que por unas ínfimas fracciones de segundo hasta que la rabia volvía a asediarlo. Decidió entregarse. Dio unas vueltas más caminando sin rumbo. Como si a su costado dos hombres lo escoltaran esposado a cumplir una condena.
Suspiro una vez mas, y parecía que ya no le quedaba alma de tanto suspirar.
Levanto la vista en busca de una salida. Y a pesar de encontrarla no lo supo hasta un tiempo después. En el piso superior del lugar, una especie de balcón techado con miras al interior, había unos sillones, poca luz y dos cuerpos. Esos eran los cuerpos que Francisco buscaba, el de Laura y el extraño, que en ese momento, en que su vista los descubrió mas bien parecían uno solo. Parecían estar inmersos en una lucha de fuerzas centrípetas y centrifugas. Se arrastraban el uno hacia el otro, se atraían con insistencia sus pechos y músculos, desafiaban la capacidad de atracción de los cuerpos hasta casi superponerlos y luego se separaban como si los quisieran arrastrar de las ropas, contorsionaban sus cuerpos en ángulos fascinantes para de repente, romper las sogas y volver a estrellarse. Salpicaban a todos alrededor con su sudor, con sus ansias de sexo, con esos exagerados movimientos gimientes. Y en ese salpicar bañaban por entero los ojos, la cara y el cuerpo de Francisco que impasible e inmóvil contemplaba el espectáculo desde abajo.
Francisco se ofrecía voluntariamente a una tortura sin igual, y se asustaba de no querer huir. Le aterraba en lo más íntimo su capacidad de racionalizar el dolor. Esa capacidad, lo sabia, aunque se lo ocultará, podía ser el reverso exacto de una capacidad mucho mas terrible, en realidad, una incapacidad: la de dejarse tocar por los sentimientos. Intentaba en ese acto de inmovilidad probar su indiferencia a cualquiera de los caprichosos sentimientos humanos derivados del amor, como los celos, la posesión, el orgullo o el dolor.
Apelaba al recuerdo todavía palpable de esos besos impúdicos. Intercalaba una y otra vez ese recuerdo con la imagen presente de su enamorada arrojándose (casi con desprecio por el resto del entorno y del mundo), a otro “hombre”. Francisco podía asegurar que ella aumentaba intensamente la violencia de ese encuentro por su obvia conciencia de que ahí abajo él la miraba, serena y atormentadoramente.
Mirando esa aberración de espectáculo, quería sentir la grandeza de la tragedia, explorar sus límites. Francisco siempre había tenido la idea de que superarse implicaba volverse cada vez más inmune a sentimientos banales. Y esa era la perfecta ocasión para comprobarlo. Por momentos se sentía infinitamente agradecido a ella, disfrutaba ese encuentro tanto o más que los mismos participantes. Deseaba, con todas las ansias posibles, con auténticos deseos de humanizarse, que ella abriera un segundo los ojos. Que lo mirará a él mientras se deshacía en los besos del otro. Quería decirle a través de los ojos que era inmortal, que estaba más allá de ella, y de su cuerpo. Que su amor era tan puro que ninguna de las nimiedades y banalidades del mundo podía siquiera rozarlo. Su amor por ella era inmune a todo, incluso a ella. Ese deseo de que lo mirará, que cualquiera hubiese considerado de la mas absoluta perversión, para Francisco era un deleite. Lo perverso tenía ahora los límites puestos por su pensamiento. Cuando él lo decidiera ese límite podía expandirse hasta desaparecer. Francisco había alcanzado la inmortalidad, era imposible destruirlo.
Sumido en ese remolino de revelaciones se había olvidado completamente del entorno. Entre el encuentro con Laura y ese momento, se habían pasado las dos últimas horas, y siendo las seis afuera empezaría a amanecer.

El resto de la historia es confuso, los recuerdos engañosos. Francisco camino hasta a su casa. Se sentía, o se convencía de sentirse perfectamente tranquilo. Como si su humanidad hubiese alcanzado un nuevo nivel.
Sabia que había logrado, de tanto prever aquel encuentro circunstancial, que ahora habiéndolo vivido, se había vuelto inmune a el. Era como si de hecho no hubiese sucedido. Unas cuadras después, para cuando llegó a su casa, estaba firmemente convencido de que aquel encuentro nunca había existido. Si al fin y al cabo, el no había muerto de amor después de lo que vio, era exactamente lo mismo no haberlo si quiera visto.
El éxito de su empresa era rotundo, ninguna de las banalidades del mundo terrenal podía rozarse ahora con la pureza de su amor.
Cerro con fuerza las cortinas, se saco el pantalón y se metió en la cama. Un segundo antes de quedarse dormido se insulto a si mismo por no poder evitar que una lagrima se le escapara.

viernes, 27 de noviembre de 2009

Prácticas Eternas II

La mente en blanco

Voy pensando, mientras abro el agua caliente mucho y un poco la fría. Lo hago por la sola costumbre de emparejar las cosas. Esa costumbre se hace extensiva a los lomos de los libros y sus respectivas alturas, los nudos de las cortinas y las puertas de armarios y alacenas.

Sigo pensando, mientras tomo uno a uno los cubiertos y de una sola pasada, apretando fuerte la esponja, los traspaso de lado a lado -ese movimiento me inspira el corte seco de una navaja arrojada en el aire denso de una taberna perdida- me distraigo con un ruido que entra por la ventana y la idea se va.

Mientras sigo lavando y sigo pensando, que leer para dirigir, trazar una línea o un designio de lo que después voy a escribir. Sigo pensando en el disparador para escribir.

Los cubiertos y platos se terminaron. Me seco las manos a medias -la textura del repasador me recuerda la aspereza de la lengua de un gato marrón que jugaba en mi cama y pienso en escribir sobre la niñez, pero no me convence- y sigo para el baño. De camino tiro el manotazo a llave de luz del living, que tiene el gesto de querer agarrar algo en el aire, una idea o una sensación tal vez.

Sigo pensando y buscando una excusa para elegir el libro que me voy a llevar a la cama en segundos. No me permitiría elegirlo al azar, debe haber una trascendental razón, una significación certera para agarrar ese y no otro. Las mas difíciles de hallar son las que me llevan a Lugones, como si se necesitara una razón para releer todos los días "Cuentos fatales".

Me acerco al espejo, miro distraído para todos lados, sabiendo que me voy a mentir no haber visto el cepillo para tener que evitar esa odiosa tarea. Me paro frente al inodoro mientras sigo pensando sobre que escribir. Aprieto el botón antes de terminar y miro fijo el remolino de agua, en busca de otras ideas: remolinos, círculos, cascadas amarillas, el reflejo sucio y borroso me muestra la psiquis de algún personaje que oculta algo, sigo sin convencerme. Otro manotazo que no agarra nada y salgo del baño.

Tomo el libro que elegí concienzudamente, junto a tres más y los apilo al costado de la cama, sabiendo que siempre llegar al tercero es necesario, que del segundo solo leo un poema, y que la elección del primero es en vano. Y que además ya tengo que ir pensando la excusa para ver que voy a elegir para mañana.

Mientras meto el dedo cuidadosamente entre las rejas del ventilador de pie para impulsarlo una o dos veces hasta que arranque...sigo pensando.

Ya solo me queda, pensar si voy a escribir en la libreta azul o en la computadora. Me resulta imposible decidirme hasta saber si voy a escribir mucho o poco, pero...todavía sigo pensando que voy a escribir, así que dejo la libreta arriba de los libros y la computadora entre el colchón y la pared.

Me acuesto, no muy reclinadamente, pero tampoco derecho, le doy play al equipo y ahora si
dejo de pensar para poder empezar a escribir.

jueves, 26 de noviembre de 2009

Prácticas Eternas I

Oficio

El ruido de los colectivos ya es un arrullo de mi sueño, tiene sus tonalidades variadas con camiones de basuras y perros que ladran.

Ese ruido se ha vuelto tan familiar que cualquier calle es una canción de una cuna. Es el ruido que me asegura que el día es tan solo un pre-texto para la noche. Con la noche llegan las palabras y los textos.

Y llegan los paisajes y las posibilidades. En cada uno de esos colectivos se sube un sueño, unos que me llevan a estudiar en Madrid, otros a mirar la montaña por una ventana en un barrio de Catamarca. El que menos pasa me lleva a rencontrarme con tus besos.

Por la mañana vendrá el sueño y el tiempo de descanso, y la movilidad pausada y tranquila del sol que parece tomarse años en volver a su brillo apagado, a su alumbrar tímido.

El ruido de una pareja contra el cartel de un kiosco me hace compañía. Una compañía invisible y desconocida. Unas voces y unos susurros. No soy el único que espera.

La radio tose y corcovea intimidada por la carrocería vieja y destartalada que anda sobre un motor que tiene la constancia del universo para producir sonido. Insisto y la dejo hasta convencerme que adentro de ella llueve.

Un caminante solitario marca el pulso y el compas de las teclas con las que marco estas vocales y consonantes que nunca sabré si son la excusa del sueño o su mejor compañía o su íntimo enemigo.

Tampoco descubriré jamás si el insomnio es real. El día en que se vaya, el día en que la cama sea efectivamente un lugar para dormir, ya no tendré nada por sentir.
Tanto renegar del insomnio, de esa ventana que tardo años en volver a estar y que ahora, no dejo ni un segundo de abrir. Es que el encuentro obligado con la noche me sabia amargo. No es como ahora que elijo dejarla entrar, acompañada de esa canción metálica y retumbante en las paredes de la pieza.

Sólo esta noche y este ruido maravilloso a colectivos me han permitido hacer de la soledad un oficio placentero.

miércoles, 25 de noviembre de 2009

Paciencia

Cuando me devuelvan internet, vuelven los textos.
Cuando me devuelvan la alegria, se van los textos.
Cuando me dejes de leer, se va mi existencia, mis textos.
Cuando vuelvas a leer, ojala vuelva una de las
Minimas alegrias de tus dias, estos textos.

sábado, 21 de noviembre de 2009

Sin pensar

Pensar que pensé que mis besos eran indelebles
que su huella bastaba para que no te fuera tan
fácil acostumbrarte a las dimensiones de otras comisuras.

Pensar que creí y sentí, como si fueran lo mismo,
que la trascendencia de nuestro amor se mediría
en los años que te tomaría encontrar un sustituto
de mi amor.

Pensar que hay tantas palabras escritas en futuro
sin futuro alguno.

Pensar que ayer ya eras de otro. Que no termine
de ser yo y ya era el.

Penar que eran tan reemplazable.
Pensar que no pienso estas palabras y que
mañana me voy a arrepentir de ellas.

Sentir que dolía, que duele tanto.

martes, 17 de noviembre de 2009

Instrucciones para leer los textos

Dos egos-imaginarios y un amor-real

Prologo.

Capitulo priemro: Una subjetividad un Mundo.
-Comprensiones I
-Comprensiones II
-Comprensiones III

Capitulo segundo: Dos subjetividades tres Mundos.
-Incomprensiones I
-Incomprensiones II
-Incomprensiones III
-Incomprensiones Finales.

Capitulo tercero: Un final posible

Cuento

Dos egos-imaginarios y un amor-real.

Prologo

Toda historia esta construida a partir de una trama, unos personajes, y los hechos y sucesos que atraviesan esos personajes, que va formando la trama y con ella a la historia en si misma. En esta historia no hay nada que se asemeje a esa estructura. No por decisión del autor, sino porque los personajes no lo permiten.

Nunca hubo en esta historia algo que se asemeje a un hecho objetivo. “Si nos acercamos al mundo solo con nuestra subjetividad lo encontraremos tal como nosotros mismos estamos construidos”. Lo que en un momento pudo ser dos subjetividades complementarias, nacidas para ser uno, capaces de construir un mundo común a ellos mismos, se revelara como lo que realmente fue, dos subjetividades completamente distintas, ajenas y contradictorias, y que, al ritmo de la revelación, llevaran inevitablemente a la colisión de dos mundos producidos por cada una.

Esta historia que exige ser leída, mirada con “los ojos del concepto” para ser comprendida, esta construida a base de sensaciones, intuiciones y pensamientos (todos atravesados por la cualidad de lo efímero) de los cuales es imposible decir su realidad.

Pero más aún, será difícil, sino imposible distinguir las sensaciones reales de los personajes de las potentes elucubraciones de sus imaginaciones. Tal fue la experiencia de estos personajes. Ni ellos mismos podrían distinguir lo que en su interior habitó.

Por eso esta historia recoge, tan solo fragmentos, de lo que para las personas que lo vivieron, representa una simbiosis entre amor, locura y terror. Pero con la notable particularidad de que tan solo lo primero fue consciente. Entonces, esta reconstrucción es el viaje necesario por la locura y el terror subyacente de ese amor, que intento, como quería Rimbaud, ni más ni menos que, reinventar el amor.

Un final posible

Un Final posible.

Las palabras que ahora escribo no representan la rebeldía tan bien como la vincha que uso mientras escribo estas palabras. Esa vincha negra que hacia de mi personalidad un ser distinto, una mutación acorde a un pasado hippie que ella sin darse cuenta sepultaba día a día, y que sin querer aceptarlo, la convertía en la amante perfecta de todo lo que odiaba. Esa facete de mi persona, que era tan solo un matiz, y no una totalidad, pero que ella nunca supo entender, y que siempre le encegueció la comprensión de mi ser en toda su complejidad.

Cuando me decidí a escribir estas palabras, me decidí también a desvanecerme en ellas, a dar término a un momento de mi existencia. Elegí el lugar que mejor sirviera a esos propósitos. Un banco en medio de un parque rodeado de mil personas, donde la multitud sirviera de escondite, donde pasara desapercibido al punto de volverme invisible. Así la intención de las palabras podría cobrar perfecta realidad.

Sentado en ese banco descubrí, entre otras cosas, que el silencio siempre es un indicio de que alguien en alguna parte se esta besando. Descubrí que el pulso de mi mano derecha es indiferente a cualquier afección exterior y que la lucidez de mis sensaciones se maximiza al cotejar la pobreza y la felicidad de quienes me rodeaban. Descubrí que las posiciones de mis piernas, son el exacto espejo de las posiciones de mi alma. Pude caer en la cuenta del significado de mi campo de visión. Por ejemplo, que mi mirada no pasará más allá de la altura de las rodillas era el indicador preciso de mi ánimo. En cualquier cara, en cualquier asiento o pareja de la mano, se ocultaba y acechaba mi verdugo. Tan solo en unos instantes de coraje (o inconsciencia) levantaba la vista.

Configurar estos sentidos me tomo mas de una ocasión, por lo tanto tuve que volver al mismo lugar mas de una vez y mas de tres. Unas semanas pasadas, digamos que por la quinta o sexta visita, logre revertir completamente el ángulo de visión, había descubierto que encontrar mi verdugo era el remedio a la situación. Por eso no dejaba de frecuentar esos lugares públicos, atestados de personas, donde fácilmente pudiera confundir su rostro o simplemente imaginarlo. Para cuando lo conseguía, toda mi capacidad de auto flageló (igual a la de supervivencia) me arrebataba de imágenes lujuriosas. El ardor de sus besos que se convertían en la materia que conectara a todos los hombres, y su cuerpo gimiente, se fragmentaba, esparciéndose en todos los cuerpos sedientos, arrojándose con vehemencia y fascinación a todos los sexos. Con esas imágenes llenas de gritos de éxtasis, de sangre y semen mezclados y corriendo a raudales por mis nervios, con esa ficción esplendorosa y abyecta torturaba mi recuerdo, lo empujaba al borde de la muerte para de una vez por todas, dar con la posibilidad de renacer.

Claro, renacer siempre implica una muerte que antecede. Esa muerte, en mi caso, estaría a la altura de la crucifixión de Jesús, de la humillación y degradación de un Judas, de una infinita y eterna[1] condena prometeica.

Sentado otra vez en el banco, convencido de no esperar a nadie, la imaginación me tendió una trampa, que a su vez, contenía una revelación. Cuando ella pregunto que hacia ahí sentado, solo, leyendo y escribiendo, no pude darle sino la mas obvia respuesta “te esperaba a vos”. No se porque fueron esas palabras las que escogí. Mientras lo pensaba me invadía el miedo de que fuera cierto. Nadie en su sano juicio pasaría varias horas y varios días sentado en un parque, al azar, a la espera de alguien que no se sabe ser esperado.

Al margen de esa insensatez sentía, al momento de decirlo, que realmente la esperaba, que hacia meses y días que la esperaba ahí, y en mi puerta, en mi pulso, en mi falda, en sus pelos enredados.

Pero como siempre y para mi tranquilidad, en los momentos en que se revelaba mi constante actuar por el absurdo, mi capacidad de ficcionar y justificar (claros sinónimos) acudió a mi rescate. Revelación (o encubrimiento): en mi respuesta solo había el instinto animal puesto siempre a proyectar la posibilidad del sexo en el futuro.

Sabía a la perfección, que la acción que nace de cualquier deseo (como el de olvidar en este caso) solo puede ser satisfecha por la transformación o la destrucción. Por lo tanto, tenía que encontrar, de una u otra manera, esa razón. Buscarla en el pasado, en el futuro o inventarla daba lo mismo. El primer intento, no tuvo suerte: Perder la capacidad de fingir interés es el equivalente justo a perder la capacidad de amar. De lo contrario quien podría sostener que encuentra una mínima cuota de placer en mantener una conversación diría sobre la ineptitud de X para conseguir la locación y la falta de compromiso de S para acordarse de llevar dos micrófonos. Y, además, el viernes Z no llevo los reflectores y el sábado H no llamo al del vestuario, y el lunes X y la locación otra vez, y el martes S y la falta de compromiso otra vez… y el viernes: la corroboración de esa equivalencia.

A pesar de la solidez interna del argumento, que intentaba mostrarme mi perdida de amor por ella en el pasado reciente; era consciente de la falacia oculta. Aquellas tediosas conversaciones habían constituido para mí, la corroboración siempre actualizada de que cualquier situación tediosa se justificaba por una sencilla interrupción para dejarme besar. Y ese beso lo valía todo. La destrucción, ameritaba argumentos mucho más tenaces y efectivos.

Si como afirma Kundera “la novela no examina la realidad, sino la existencia. Y la existencia no es lo que ya ha ocurrido, la existencia es el campo de las posibilidades humanas, todo lo que el hombre puede llegar a ser, todo aquello de que es capaz”, era acertado el intento de buscar en las palabras, en estas palabras, ese campo de posibilidad del hombre, de todo aquello que sea capaz, como por ejemplo, la destrucción del objeto mas amado. Y si nuevamente, como dice Kundera “los sentimientos resisten a la evolución del tiempo”, esa posibilidad tenia que buscarla fuera del tiempo, y fuera del mundo.

Aquel ejercicio de imaginación y tortura tenía que ceder “al deseo invencible de caer”, tenía que ser el parangón de la afirmación borgeana según la cual “nadie puede articular una silaba que no este llena de ternura o terror”. Y entonces, comprobando el origen de mi reencarnación, y por puro destino, la solución se me presento como a Kiyoaki, en sueños.

El sueño era de una claridad tan deslumbrante que no parecía provenir del inconsciente retorcido. Si no de la más lucida reflexión cerebral.

Mientras corría a través de un camino de tierra, sin longitud alguna, veía pasar a mis costados una fila de pinos de matices gris y verde, que a diferencia del camino, parecían inmóviles pero siempre apareciendo constantemente. En algún puto del camino me detenía frente al patio trasero de una casa, de la cual solo podía percibir con nitidez un banco de patas de hierro blancas y maderas también blancas. El entorno era excesivamente verde y poco nítido. Allí, con la paciencia de los silencios de monasterio, me esperaba Brenda. Su pelo era una exageración hermosa de la realidad. Unos rulos rojizos de volumen y extensión desmesurados le daban a su cuerpo y a su cara un contraste luminoso que la volvía imposible de resistir a la vista. Los colores estaban en asombrosa armonía, el blanco de su cara se correspondía el mismo tono de blanco de las maderas del banco, y el rojo del pelo permitía delimitar la profundidad del verde del fondo del parque. Si se miraba rápidamente la escena, la mezcla de los colores producía el mismo tono que los rayos de sol producen cuando se filtra por entre las nubes a la hora del ocaso, mezclando el rojo con blanco, en un rosa, a veces anaranjado, que como ya saben, tiene ese efecto demoledor sobre las impresiones de mi alma. Sentada en ese banco, Brenda tenia los atisbos fantasmagóricos propios de los sueños y a su vez, la belleza de las formas que sólo en el mundo irreal del arte se puede apreciar.

Ya sentados el uno al lado del otro, ella siempre impasible y serena, yo con la respiración agitada y violenta, escuchaba atentamente cada una de las palabras con las que ella hilaba las razones de su rechazo, de su fatal abandono, de su ausencia. A medida que comprendía el significado implícito de esas palabras, caía en la atroz certeza de que cuanto ella argüía como causa de su alejamiento era consecuencia de mí actuar. Ella se mostraba inocente e imposible de juzgar, ella nada había tenido que ver con esto.

Y con el correr de sus oraciones, mostraba que todo cuanto había sucedido era, ni más ni menos, que el producto de mi acción. Pura y exclusivamente de mi acción. El punto culminante fue cuando esa cadena de razonamientos, la llevo a encontrarse completamente justificada en estar enamorada de otro hombre. Esa conclusión, que ella creía era la exoneración de todas sus torturas y de todas las mías, representaba para mi, la posibilidad de salir del mundo, de encontrar la libertad y renacer. En el momento en que ella dijo estar enamorada de otro hombre, en tan solo una milésima de segundo mi cuerpo recorrió las sensaciones mas encontradas. De un estrujamiento harto doloroso y cruel, mi corazón pasó a la total paz y tranquilidad. La razón era obvia, si yo y tan solo yo, había sido el destructor de ese amor, también había sido el creador. Si ella en cuestión de días había tenido la facilidad de enamorarse de otro, es porque en ella nada había, era tan solo el recipiente de un amor ajeno, o las consecuencias de unos besos. Todo lo que había movido su capacidad de amar era el reflejo de todo cuanto yo movilizaba en su interior. Real o no, esa razón, tenía todo el poder de matar a ella y hacerme renacer a mí. El sueño se desarrollaba al ritmo de esas impresiones. Trastocaba el verde por violeta cuando ella pronunciaba la conjunción “amor-otro-hombre”, y palidecía su rostro de blanco a trasparente o ceniza. Pero, como la lógica de los sueños obligaba a los saltos temporales, segundos después de esa conversación y esas revelaciones, la imagen era la misma del comienzo, solo que ya no corría, sino que caminaba, en sentido contrario, alejándome de la casa, viendo lentamente alternar un pino con un roble, con un palo borracho, y al final, una intercalado de lapachos rosas y amarillos.

Mientras recordaba el sueño y buscaba las palabras justas para retratar las sensaciones con las que bruscamente me desperté en la cama revuelta de papeles y libros, busque la paciencia. Me vestí, salí a la calle, camine hasta el parque, me senté en alguno de esos bancos que habían oficiado de implacable refugio, toma la lapicera y lentamente escribí las palabras que harían realidad mi sueño: Todo el amor que me diste puedo encontrarlo siempre y cuando yo lo ponga en otra persona. De tal forma que el destino del amor vuelve a estar en mis manos y con eso conjuro, ni más ni menos, que tu total destrucción.

Fin



[1] La conjunción de ambos adjetivos no es retorica. Representa las exactas condiciones de la condena a Prometeo. Ese es el terror que inspiraba la muerte planificada por mí, para una parte de mí.

Comprensiones III

Comprensiones III

Cuando tuvimos que lidiar con nuestra primera distancia autoprovocada, imagine una carta, es decir, palabras que supliera esa distancia, y que lleno de seguridad y confort dejaría en tu puerta sigilosamente, ocultando mi presencia:

“La primera vez que un libro me “salvo la vida” tenía 18 años. El libro era Más allá del bien y del mal de Nietzsche, y me salvo de la autodestrucción. En ese libro encontré las razones para entender porque el hombre es autodestructivo, también vislumbre la posibilidad de superar eso, aunque era lo de menos. Lo importante era sanarme, y si no entendía mi tendencia autodestructiva, jamás podría curarme.

Por segunda vez, a los 23 años, recurro a un libro en busca de un salvavidas. Pero esta vez con una complejidad abrumadora, necesito salvar a otra persona. Salvarla de haber ingresado en su mundo el germen de la destrucción. No por casualidad tuve un mes entero un libro en la mesa de luz sin tocarlo, y hoy, prácticamente lo devore.

Como era de esperar, y como inevitablemente iba a suceder, todo tiene una referencia insuperable a vos esta tarde.

Pensé mucho en vos. Pensé bien. Constructivamente. El único momento de enojo fue cuando me pensé a mi, se me lleno la cabeza de sangre y tuve muchas ganas de que explotara; evidentemente la solución fácil nunca es posible.

Pensé en algunas, muchas, maneras de encontrarte. Hasta me imagine parado en una esquina con traje (corbata incluida) una rosa en la mano, esperándote. Me imagine que al verme desde una esquina lejana, te llenarías de ternura, de amor, de un recuerdo, y sin una palabra, te acercarías a abrazarme. Imagine mil maneras de superar eso que te paso en la puerta, de besarme y no sentir nada. Vi muchas partes de Amelie, porque me acordaba que en una parte muestran el corazón de ella latiendo, cuando se queda parada mirando al chico. Imagine como meter mi mano y hacer latir con fuerza tu corazón otra vez. Para ser sincero, ninguno de esos pensamientos me reconforto. La sensación de que “todo esta perdido” por momentos no me deja creer en nada más. Pero no es grave, es domingo, a la tristeza pobre del domingo súmale la tristeza de tu ausencia, a eso multiplícalo infinitas veces y… bueno, es comprensible que a uno le cueste tener pensamientos positivos. Pero (por primera vez la palabra “pero” suena linda) encontré un libro: La mujer rota. Se que lo leíste, seria el mejor momento para releerlo, aunque sea la primera parte. Además de leer, escribí mucho, eso si fue muy reconfortante.

Todavía no encontré la forma de salvar tu mundo. Pero encontré un montón de cosas sueltas, imposibles de hilar para hacer algo coherente; sin embargo, como no estoy buscando coherencia no me importo, son cosas lindas.

Una de ellas, es tan solo una frase, pero ¡Dios!, que calma me trajo: “la tristeza uno puede llorarla. Pero la impaciencia de la alegría no es fácil de conjurar”. La precisión que tiene con mi estado raya con lo azaroso. Ya no siento tristeza, ni dolor, ni culpa, ni nostalgia, pero no se como demonios (conjurar), ni que demonios hacer con la alegría que perdí, con la alegría que no voy a sentir el lunes al ver tu auto estacionado desde la ventana.

Uno se cansa de escuchar el “todo sigue”, yo sigue leyendo, porque la calma empezó a mutar, porque claro, pensar en que uno no esta triste es reconfortante, pero pensar en la alegría que produce una compañía y verse obligado a no poder tener esa compañía, es una sensación que empieza a atormentar.

Entonces seguí leyendo hasta encontrar esto: “Cada átomo de silencio, es la posibilidad de un fruto maduro” (de Valery). Automáticamente pensé en el silencio de tu ausencia que me pedís. Y pensé en que tal vez, después de unos días de silencio, madure algo, madure un fruto más acabado, mas colorido, mas prolijo, mas a la medida de tus deseos (que también son los míos).

Otra vez tuve un vuelco de 180 grados. Tuve una intuición. Una intuición en el mas puro de los sentidos; sentí con toda la fuerza qué lo que me imaginaba, qué lo que producía esa intuición se volvía real, increíblemente real, tan real que podría jurar que era una ventana al futuro.

No se si es horrible o si tiene toda la esperanza encerrada en ella: imagine que tranquilamente podía seguir viéndote, hablándote, escribiéndote sin tener una relación amorosa entre nosotros. No solo que lo imagine, lo vi, lo sentí… estamos vos y yo sentados en un café (claro, en una plaza o en un parque, porque te gusta mas que en el ruido del centro) conversando muy felizmente:

-Con los años resignaste tu cuerpo- Me decís con un atisbo de tristeza.

(Yo asiento con la cabeza y agrego una sonrisa, que más o menos, dice “siempre supiste que seria así y yo también…no es tan grave, es lo que elegí”).

Vos me devolvés la sonrisa, y el mundo sigue como si nada de lo que existió existe.

Sigue leyendo un poco más… “¿Que hacer cuando el mundo se ha descolorido? No queda mas que matar el tiempo”…ahí largue el libro a la mierda. Y me dije a mi mismo: basta con esto. Me puse a limpiar. Limpie toda la casa, me despeje de la manera más idiota posible, y por eso mismo más eficaz. Me senté a escribir para la facultad, me senté a continuar escribiendo mi cuento, al cual le agregue 2 asesinatos mas, estoy de un ánimo impecable para cometer asesinatos.

La cuestión es que matar el tiempo, debe ser de las cosas mas difíciles de todas, intente ver tele un rato, no hubo forma. Así que volví a La mujer rota. A esta altura del día, donde el sol naranja se refleja en las ventanas del edificio frente al mío, iluminando mi habitación de naranja y rosa, esa hora, que como bien sabes es donde mi sensibilidad se despierta en su máxima expresión, donde mis sentidos se abren a ese color de luz y cielo que tiene la claridad justa para traspasar un alma, a esa hora donde todo mi ser se vuelve un vidrio perfectamente límpido del que salen a toneladas las palabras y las sensaciones, a esa precisa hora… ya no quiero restituir tu mundo, sanarlo o arreglarlo, quiero deshacer el mundo. Recién ahora se cierra el círculo de sentimientos con el que comenzó el día, que ganas de deshacer todo.

En cuestión, volviendo al libro (a través del cual intento meterme en vos) llegue a la parte en que la madre se pelea con el hijo. Es increíble, sos vos. Es una biografía de tu personalidad, que me dejo anonadado. De esa parte, que sencillamente es genial, me quedaron resonando con mucha fuerza dos cosas. Ella completamente decidida a no hablarle nunca mas, se da cuenta de “Como va a faltarme”. Y en las líneas que siguen, nada dice sobre si lo va a extrañar, si va a poder aguantar sus ganas de verlo, si va a superar la falta de su amor…nada de nada…tan solo se pregunta: “¿Me acostumbrare a este silencio, al curso formal de todos los días que ningún imprevisto quebrara ya?”…es increíble, se pregunta por la cotidianeidad, lo que mas le preocupa es el día a día. Me puse inmediatamente a pensar en nuestra cotidianeidad. Qué tan grave seria para mí y para vos, más allá de extrañar, mas allá del dolor, del amor y demás…me pregunte como afectaría nuestra cotidianeidad. El resultado de hacer ese ejercicio fue terrible, me imagine una existencia tan pero tan monótona, tan vacía, tan pero tan aburrida, no tener que pensar en que hacer para sorprenderte, no tener a quien contarle las cosas que leo y escribo, no tener a quien mandarle un mensaje con la vida de un taxista (eso que solo vos en el mundo podrías comprenderlo y encontrarlo bello y perfecto), no tener para quien esforzarme en entender la música, en sentirla mas y mas cada día.

En cuestión, lo acertado del libro, me dejo sin palabras.

Pensaba terminar escribiendo la razón por la cual escribo todo esto. Es casi estúpida te diría, pero después de 6 meses de tener una persona a la cual uno tiende, se mueve, se inclina y se acerca constantemente, es inevitable de un día para otro dejar de hacerlo. Con lo cual estas palabras nacen de la inefable necesidad de continuar, continuar con lo que uno tenía y quiere seguir teniendo. De una forma distinta, completamente distinta. Pero con exactamente la misma intención con la que todos los domingos me sentaba en tu casa a charlar con vos, a contarte cosas. Acá estoy un domingo contándote cosas.”

Si “La finalidad del arte es darle a la vida algún sentido”, esa carta, esas palabras, jamás habrían a llegado a ser arte.

martes, 10 de noviembre de 2009

Comprensiones II

Me resulta imposible recordar nuestro primer beso, o la primera vez que tuvimos sexo, por que las tuvimos muchas, antes de hacer el amor. La razón poética para ese olvido podría ser la total embriaguez que me producían esos besos o esos gemidos bloqueando cualquiera de mis funciones cerebrales, incluida la memoria.
Por el contrario, me es imposible de olvidar aunque trate, su primer no. Es raro tener ese recuerdo, que se ha repetido en mi vida, muchas mas veces de las que he recibido primeros besos. Otra explicación poética me surge: recuerdo aquella vez que me dijo que no, porque sabia (aunque ella lo negara) que tarde o temprano nos lo daríamos, sabia ella y sabia yo, que el momento en que nos habíamos conocido, tenia una exquisitez tal, que tendríamos que haber destruido toda la causalidad del mundo, para no llegar al beso.
Cuando quise retratar ese momento en palabras meses después, encontré que ya se lo había hecho a la perfección. Mishima una vez más me ganaba de mano, como siempre lo hará:
“La belleza se alza ante todo el mundo y torna fútil cualquier empeño humano. Ante el brillo del ocaso, ante la llegada de las nubes vespertinas, se esfuman inmediatamente todos esos desatinos sobre un “futuro mejor” […] El momento presente lo es todo; el aire reboza de un veneno de color. ¿Qué está comenzando? Nada. Todo concluye […] La ternura y la gallardía más sutiles se funden con un weltschmerz y, en definitiva, la aflicción se transforma en una orgía fugaz. Los numerosos fragmentos de lógica que tan tenazmente han conservado los hombres durante el día se sienten atraídos hacia la vasta explosión emocional de los cielos y la liberación espectacular de las pasiones y las gentes comprenden la futilidad de todos los sistemas […] el mundo nos muestra un breve atisbo de su capacidad de remontarse; a la luz del ocaso todo vuelve embelesado y en éxtasis… y luego, al final, cae al suelo y muere”.
Sin exagerar se que no habría mejores palabras para describir el paisaje en el cual por primera vez hablaba con Brenda. Pero a la precisión inigualable de esas palabras, nosotros le imponíamos, le oponíamos, el movimiento de los cuerpos. Entonces toda esa certeza se entorpecía, mostrando como todo cae al suelo y muere.
Con cada segundo que pasaba, sentado el uno al lado del otro en la arena húmeda, y con la vista perdida en el círculo dorado que en su ascender invertía el violeta de nuestras caras por naranja, podíamos constatar a la perfección “la futilidad de la belleza”. No sólo por la finalidad de ese movimiento del sol, sino porque también marcaba el punto de inflexión entre la obligación de continuar la conversación hasta que terminara la noche, y la necesidad y las ganas, de continuarla hasta que se extinguiera el día y volviera otro día y uno mas. A partir del momento en que la luz vespertina mostraba su brillo, nos asegurábamos mas y mas, de que nuestra voluntad y no la casualidad gobernaba la decisión de permanecer todavía ahí sentados. Que a esa altura no nos hubiésemos besado, representaba la prueba justa de que… “nada esta comenzando, todo concluye”, y no obstante nuestras miradas tenían la ternura de mil orgias fugaces comprendidas en el momento presente. La tensión que tenían nuestros cuerpos, entre la conjunción y superposición, constituía la expresión material de los “numerosos fragmentos de lógica atraídos hacia la vasta explosión”. Solo quedaba, la liberación espectacular de las pasiones, el éxtasis, y volver al comienzo, igual al final, a donde todo muere.
Todo comenzaba con las palabras haciéndose carne, nada podía ser más maravilloso, que ese encuentro. Pero como éramos carne y cuerpo, tampoco podíamos evadirnos de la realidad del mundo. A Mishima se le había escapado algo que a nosotros, todavía, no. La capacidad del Mundo, en un breve atisbo, de remontarse… el mundo que mas tarde construiríamos Brenda y yo, había nacido de esa capacidad, de la capacidad infinita de remontarse, mas allá de la futilidad de la belleza, mas allá del empeño humano, mas allá del desatino de un “futuro mejor”, mas allá de la futilidad de todos los sistemas… mas allá de la weltschmerz.
Al signo de tremendo acontecer, de una simbiosis metafísica exacta como punto de comienzo, no podía corresponderle sino, al final, un signo de igual desmesura, pero de contrario sentido, una incomprensión total y trágica. Partir del mayor encuentro nos condenaba a terminar en el peor desacuerdo. Y por más que lo intente, y lo repase una y otra vez, no puedo dejar de convencerme de lo acertado de esas sensaciones. Ni la imaginación ni el deseo me engañan, esa mañana sentados en la playa habíamos creado una fisura en nuestras vidas. Un punto del que no habría retorno.
Ese primer encuentro que tenía toda la magia de la novedad, de lo inesperado, todo el germen de un destino de amor sin igual, tenía también toda la certidumbre de un derrumbe, de un colapso inevitable.

Poemas de Tlön

I

Marrón abultar, rocoso confluir

En serenado paisajear

Reflejando oscuro delinear

Sobre diminuto, resplandeciente acampar.

II

El circunferencial dorado

Ocultar ascendiente

Sobre blanquecino rabiar

Y trepitoso tronar.

El basto negro que

Todo ha de alojar

Bosteza al ver brillar y asomar

Al dorado circunferencial.

miércoles, 4 de noviembre de 2009

Cuando mi novia canta Spinetta

Sin ser algo distinto, siendo lo mismo, es algo diferente. No interpreta lo que canta, porque no hay nada para interpretar, porque no hay un detenimiento, solo hay algo que pasa, que entra y sale. Cuando la canción entra algo de lo que estaba queda en ella, y cuando la canción sale, sale ella. Un parte, tal vez todo. Lo lindo es que siempre es algo nuevo, algo creado. Algo que pasa en ella, y que cumple el mismo ciclo cuando llega al que escucha. Después de escucharla mil veces, uno sabe que es ella, y sabe también que algo cambio en ella. Es la posibilidad de enamorarse infinitas veces de una y la misma cosa, de todas las cosas, de una y la misma vos, de todos los tonos. Pensar "que hubiese pasado si" es un ejercicio que desperdicia mucho, es lo que en filosofía llamamos un contrafactico, algo indemostrable. Nada puedo demostrar que haya entre Brenda y Spinetta, pero si me quito el miedo a derrochar y me pongo a sentir mas que a pensar, me pregunto "que hubiese pasado si" Spinetta fuera mujer... hubiese sido Brenda. Con perdón del canta-autor desafino el texto con esta metáfora: la música de Spinetta como un pararrayos. Un pararrayos es un conductor, es algo que esta ahí para atrapar y atraer algo que se forma en las alturas, que se inscribe en el proceso de la naturaleza, que se oculta cuando sucede, pero a la vez nos muestra un destello de luz y un vibrar sonoro y fuerte de su existencia. Un conductor que conecta el cielo y la tierra, que deja pasar una cantidad de energía infinita, y que nunca quiere detenerla, apropiarla, contenerla, por el contrario, la expande a todos los que pueden poner un pie en el suelo. El artista no se conecta personalmente con cada uno de sus espectadores, pero entre ellos y él pone su obra, su música, y es a través de ese intermedio que se crea el vínculo. Y es justo en ese intermedio donde se pone mi novia cuando canta Spinetta. Y por eso, es otra vez que me animo a pensar que algo hay entre ellos, no entre Brenda y Spinetta. Si no entre la chica y la obra, entre las cuerdas vocales de ella y las letras y melodías de el. Ahí...en la canción, ellos se fusionan, otra vez se vuelven algo, que sin ser distinto es diferente, es ahí donde la nada se convierte en todo de nada. Porque entonces, por el conductor pasa la música, y con ella Spinetta. Pasan a través del conductor el artista y su obra mas esa partícula mínima aportada por el que la toca, por el que la canta. Es un vínculo que liga al artista, su obra y al espectador en un solo punto, en un solo momento; el momento donde la música es transmisión: un constante fluir de sensaciones entre dos puntos distintos. Y entre esos dos puntos distintos: Brenda como un pararrayos.

El beneficio de la Duda


La noche del martes había estado cargada de intrigas, susurros, comentarios por lo bajo y negociaciones varias. Al momento de la decisión varios participantes aquejaban afonía, nadie quería renegar una sola de sus convicciones (léase: ambiciones), por lo cual el consenso fue arduo de lograr. Pero entrada la madrugada, y con el cansancio aflojando y debilitando algunas pasiones, las voces se fueron calmando hasta el silencio.

El mayor punto de discusión giraba en torno a la posibilidad de que el plan fraguado “pecara de ingenuidad”, por ahí alguien decía: “se van a dar cuenta, es todo muy casual, que así de la nada caigan y digan que si, sin motivo alguno…les digo que se van a dar cuenta”. La posibilidad de una fuerte sospecha tenia su razón de ser. Pero los mas empecinados en llevar a termino el plan, daban esa misma razón como fundamento de su éxito: “es tan, tan ridículo, que nunca se lo van a imaginar”. La discusión tenía sus puntos álgidos, en los que parecía que algún objeto volaría por los aires, el aire se tensaba hasta tornar insostenible las mismas palabras. Ni los gestos eran necesarios, las solas miradas hachaban furia, prendían fuego las intenciones de apaciguar y traer calma a los jóvenes efervescentes que se desgarraban en gritos apasionados; y como no iba a ser para tal violencia si, al fin y al cabo, lo que se discutía era: el poder. El poder de ser y hacer.

Con las primeras luces del amanecer se hizo indispensable llegar a un acuerdo, antes de que el día los sorprendiera, cada uno debía sigilosamente desaparecer por un recoveco escondido, para no levantar sospechas.

Lo resolvieron, como es propio de los jóvenes apasionados: siendo impulsivos, confiando en inflar las velas de su destino a fuer de sus pulmones y no de una azarosa brisa. El momento era ahora. Había que correr el riesgo y seguir adelante.

El miércoles por la tarde, cuando los 5 salieron al mundo, contemplaron en el cielo el ascender de una luna llena que claramente, no hacia otra cosa, sino iluminar sus destinos. El mismo miércoles por la tarde, minutos más tarde se encontraban los 5 desconocidos en el pasillo, disimulando la tensión, fingiendo, desviando las miradas, contradictoriamente confabulando. Respiraron profundo, y se adentraron al recinto donde las elecciones se llevarían acabo.