martes, 7 de diciembre de 2010

Escapista confundido.

Era, había sido, sería e iba siendo un actor, un deportista, un clown, un incomprendido, un niño-adulto a la fuerza, un revolucionario y un reaccionario. Un moralista años mas tarde, un escritor por segunda vez, un filosofo, un culturalista, un intento de artista, un amor atravesado en todo lo demás. Un proxeneta haciendo elegías al amor, un héroe de si mismo y un fracaso de otros. Un pensador contra la filosofía y un lector contra la realidad. Y de todo eso lo único que conserva, con escasa seguridad, es la sensación de un desprendimiento. La sensación de un movimiento incapaz de afirmarse. Y la conciencia transparente y punzante de esas sensaciones.

Un desprendimiento, un movimiento, una conciencia, cuyo único producto es más y más dolor. El inefable dolor de no poder, de no saber: ser.
Y aún siente, cree sentir, o quiere creer, que su dedo apretando en la herida tiene una razón.

jueves, 25 de noviembre de 2010

Única

Tu has sido, eres y seras
mi único amor. Con vos
compartí todas mis tardes y
noches. tu fuiste mi única
compañía fiel en las noches
de insomnio. Tu me diste las
mayores alegrías, las mas
fuertes melancolías, lo mas grandes
erotismos.
Tu te vendrás conmigo a la muerte
y tu seguirás aquí después de mi muerte.
Y crecerás sin limites cuando dejes de ser
mía, mi querida biblioteca.

martes, 23 de noviembre de 2010

H.G.

they say love is the
most powerful light...
and i I still surrounded
by darkness

jueves, 18 de noviembre de 2010

Homo sentimentalis

Yo no merezco este sufrimiento.
Lo se porque he ejecutado todas
las instrucciones de todos los
manuales en todos los idiomas,
del arte de perderte.

¿Y lo que hice para atraerte
para tenerte? (porque fuiste mía)
Eso deberías recordarmelo vos.
Y vos, ya no estas.

lunes, 15 de noviembre de 2010

Inmortales

Intento repetirlo. A veces figurándolo

a veces recordándolo exageradamente.

Vuelvo a sus rostros y a sus voces

sin encontrar sus sonrisas ni sus palabras.

Intento suplir un grito con otro grito:

igual o mas fuerte, con la boca mas abierta

o los pulmones mas llenos, o con los ojos

mas abierto o mas cerrados. Y no,

no es el mismo grito.

Intento combatir el éxtasis de sus besos

con estos besos. El desenfreno de aquel

sexo con estos gemidos falsos y forzados

que se pierden en una noche, que no es

mágica, que no es única.

Me invente un idioma y unas señas,

que no tuve con quien practicar.

Diseñe calles y ciudades que no tuve

con quien caminar..

Invente un paisaje de montañas exóticas

donde solo resonaba el eco del silencio.

Descubrí paisajes y playas paradisíacas

en las que nada sucedía.

Quise recrear el éxtasis del Sol y la Luna

intercambiados, del juego de

luces y sonidos ininterrumpidos,

del deseo y la locura del deseo

inalterables.

Llene mis venas de jeringas artificiosas

con sustancias artificiales que ni se acercan

a la adrenalina y el éxtasis de dos mil cuerpos

saltando, tocándose, rozándose, transmitiendo

la fuerza de una sensación que a un solo cuerpo

haría explotar pero a dos mil los hace bailar.

Me desnude bajo la lluvia mirando fijo al cielo

hasta sentir que no había nada mas alrededor.

Gire sobre mi mismo, una y otra y otra vez

hasta imaginarme ser un torbellino

que subía hasta el cielo…

Y no logre tocar el cielo que tocamos

saltando a la par, gritando a la par, bailando,

tocándonos, besándonos, mordiéndonos,

abrazándonos, acostándonos juntos.

Lo intente todo. desde el dolor

mas grande y el placer mas grande y

nada pudo si quiera acercarme a esa sensación.

Intente revivir ciento ochenta días donde

todas las dimensiones de la vida se volvieron

una, y tan solo una: la mas perfecta felicidad.

Me detuve en el tiempo. Me quede ahí en la nada

recordando esa felicidad y me sentí muerto. Y sin

embargo, justo antes de ver la primera lagrima de

tristeza lo comprendí:

hay una sola forma de volverse

inmortal y es cuando uno puede detenerse en un momento

de tanta felicidad, que la vida toda se disuelve y

retrae a ese segundo donde ya nada podría ser mejor.

Yo viví ese momento.


miércoles, 10 de noviembre de 2010

Tres poemas para uno

Letanía

Amasadas con Lunas y azahares
¿en que nupcial noche sagrada?
Manos que inician la belleza
como una nueva infancia.

Manos de albricia de la gracia
que donde llegan a posarse
son ya un comienzo de alba.
Manos capaces ¿por qué no?
de las mas diáfanas hazañas:
de surcir lirios rotos,
o de remendar alas,
o de remansar en su cuenco
las más convulsas lágrimas,
o de abrevar la ronca sed
que en los arrullos brama.

Manos venidas
en un descenso de alas
para el escalofrió mas hermoso.
El cuerpo alzándose hasta el alma.

Nocturno de Lejanía

Dúo de arroyo y pájaro innumero de música.
El sol remando en ondas de frescor y verdor
Y la sed de corolas del colmenar ardiente.
Y yo tu amor. ¿Tu amor? Mi dolor y mi amor.

Tan hondo como el pió del pájaro en el sueño
in surge este amor mío que inventamos los dos
aun ebrio de ti como un ala de cielo...
(Mi corazón, un Lázaro vuelto aprendiz de Dios)

Por ti la vocación de hondura y hermosura
se me hizo un oficio duro y cabal,
Se alzo, en mirada y ala acrecido, mi verso.
Todo el fervor humano afluyo a mi caudal.

La lira que vibraba secreta en tus caderas
La primavera entera traducida en mujer.
El roció en tu rosa para amenguar su llama
Tu alma: un puro crescendo como el amanecer

Y tu profunda noche constelada de beso
Tu inenarrable beso de estío y ananás
borrando las fronteras del alma y de la carne
y que ambas se disputan para siempre jamás

Los dioses verdaderos con nosotros estaban.
Los dioses sin sobornos ni terrores, oh cielos:
La Verdad y el Amor, en su desnudo edén,
y la Belleza, diáfana en sus sagrados velos.

Desataron su nudo de ceda tus secretos.
¿Fue corona de mirto o corona de espinas?
¿Fue tu pena o tu dicha, con pudor de tu voz
quien, muda, hablo en idioma de lagrimas
diversas?

Yo el candor de que nace nuestro día en tus
manos,
y tus pies, doblegado de hermosura, besé.
Y vi mi amor, dios niño, durmiendo en tus
rodillas
¿O fui un ciego soñando en tu luz? No lo sé.
Ay, dialogo sin pausa de lo ido y el presagio.
Lo que no será nunca, aunque empezó una vez
(¡fuera de mi y dentro de mi crece la noche!),
o lo que fue y mas hondo retornara después.

Secreto Espanto

Ah, tu plenitud de candor, amada
y tu sangre hecha toda de rubores.
Y tu voz, sibila de amor, desvelada.
Y el crescendo en hondo de dicha y dolores.

Con rosas y besos, inconscientemente,
tapamos la boca de nuestros abismos
por si ha de atacarnos, tal vez de repente,
el secreto espanto de nosotros mismos.

Luis Franco

Letras suyas

Leo línea a línea
y veo entre las palabras mezclarse
sus nombres: sugeridos,
imprevistos, inconscientes.
Leo los versos que mientan
sus recuerdos y pasiones.
Mezclo la “eternidad”, el “alma”
y el “infinito” con el nombre
de tu ritmo y de tu música.
Leo “niñez” y “dulzura”,
y amores “inocentes” y genuinos,
amores “ruborizados” e infantiles,
y pienso en tu nombre que tiene
las iniciales de la Luna y de Luz.
Leo, y el nombre que articula los demás
me habla de tormentos y dolores.
Y de dialécticas que encierran el amor
entre el misterio y el desconcierto,
y de los amores que no fueron ni serán,
Y entonces ya no pienso en “vos” sino en “ti”,
y en que ni todas las cañas de tu país
pudieron golpear mi sed.
Las leo a las tres intercaladas en mis páginas.
Agazapadas en mis esperanzas y temores,
Esperando que abra estas paginas que abren
mi alma,
Para cotejar que todavía están ahí,
que tal vez, nunca se irán.

M.F

domingo, 24 de octubre de 2010

Aprender a hablar I

Aprender a hablar I

Quiero compartir el silencio.
Que te sientes al lado mio y
haciendo lo que quieras
acompañes mi lectura.

No tengo nada que decirte.
Permitiría que interrumpas mi
silencio sólo para no responder
y hacer mas profundo mi mutismo.

Todavía no te quiero, tampoco
se si te voy a querer. Y sin embargo
todo lo que quiero es tu compañía.
Tu silenciosa y material presencia
en el sillón de al lado. .

¿Que algo en mi se rompió? Tal vez
¿Me olvide el sentido de las palabras? ¿Me
desacostumbre a que solo duelan?
¿Me di por vencido frente a su divorcio
del alma, de la verdad, de una emoción real?

O será que tan solo descubrí
que en el mas absoluto silencio
de la cercanía de los cuerpos
se puede querer.

domingo, 17 de octubre de 2010

El Necesario Orden. Segunda Parte

I

¿Como enterarse cuando uno esta perdido? Esta pregunta tiene una equivalente o una anterior, ¿Cuál es el origen? A simple vista podría pensarse que la segunda pregunta esta incompleta ya que el origen tiene que ser de algo, el origen de x. X es aquello que se perdió. Entonces, para enterarse porque uno se halla perdido hay que preguntarse, que es la x que se perdió, y cual su origen.

II

El martes a la tarde después de haber dormido 12 hs con innumerables interrupciones, me levante. Despegarme de las sabanas y sentarme en la cama me consumió el resto de las energías que me quedaban para llegar hasta la noche, momento en el cual el calor dejaría de ser agobiante, tortuoso y sufrible, para convertirse en un malestar más de los muchos cotidianos que no dejan sobrellevar el día con decencia. Apelando al automatismo propio del movimiento de los cuerpos según la mecánica newtoniana, le imprimí fuerza al cuerpo inerte y lo deje desplazarse, recorriendo los cuatro espacios que comprendían el departamento. La ausencia de volición en mi ser era tal, que no necesite si quiera, una fuerza de resistencia para detener el movimiento de mi cuerpo. Corolario: La mecánica de newton no sirve para ser aplicada a las fuerzas de la volición.

Sentado de nuevo en la cama, se me impregno una sensación horrible, la sensación de que ese mismo acto se había repetido diecisiete mil veces seguidas. Me invadió un profundo asco por mi ser, unas detestables ganas de no ser mas lo que era. En ese momento la metamorfosis de Kafka me sonaba a la resurrección hermosa de una mariposa, tal era mi hastió.

Recurrí nuevamente a los principios de acción que no necesitan de voluntad alguna. Pase de la cama a la silla negra con rueditas que estaba a unos centímetros, una vez sentado gire lentamente con los ojos cerrados con el deseo de que junto con la silla girará la tierra y que entonces al abrir los ojos estaría en Indonesia o en Camboya o en el Purgatorio o en el Séptimo circulo, o en el Kinkukaji o en el ultimo punto de latitud del extremo Norte del Polo Norte. No hizo falta abrir lo ojos para constatar que nada había cambiado, a esta altura podía sentir en el aire, en el entorno, la insoportable pesadez del ser de mis apuntes. El eterno escritorio seguía ahí, con sus eternos libros, cada uno con sus correspondientes notas, que contenían ideas brillantes que nunca llegarían a brillar.
Sin encontrar ninguna intencionalidad en mi estado, deje que la cotidianeidad (primer principio de acción que no necesita de volición alguna) amoldara la forma del tiempo y del día; y sin ofrecer resistencia, colgué los brazos al costado del cuerpo y obedecí. Durante dos horas leí “Two Dogmas of Empirism” con la mayor displicencia que hubiese en el mundo (en el transcurso de esas dos horas me levante varias veces al baño y a tomar agua, cada vez que volvía al escritorio anotaba en el margen de una hoja algunos números: 17.001, 17.001, 17.002, 17.003, etc) “La apelación a lenguajes hipotéticos de un tipo artificialmente sencillo podría probablemente ser útil para la aclaración de la analiticidad, siempre que el modelo simplificado incluyera algún esquema de los factores mentales, comportamentísticos o culturales relevantes para la analiticidad… un alumno levanta la mano para interrumpir al emérito y reconocido profesor, luego de la breve pregunta y la inmejorable respuesta del profesor, que prueba nuevamente porque es una de las mentes brillantes de este mundo, el profesor se distrae. Nota que en primera fila una chica lo mira fijamente a los ojos, en la mirada no oculta su deseo por el, más bien, no teme en dárselo a conocer. El cruce de miradas continua, y en el interior del inconsciente pervertido del académico se elucubran fantasías que desdibujan y reinventan los limites de lo copulativo. La alumna, claramente reúne todas las condiciones como para ser el objeto de deseo perfecto, sino, no seria ella quien la estuviese mirando.

Horas mas tarde camino a su casa, sentado en el último asiento del colectivo, ajustando la vista sobre el resto del colectivo, trata de comprender el movimiento ilógico de los pasajeros. Como si la gravedad su hubiese situado a cada lado del colectivo las personas se aprietan contra los costados con movimientos violentos. En los escalones de adelante una mujer hermosa muestra lentamente el perfil de sus piernas, sonríe amablemente al chofer y con un firme y seguro paso encara el pasillo. Todos contienen la respiración.

A medida que avanza sus rasgos se hacen mas claros y en el ambienté ya se sabe que la alumna tiene la mirada fija en el profesor. Este ultimo no se inmuta, se sonríe confortablemente, estira las piernas, se molesta en los detallas del vestido rojo, le presta atención al paisaje en la ventanilla, sólo de reojo y de pasada se fija en su alumna. Respira tranquilo, tiene la experiencia de haber pasado mil veces por esta situación. Sabe que a ella, a cada paso se le acelera el corazón, sabe que él le traspiran las manos, sabe que ella en el más erótico de los movimientos va a rosar su pierna por entre medio de las de él, se va a inclinar con la lentitud con la que se inclina un imperio, pasando su mano por detrás del cuello le va a tirar el pelo, sabe que él en ese momento va a apretar la mordida y respirar con fuerza, entonces ella le va a morder el labio, después le va a esquivar un beso rozándole con sus labios, entonces el desaforado y eufórico la toma con ambas manos y pone fin al momento. Luego todo sigue con normalidad, la gente vuelve a su lugar, y el con la alumna sentada en la falda la explica porque siempre supo que esto iba a pasar… la picadura de un mosquito me arrebata de súbito de mis fantasías, instantáneamente mi existencia se amolda nuevamente… culturales relevantes para la analiticidad, cualesquiera que ellos sean”.

III

El transcurso de una semana comprende 40.320 minutos. El tiempo que tardo en caminar de la pieza al baño, del baño al living, del living a la heladera deteniéndome a tomar un vaso de agua, y volver a la pieza, es de 2 minutos y 37 segundos. Esto significa que en una semana puedo hacer ese recorrido unas 17.000 veces (aprox.), siempre y cuando no haga mas que hacer ese recorrido.

IV

Cinco años atrás lo que hoy es un infierno era un paraíso. Las actividades tenían el gusto de la pasión, el tiempo se impulsaba por la ansiedad de la conquista en el más prolífico de sus sentidos, estudiar era un deleite en cualquiera de sus formas, ejercer el pensamiento un acto inherente e inevitable que producía las sensaciones mas deliciosas, las mañanas tenían armonía, las tardes introspección, las noches conducían indefectiblemente al “camino del exceso por el cual se llega al palacio de la sabiduría”… Black era carne en el cuerpo. El sol una fuente de energía y no una duración del tiempo en la que el espíritu es sedición. Hoy todo eso esta perdido, el horizonte esta perdido, la voluntad esta perdida, el destino errante lo signa todo, el desasosiego, la naturaleza del cuerpo corroído, hasta lo biológico determinado por generaciones pasadas y futuras completamente desconcertado, el instinto trastornado por los desvaríes constantes de la razón, la moral hecha estética, una estética horrible y desabrida, una existencia gris y nebulosa, la conciencia colmada de los negros humores de la bilis, y la bilis asediada por ácidos estomacales, todo vomitivo, todo repulsivo, de la ventana para afuera todo putrefacto, el mundo perverso, la sociedad pervertida, el amor lastimado, la gentileza amputada, la amistad traicionada, todo degenerado. Estoy perdido, harto perdido. Nada me retiene, nada me sostiene, nada me impulsa o detiene, nada de lo que hay ahí para el hombre es, ni “hombre”, ni “hay”, ni “ahí”.

V

17.033, la situación es insostenible.

VI

En ese desorden de universo, en ese caos inescrupuloso, en el vacío extendido, una y solo una pregunta me hago, ¿Qué se perdió? Y la única respuesta que me viene a la mente, solo consigue terminar de destruir todo lo que es escombro en polvo: Las ganas de matar. Para el lector atento el origen ya ha sido revelado. Principio de inmovilidad o lo que es lo mismo la ausencia de volición. Imposibilidad de elección. Saturación total entre lo deseado y lo efectuado. Falta de posibilidades del ser. Inescrutabilidad del futuro, ininteligibilidad del presente, desmembramiento del pasado.

Si bien toda mi anterior empresa, no tuvo por fin, objeto y anhelo, más que a la muerte misma, está, estuvo errada. Hundía el puñal en el vacío, asesinaba la corporalidad ya otrora muerta. Si bien necesaria, la primera serie de matanzas no fue suficiente. Algo quedo vivo, algo se multiplico por debajo de la superficie, algo que durante tiempo se gesto en silencio, en secreto, algo que cuando se dispuso a salir lo pobló todo; algo que hoy lo puebla todo, lo toca todo, lo contagia todo; algo inmaterial, intempestivo, frívolo, inhumano o sub-humano, un modismo que se erige contra el instinto de supervivencia. Ya siento por mis venas correr el frío sanguinolento del preámbulo mortuorio, la ansiedad exuberante que produce el deseo de extinguir, la afanosa búsqueda de la victima; y para esta nueva ocasión, la sepultura perpetua de su espíritu.

VII

Los preceptos de Dios y la indiferencia.

“No te harás imagen, ni ninguna semejanza de cosa que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra”
Éxodo 20. Viejo Testamento.

A estas alturas las páginas de Radiguet son ilegibles, en su lugar me entretengo con las ironías y decepciones de Mefistofeles. Por razones, tal vez obvias, mi alma se siente a gusto con este personaje. Más con sus decepciones que con sus ironías, pero con la diferencia de que a mi alma el hombre le produce angustia más que aburrimiento, y un poco de desesperanza también. Claro que Mefistofeles todavía tenía el juego del amor en toda su riqueza, para desafiar e impulsar al hombre; yo por mi parte no tengo mas que la indiferencia de unos y otros, y un juego, que nada tiene de lúdico ni romántico, menos de alegría y felicidad o de placer y erotismo. A lo sumo encuentro la perpetuación de una costumbre que sólo encuentra su razón de ser en la imposibilidad de sobrellevar la soledad, en la intención de alejarla lo más posible. Intención que, paradójicamente, lejos de cumplirse se multiplica, pero claro, en lo profundo, en el interior de cada persona. Y digo paradójicamente por que hace mucho el hombre perdió la capacidad de encontrarse en lo profundo de su interior. El hombre hoy habita en la más absorta superficialidad de su cuerpo.

Junto al desgaste de las páginas de Radiguet también se perdió mi manía por los tiempos sobrios. A la meticulosidad que era la marca registrada de mi trabajo se la comió la vorágine de lo concreto y lo efímero. Cuanto más rápido mejor, ese seria el nuevo concepto que prima, el de la fugacidad, que se corresponde con las propiedades del objeto de mi trabajo. Y por lo tanto, es clara e inevitable la contradicción con los tiempos de mi mente.

Hoy encuentro expresada mi labor en un sencillo concepto, el de la Fatalidad. Tanto por su acierto fatal, como por su significación teleológica, es decir, por el significado que remite al destino ineludible que conlleva toda fatalidad: la mejor conjunción posible entre azar y tragedia.

No hace falta prolongar más la cuestión, mañana mis asesinatos tendrán una única constante que se proyectará en toda esta nueva empresa…Asesinar la imagen.

A primera viste podría considerarse una tarea inicua o vulgar, pero en el asesinato de la imagen se esconde un doble asesinato el de la persona y el de su imagen, digo mas, un triple asesinato, el de la persona, la imagen y el espíritu; digo aun mucho mas, un cuádruple asesinato, el de la persona, la imagen, el espíritu, y por ultimo la corporalidad primera del ser humano, atada a los avatares del principio de la imagen.

De aquí, la clara trascendencia y necesariedad, para nuevamente, el orden del mundo, de esta loable tarea. Asesinar en el sentido estético, y por inevitable trascendencia, asesinar en el sentido ontológico y vital del ser humano.


Salí a despejar una riña de gatos que tenía lugar en mi cabeza hace tiempo. Entre en un bar de esos que se caracterizan por ser bien ruidosos. El espacio más que chico es justo, el humo denso, las voces gritonas, la música ensordecedora, un lugar perfecto para acallar los pensamientos y encontrar un poco de paz. Sumirme en la total vulgaridad ya no me preocupa. Estoy ahí vaciándome a gusto, dejando de ser por un rato. Buscando aunque sea unos minutos en que la mandíbula deje de roerme la vida. Un par de mesas a lo lejos se desenvuelve una situación desesperante. La chica sostiene la cabeza con su mano derecha, el codo apoyado en la mesa ya dejo su marca en la madera, un pañuelo sujeta todo el pelo (negro seguro), no usa anteojos, no fuma y tampoco esta tomando, ergo, no se mueve en lo mas mínimo. La otra chica que oficia de interlocutor es, como no podría ser de otra manera, las antípodas. No deja un segundo de rascarse la nuca, frotarse la nariz, sacarse los pelos de la cara, fumar y tomar. No me detengo ni un segundo a pensar su posible relación. Sean amigas, novias, primas, hermanas, lo que sea, no se conocen. No tienen nada que decirse. No hay ninguna posible conexión entre ellas. La desesperación se materializa en una tensión eléctrica que debería hacerlas explotar. Sus cuerpos parecen estar mediados por un hierro, cuando una se hace para adelanta la otra para atrás y viceversa. No se buscan los ojos al mirarse, no intentan escucharse, mucho menos responderse. Juraría que en la mente de la chica del pañuelo se esta llevando acabo una venta artesanal de ceniceros de arcilla, en cambio, en la mente de enfrente se esta corriendo una carrera de motos. No hay razón alguna, acorde al signo del universo, que pueda justificar esa reunión, esa conversación, esos soliloquios. Lo único que hay es la perpetuación de una práctica que conforma el esteticismo moderno. Lo único acorde que hay son los pantalones negros, las botas negras, y las remeras negras. Ese detalle es el único que puede funcionar de punto por el cual pase una recta que una ambas almas. Un color.

No se diga más. Mientras pido la segunda cerveza, por un precio que contribuye notablemente a incrementar el sabor exquisito de esa cerveza, tanteo los bolsillos de la campera y del pantalón en busca de un arma letal. Entre las monedas, los billetes y los cigarrillos que deje de fumar encuentro un invisible. Nunca se me había ocurrido, pero por ejemplo, a los fines de ocultamiento, es una excelente arma, lo mismo que para no dejar huellas, así que con eso es suficiente. Con el arma elegida, ya esta todo listo, queda la dulce espera hasta que la conversación llega al punto insostenible del cual partió y ambas muchachas decidan retirarse. Como sinceramente no tengo ganas de pensar, voy a seguir a la que salga y doble por primera vez a la izquierda.

Al principio me dije, quién muera hoy será pura decisión del azar, segundos después reformule mi afirmación, quién muera hoy será pura fatalidad.

A las cuatro y treinta, cuando se me esta terminando la cerveza, las “almas gemelas” se levantan y enfilan para la puerta, cruzan la puerta y se detienen un segundo en la vereda, intercambian algunos gestos y suben hacia el sur, habiendo doblado a la derecha. La felicidad de que ya estén afuera del bar impide que me moleste el detalle y comienzo tranquilamente a seguirlas. Después de 8 cuadras y dos giros mas a la derecha empiezo a impacientarme, pero fiel a mi suerte se que seré recompensado, y efectivamente lo constato unos metros después, cuando la chica del pañuelo, después de un beso insípido, gira hacia la izquierda, cruza la calle y camina por el borde de una iluminada avenida, que mas que alertarme sobre el peligro de la luminosidad, excita mi sentido de la valentía, de la intrepidez. Esa avenida llena de autos y luces me presenta de frente y mostrando los dientes un hermoso desafío, un reto digno de mi ingenio. Cuidadosa pero distraídamente, como corresponde a un buen asesino, me coloco en línea recta detrás del pañuelo y junto con el pañuelo detrás de la chica y detrás del negro también; y empiezo a acelerar el paso. Me separan unos tres metros de mi objetivo, que en 4

cuatro segundos pasaran a ser tres centímetros. Sin el menor ruido acelero furtivamente el paso… pasaron los cuatro segundos. Mientras mi brazo derecho se coloca a la altura de la cintura, la mano izquierda hunde y desplaza el invisible. El ingreso en perpendicular es perfecto, la piel y la carne no ofrecen ninguna resistencia, el metal se desliza suavemente por entre las venas desgarrando con una precisión milimétrica la segunda cuerda vocal, cortando de izquierda a derecha; el desplazamiento seco, brusco y firme termina por separar a la mujer de la voz.

El movimiento en su conjunto tiene la precisión y la excelencia que sólo puede tener lo fugaz, aquello que no dura lo suficiente, ni siquiera para caer bajo la posibilidad del juicio humano. Ni un esbozo de grito, ni un hilo de sangre, ni un tambaleo. El nudo del pañuelo se desajusto un poco.

Mi brazo derecho hace casi todo el trabajo en sostenerla, pero hasta un poco de ella también contribuye al andar. Casi muerta, con los ojos muy abiertos, camina a mi lado. Como para no pecar de inhumano trato de consolarla, de calmarla, de explicarle que en realidad no es tan grave, que no es tan distinto de lo que eran sus días, de que no deja mucho atrás, de que no esta perdiendo tanto, de que no esta abandonando ningún amor (real), en fin, entre esas palabras se nos van un par mas de metros, un par mas de autos, un par mas de faroles, hasta llegar a una rotonda, con un pequeño cantero poco iluminado donde la hermosísima chica del pañuelo va a mezclar la palidez de su cara, con la humedad del cantero. Negro, Blanco, Marrón.

VIII El espectador

Con la respiración todavía acelerada, camino sin mirar atrás por la avenida. Me dejo bañar por ese placer inmenso que sólo proviene de la perfección. Me regocijo en todo el sentido de la perfección, me siento pleno y completo, el universo no es mío pero sus reglas están delineadas por el trazo de mi mano…todo me es hermoso en este momento. Cruzo en el primer semáforo que interrumpe el espaciado simétrico de los faroles de la avenida, continuo un par de cuadras, doy vuelta a la derecha dos veces y encaro nuevamente para la avenida, por la vereda contraria a la que yace mi más reciente y victoriosa victima. Quiero ver en toda la exterioridad posible, ese hermoso acto de creación tendido inerte en el suelo, necesito ver como alrededor de ese cadáver, el universo lentamente se va acomodando, como una idea que pasa se infecta del olor a podredumbre y se muere, como una flor que pensaba crecer en el cantero ya no piensa; más que nada quiero ver, la incapacidad de ver, el mundo sigue pasando como si nada, una pareja, un hombre que pasea a su perro, un policía, nadie ha notado nada. Y esa, es ni más ni menos, que la corroboración de la insustancialidad del cuerpo de hoy. El cuerpo no es nada, y el espíritu menos, y entonces, como en esa chica no había imagen… entonces nada murió nada cambio. Es claramente una demostración por el absurdo. Si usted quiere mostrar que la imagen no significa nada (y todo) entonces mátela y coteje que al hacerlo nada cambia. Lo mismo para el cuerpo. Usted quiere saber que el cuerpo (sin imagen) no significa nada, entonces mátelo, y vea como al hacerlo nada cambia.

Mi tarea sigue estando en plena vigencia. Esta certeza renueva todos mis sentidos, podría salir y llevarme tres o cuatro invisibles más a la tumba esta misma noche. Ni el arrojo o la valentía de un Napoleón o un Alejandro pueden llenar la ventura de mi alma esta noche. Si Jesús Cristo se cruzara en mi camino podría matarlo sin parpadear, si mis padres lo mismo. Si Brenda se cruzara en mi camino también podría matarla, pero con los ojos cerrados. En ella encontré el recuerdo exacto de aquella sonrisa que me pedía morir.

Sigo camino hasta quedar paralelamente situado al cuerpo de ella. Es increíble que nadie lo note. Yo perfectamente puedo ver como el pelo se mueve apenas con el viento y como un perro callejero husmea en el olor a cadáver.

Desde un recoveco entre dos asientos de plaza se asoman dos ojos que me miran fijamente.

El Ángel vuelve caer del cielo-infierno a la tierra. Esa imagen es la única que puede representar este momento. Una nueva ruptura narcisista se descubre. La del espectador y el universo.

En mi lista de reglas había una referida al cuidado de no ser descubierto, las implicancias de tal situación, como la cárcel o la misma muerte son obvias. Pero era claro que esa mirada no interfería en lo más mínimo con la regla. Quien miraba no tenia algo que pudiera parecer a una expresión de alarma, su tranquilidad no había variado en ningún sentido. Mi acto de dar muerte a esa chica, tenía para mí una justificación más que valida y por tanto, era normal que no me inmutara en absoluto, pero para aquellos ojos esa justificación no existía. Por tanto, se habría una infinidad de preguntas sin respuesta que me paralizaban los músculos al punto de poner en riesgo toda mi labor de esa noche. Estar ahí parado, con la vista fija y perdida era una actitud claramente delatora que tenía que interrumpir en seguida, pero en el otro extremo de mis pensamientos, no existía lo posibilidad de continuar ni siquiera un paso hasta no haber desentrañado el significado de aquella inmutabilidad, de aquella mirada indiferente a la muerte. El ruido estridente y seco de una frenada me saco de mi abstracción, las pocas gentes que habían voltearon la cabeza. Era el momento justo para irse sin llamar la atención. A fuerza de voluntad camine hasta otro bar, a unas pocas cuadras, tratando de no ser atropellado en cada esquina producto del estupor que todavía sentía y de los pensamientos que se me agolpaban sin tregua. Caminaba totalmente sumido en una inquietud horrible.

La mayor parte de mi actividad, estaba justificada por la aberración en que consistía. Es decir, si bien el fin lo justificaba sobradamente: mostrar que la única solución para la situación actual del alma del hombre reside en lo drástico e irreversible de la muerte, ponía de relieve, la necesidad de una solución final de ese tipo.

Sentado en el bar, sordo a los decibeles dolorosos de la música y al calor sofocante, una sola conclusión me venia a la mente. Pase alrededor de tres cervezas negras y un vino caliente buscando otra respuesta, o tratando de falsear la ya conseguida. Nada. A simple y compleja vista, era irrefutable. Si el hombre ya ni siquiera se espantaba de la muerte, si podía contemplarla con total naturalidad, más aun, si podía convertirla una suerte de deleite, de contemplación placentera, mi tarea, toda mi empresa, había perdido sentido otra vez. Ya nada podía restituir el mundo al Orden Necesario.

De camino al refugio que representaba mi habitación con sus opacos libros, sentía que todo bajo mis pies se volvía lánguido, aburrido, densamente lento, como si se tratara de un peregrinaje a la crucifixión. Mi entera existencia, que yo creía marcada por un designio del destino, por una teleología indestructible se torno una bochornosa risa desvanecida en una multitud de espectadores. Esos dos ojos, se habían convertido en el anfiteatro de una comedia, de la cual yo era el actor principal, y a todo coro no paraban de reír.

IX

Pase varios días en cama, absolutamente decidido a dejarme consumir el resto de mis días, o hasta encontrar una razón que pudiera mostrarme que había algo ahí afuera, por más indeleble e ininteligible que fuera, que marcaba una regularidad, un trazo imperceptible que pudiera devolverme la confianza, en la loable actividad que había sido mi vida. Algo que pudiera darle realidad a esas palabras que una y otra vez había leído “la armonía oculta es superior a la manifiesta”. Varios días mas pasaron, alternando fiebres y delirios, sueños mezclados con realidad, o realidades mezcladas con sueños, nada era perceptible. Harto de buscar razones donde ya sabia imposible encontrarlas, me arme de coraje y decidí, como tantas veces había hecho, arriesgarlo todo en una demostración por el absurdo.

La solución me parecía definitoria, y serviría perfectamente para poner fin a tantas dudas. Consistía en crear las condiciones para mi muerte, situarme en ese escenario y dejar que la acción se desarrollara. Los desenlaces previstos por mi eran dos, o bien mi hipótesis se corroboraba, y en medio del escenario perfecto para mi muerte nada sucedía, con lo cual, mi destino nuevamente aparecía justificado y mi tarea también, y aquel episodio de los ojos inescrupulosos había sido un accidente, una casualidad, o bien… la otra posibilidad me era imposible de concebir, mucho menos de formular en palabras.

Después de ponderar entre varias opciones, me decidí por la más arriesgada, si lo que estaba en juego era el sentido de mi existencia, no podía dejar lugar a ambigüedades.

Esa tarde, coordine con mi hermana, para buscar a mi sobrino de cuatro años con la promesa de llevarlo de paseo. Ella gustosa e ingenua acepto, sin reparar en la extraña invitación.

Mi sala de lectura había sido el lugar elegido. Quite todos los muebles, dejando tan solo las estanterías repletas de libros. Marque un rectángulo en el piso, donde en cada uno de los extremos fije al piso unas argollas metálicas y unas esposas. El rectángulo tenía la longitud de mis cuatro extremidades. Dispuse desparramados por el suelo, toda suerte de relucientes y brillantes juguetes para mi sobrino. Había de todo, cuchillos recién afilados de distintos tamaños, pequeñas hachas, martillos, pinzas, una serrucha, un látigo y hasta una ballesta, que a pesar de los años que llevaba en el sótano, todavía funcionaba. Le explique al inocente niño, que cada uno de esos juguetes eran como crayones con lo cuales tenia que dibujar sobre mi cuerpo.

Vestido tan solo con un pantalón corto y negro, me situé en mi posición. Con tranquilidad y con la mirada perdida en los lomos de los libros, asegure primero mis pies con las esposas, me vende los ojos, y ayudado por el tacto, deslice mis muñecas por las esposas haciendo presión contra el suelo, hasta quedar completamente inmovilizado contra el suelo. Invite a mi sobrino que empezara libremente a jugar.

Lo primero que llama su atención es la ballesta, no sólo lo adivino por el ruido, sino más precisamente por el rectángulo afilado que se clava incisivamente en mi costilla izquierda. El brotar de la sangre roja, le otorga realidad a mi analogía con los crayones, y dispuesto a armar un precioso dibujo, alentado y excitado por la realidad del color rojo, toma ahora el cuchillo, con el cual delinea unos garabatos. Por la rapidez de su respiración y los jocosos ruidos, me doy cuenta que mi sobrino la pasa de maravilla.

Tan concentrado en adivinar los movimientos que realiza, constato el olvido de mí mismo, y entonces, cuando me recuerdo siento un profundo temor por tanta calma. Se mezclan la felicidad de saberme tan seguro de la certidumbre de mi destino y de la imposibilidad de que no se cumpla. Pero cuando empiezo a sentir que desde el abdomen hasta las pantorrillas me chorrea sangren no puedo evitar que un escozor me corra por la espalda. No había previsto, que tal vez, mi sobrino no me diera muerte como yo creía, pero si, que yo me dejara morir. Esa posibilidad, que antes no había cotejado, introducía toda la ambigüedad y la incertidumbre que había tratado de evitar. Sabía que a las seis mi hermana vendría a buscar a su hijo. Para cuando el ritual había comenzado eran recién las cuatro de la tarde. Tendría que aguantar casi una hora mas en ese estado de desangramiento o todo habría resultado en vano.

Unos segundos después, me arrepentía de haber dedicado mis últimos pensamientos a tamaña banalidad. Mientras una hermosa navaja suiza se hundía graciosamente en mi pecho, yo veía desfilar las caras de mis victimas, entre un sentimiento de arrepentimiento y culpa. Me retorcí violentamente escupiendo sangre y saliva, que producían más mis pensamientos que el cuchillo. No me permitiría ahogarme en la mediocridad del arrepentimiento. Con las últimas sinapsis que me quedaban, invente un artilugio incongruente que justificara todos mis asesinatos. Todos menos el de la chica de la sonrisa, que cualquiera en cualquier mundo hubiese comprendido. Pero hasta en ese último halito de esperanza todo era en vano. Allí estaba yo, muriendo, asesinado por un niño, sin culpa, sin intenciones, sin sentido, sin conciencia, sin lógica, sin motivo. Movido únicamente por la diversión, por el arte de dibujar, por un juego sobradamente lúdico. Una muerte sin razón, sin ningún atisbo o fragmento posible de algo semejable a una razón.

Moría una tarde de verano, alrededor de las cinco de la tarde, escuchando una sonrisa infantil, alegre y despreocupada, inocente y divertida, que representaba, ni más ni menos, que todo el azar puro, toda la contingencia del Universo.

Fin

jueves, 19 de agosto de 2010

El Necesario Orden - Primera Parte

El Necesario Orden

“Ya vivía, y la vida era un mortal enojo;
ya moría, y la muerte era viva alegría.”


La mayoría de los hombres no habría comprendido mi sonrisa. Y lo entiendo. Es sabido que la costura es una práctica que mas concierne a lo femenino; una tarea desdeñada por hombres impacientes; pero en mi favor debo decir que mi trabajo requiere mucha paciencia.

Afuera el día resplandecía de vida. A la sombra, una suave brisa, proveniente de la montaña, equilibraba justamente, el calor que se tornaba sofocante luego de unos minutos bajo el sol naranja.

Esta mañana todavía no había salido de mi cuarto. Sentado en la cama, sonriente y alegre daba prolijamente cada puntada dejando perfectamente cosido cada uno de los botones. Si bien odio las tareas hogareñas cualesquiera sean, esta mañana es especial, el café seria especial, el amanecer había sido especial, arreglar el traje me deleitaba especialmente, pues la tarea de hoy es matar y; matar es especialmente hermoso.

Listos los botones, acomode el saco en la silla estirándolo bien, deje sobre el escritorio el hilo y la aguja con unas gotas de sangre (prueba irrefutable de mi inmortalidad), sacudí las sabanas y suavemente las arroje contra la cabecera. Me puse las pantuflas y camine a la cocina. Sin reparar en cuidados, tome todo lo que había al paso y lo fui tirando en una bolsa negra, que luego tiraría en el hombrecito de lata que espera a la entrada. Como el día lo ameritaba tire el café sobrante en la cafetera y puse agua a hervir. A mis veintitrés años ya soy un adicto al café y ni la resaca más fiera me apartaría de una taza de café por la mañana. Me llene la mano de granos y los coloque en el mortero, lentamente y con amor fui moliendo cada uno de los granos de café; estos días son de esos en los que no se sabe si este será el ultimo café, así que las cuatro horas restantes de la mañana eran todas para esas tazas de café. Si sobraba tiempo me afeitaría, aunque mi barba de 2 días era mi preferida temía que tapara, o simplemente hiciera sombra, sobre la estupenda sonrisa que lanzaría a ese infeliz segundos antes de despacharlo.

Seguramente acompañaría el café con mis lecturas clásicas por excelencia La Biblia y El Diablo en el Cuerpo, una ficción y una ética, respectivamente; para este día es realmente necesario aquietar mi alma y mis pasiones y para dicho propósito nada mejor que el café y una buena lectura.

En este trabajo volver vivo después de una día de trabajo es una lotería, tal vez hoy, mañana o en 50 años estaré muerto, por eso tomo todas las precauciones necesarias; en la mesa de luz tengo guardadas Siete Cartas de despedida.

La primera es a mi madre y mi padre. La segunda tiene plata para los gastos fúnebres y las cuentas pendientes, es menester no dejar cuentas por pagar a nadie. La tercera tiene la foto y una carta de una novia de hace muchos años, a quien le debo el recuerdo de lo que podría llamarse amor.

Filipo II le había dado a Alejandro, a temprana edad, un consejo de esos que nunca hay que olvidar: El poder es solitario. A mi temprana edad también, la vida me a enseñado que el poder mas grande es el de matar, y en razón de eso, lo mas cercano al amor, había sido esa novia a los 17 años. Esta carta tiene algo particular, ahora que recuerdo lleva una confesión. Recuerdo que aquella novia tuvo su primera vez conmigo en el amor; si no hubiese sido por eso, habría notado que también era la mía. Si bien reescribí muchas veces esta carta, nunca pude superar la finitud de las palabras, siempre me queda algo que no puedo hacer llegar a las palabras. Es ese segundo de orgasmo que compartimos ambos por primera vez, donde nos dimos cuenta, que el sexo, no es sino otra forma de besar. Tal vez un poco mas cálida, mas prolongada, mas exuberante, mas atrapante, mas intempestiva, pero al final, las mismas ganas de decir te amo, te amo y te amo tanto que para demostrártelo tendría que evitarte esta vida angustiante y trágica que continuaras sin mi y matarte. Siempre supe que la dejaría. Tal vez algún día le devuelva todo ese amor, y realmente la mate.

La cuarta carta esta dirigida a todos y a ningunos de los existentes humanos. Da cuenta de las razones, mas bien casualidades de porque este es mi camino, porque este mi trabajo y porque es el mas feliz de todos. Hace años la escribí y no recuerdo bien que dice, pero supongo que será algo más o menos así: “…y por todo eso este es el trabajo que mas feliz me hace y no lo cambiaria por nada.”, lo anterior a los puntos suspensivos es donde mi memoria falla.

La quinta carta es para Manuel. Todos los domingos, sin falta me siento con Manuel a tomar Whisky, él me dice la marca, yo lo compro, él tiene 2 vasos, yo llevo hielo, él saca dos bancos, los dos nos sentamos.

Nos sentamos bajo el techo de la entrada de la puerta que da a su casa. Su casa esta en el fondo, a la izquierda, entre dos árboles, en el último y mas oscuro rincón del Cementerio. Entre paredes de no mas de dos metros de largo un colchón sobre un piso de madera crujiente hace de cama, una silla con cuatro patas y un respaldo de paja mas un almohadón violeta sacado de la capilla del cementerio, una mesa, y una pared llena de libros, todos regalos míos a Manuel. Aquí, en el más perfecto de los paraísos, en el silencio parlante, en el lugar donde realmente se mide la historia, el pasado y el futuro, que no lo marca sino el paso y estancia de unos y otros por este mundo, y el reconocimiento que se encuentra justamente a la hora de llegar al fin; aquí trabaja Manuel.

Pasamos horas, preguntando y respondiendo, tratando de develar un historia tan antiguo como la vida misma, en una discusión sin fin: ¿A quienes le hablan? Nuestra inteligencia nunca fue de las más excelsas, pero conocemos lo suficiente, y estamos seguros de que los muertos no hablan.

A Manuel lo conocí, cumpliendo la 3er regla de mi lista de reglas laborales que cuenta con Nueve. Según esta regla me veo obligado a llevar, siempre, indefectiblemente, un Clavel a aquel, a quien haya dado muerte. Desde el principio Manuel supo que yo no tenía muchos parientes, pero nunca pregunto por la frecuencia de mis visitas. El sólo se limitaba a su trabajo, tener listo un Clavel, para cuando yo pasara por ahí; así fueron las primeras veces, luego la inercia nos llevo a la charla y la charla a la amistad. Mi intuición no tardó en alertarme de los beneficios de esta amistad en vistas de mi trabajo; Manuel prometía cuidar mi tumba, poner todos los domingos un Clavel. Y cuidar que no me robaron ningún hueso. Yo por mi parte era buena compañía, le llevaba el Whisky y de tanto en tanto contribuía con algún momento de lucidez a develar el misterio. Recuerdo un momento de esos, le dije sin preámbulo alguno “Son todos unos idiotas”. Yo he visto muchos ojos fallecer y existinguirse, y en ninguno de ellos encontré el deseo de un Clavel y una charla de 5 minutos todos los domingos. Más bien había el deseo de un tiempo perdido, de un beso no dado, de un amor no confesado, de una vida desperdiciada. Un recuerdo y un anhelo de todo eso que no dicen las palabras, la angustia de saber no volver a sentir el cuerpo. Escuchar un estomago rugir de hambre, la sal de una lagrima, el ardor de una cachetada, el sudor del sexo; los ojos de los muertos parecen remitir siempre a una vida animal que se ha perdido al momento de pensar. Una vida que nos define y a la que sólo nos acercamos cuando morimos, y ahí nos identificamos con lo que somos, y nos damos cuenta de lo que hemos perdido, de lo inhumano como hemos vivido, de lo acertados que fuimos, de lo trágico que nos perdimos, del placer de gozar. (Esto podría ir antes de los puntos suspensivos que antes no recordé.)

La secta carta, esta escrita a todos los familiares de las personas que mate, y que seguiré matando dice: Perdón, sólo contribuyo al orden del universo.

La séptima carta tiene unas mínimas instrucciones, para que la persona que se lleve mi vida, deje allí unas palabras alusivas.

Regla 1: Todos comenten errores, todos menos Tu.

Si bien siempre me es complicado programar horarios, el día de hoy estaba organizado de la siguiente manera: de 12 a 14 dos encargos. Cada uno no debía llevar más de una hora, entre el hecho, el previo suplicio, la captura, las últimas palabras, el adiós y el hola, y la limpieza del arma.

La noche anterior me había dedicado a dibujar cada uno de los asesinatos, no se pensaran que es tan simple como disparar, ahorcar, asfixiar, golpear, apuñalar, quemar o atropellar. El dibujo por lo general dependía de dos cosas, una intuición o un meticuloso estudio de la vida del afectado. De los 5 trabajos del día, la disposición había sido, los dos primeros meticulosos, y los otros tres intuitivos.

El padre Antonio tenía 38 años y su faena diaria excedía la plenitud de sus años. Nótese a simple viste lo ajetreado de una cotidianeidad que consume, ni mas ni menos que la plenitud de la vida. Una mañana empezada a horas de la noche, por lo general cuatro o cinco de la mañana, treinta y dos rezos fijos en números al pie de la cama, el contenido variaba según época del año, calendario religioso, lluvia o sol o pedido especial. Luego, dos cuartos de hora de trote en el lugar con sotana y habito, trote sobre el polvo de las tablas de la habitación, y durante todo el trote contemplación, propiamente dicha, de una pintura al óleo con la imagen de la Virgen María.

El desayuno era lo único que podría reprochársele de ostentoso, café solo, jugo de naranja, galletas de chocolate, pan de varios tipos, mermeladas de varios gustos, un tostado de jamón y queso, dos facturas siempre de grasa y una porción de torta de las tantas que recibía a diario en la parroquia. Por la contextura física del padre, no era de asombrar tal hábito alimenticio. A las siete bendecía la parroquia según la tradición y a las siete y media habría la puerta a los primeros creyentes; a los cual no voy a juzgar por el constante desperdicio de su vida en la iglesia rezando y orando. Dos horas más tarde caminaba a la escuela Normal 114 donde impartía clases de matemáticas a alumnos de cuarto y quinto año. Al finalizar la segunda y última clase llevaba a los alumnos a una cancha que lindaba con la escuela donde además de Entrenador, oficiaba de 3 en el equipo de 8 jugadores del colegio. En la cancha se veía la verdadera vocación y entrega religiosa. El amor cristiano le impedía al padre, siquiera, tapar un gol. La devoción por la gloria ajena, y la contradicción de esta, se hacia tangible e insoportable en la cancha. Un espíritu dividido entre el deber y la bondad, entre el compromiso y la entrega de tal gloria ajena, a mi juicio inexistente. Para graficar esto no hace falta más que citar las estadísticas del padre, en 11 años de jugador y con 54.863 minutos en cancha: ninguna roja, ninguna amarilla, ninguna patada, ningún gol, ningún quite, sólo minutos en cancha y partidos al año.

Entre ninguna de las tareas del día había un tiempo dedicado al aseo, el padre simplemente estaba enamorado del aroma penetrante del sudor. Necesitaba segundo a segundo constatar a través de ese aroma, que su paso por este mundo dejaba un surco, el padre tenia la imagen de ser un campesino y el mundo su campo y no paraba de pasar la asa de un lugar para otro, y el sudor de ese trabajo, lo revivía constantemente.

A las 5 de la tarde el padre se dirigía al diario del pueblo donde redactaba los avisos de misa y los saludos de fallecimientos. Tarea que le consumía una fastidiosa hora de su tiempo.

Al salir tomaba un café y luego volvía a la escuela para dirigir el transito a la salida del colegio. Tarea ridícula si las habrá en un pueblo donde por cada habitante faltaba un auto.

A las 6 acompañaba a algunos alumnos a sus casas, hablaba con los padres, todos los días informando y aconsejando sobre el futuro de sus hijos. El padre conocía a la perfección a cada uno de sus alumnos y según sus facultades y habilidades les daba a los padres una lista de posibles tareas para mejorar en cada caso cada una de esas facultades o habilidades.

Esta tarea tenia limite a la caída del sol. Nunca nadie jamás, se atrevió a preguntarle al padre, porque minutos antes de la caída del sol, el daba por terminado lo que estuviese haciendo y volvía a su casa con urgencia.

Este hecho abría una posibilidad infinita de conjeturas entre la gente del pueblo, las mas ridículas iban desde una supuesta transformación a Padre-Lobo hasta argüir que a esa altura del día ni el mismo padre podía soportar el olor de su sudor. Lo cierto, es que al llegar a su hogar el padre se dedicaba apasionadamente a tres horas seguidas de lecturas teológicas.

Luego… el sueño mas profundo que jamás haya visto.

“Absolutamente nada hay de condenable en la vida del padre, y por eso mismo merece morir. La perfección de su existencia pone en jaque la vida de todos, el Padre ha logrado hacer de Todo algo bello y generoso, y eso mismo insultaba la belleza, le quitaba poder, distinción, excelencia, aquellos que buscan el ruido del mundo que se oculta, se sienten aturdidos por el padre. El mundo necesita del asesinato del padre, su muerte debe devolverles a los hombres la fragilidad de la perfección, saber que cualquier vida que quiera hacerse de la inmortalidad, equivoca el camino. La inmortalidad la entrega el vivo al muerto. El reconocimiento de la inmortalidad primero tiene que ser miedo, el miedo de que esa persona pueda vivir por siempre; una vez muerto…Si, adoración y eternidad, no antes. El padre merece la inmortalidad, sin duda, pero no en esta vida, ni con esas acciones, sólo una muerte trágica es posible para él. El mundo debe ser restituido a su orden”, esas fueron las palabras del poeta que me había encargado la muerte del padre. Para mi sólo contaba la ultima frase.

No me tomo más de cinco minutos el dibujo de la muerte del padre, era más que fácil configurar ese hecho.

La primera vez que me asome desde el parque a la ventana del padre, supe como seria, (y como fue), quede prendido de esa imagen. En la mañana cuando el padre comenzaba su trote el polvo que se levantaba creaba una bruma en toda la habitación, casi nada podía percibirse entre el marrón de las paredes que teñía el polvo; del Padre sólo se veía la cintura y unos brazos fuerte y ágiles moverse como alas, la mirada de la Virgen fundida con los ojos del Padre sacaba la imagen del cuadro y la Virgen se acercaba al Padre, el aletear le daba lentamente vuelo al cuerpo vestido en negro y lo invitaba a subir, y el trote del Padre parecía avanzar, y dejar atrás la bruma indeterminada, y sobre el Padre la imagen de moisés subiendo el monte y la Virgen en la altura esperando para amarlo, y ese momento hermoso, congelado para siempre por el frió de la bala que cruza de la espalda al pecho al Padre, y golpea ferozmente a la virgen y ambos caen… el padre sobre la Virgen y la sangre que casi negándose se escurre del corazón del Padre dibuja las lagrimas de la Virgen.

De los intuitivos, uno no dejaba de atormentarme. El encargo era único, por vez primera el motivo del asesinato es la desmesura de una sonrisa. Siempre había escuchado que las sonrisas enamoran, pero según el relato, el de esta niña no deba lugar sino a la muerte súbita.

Entre una multitud de personas sonrientes, bailarines de burdel todos, buscaba la victima de mi cliente.

Nunca había sido tan desleal a mis reglas laborales. No pude ni un segundo dejar de mirarla. “Estoy enamorado”… no podía dejar de repetirme eso. Dos días después cuando la tenia frente a mí, tomada del cuello, a punto de atravesarla con el cuchillo, le suplique a gritos que me matara; daba lo mismo. La odie con tanto odio, que quise que mi cuchillo llegara hasta el corazón y lo sacara a la intemperie, al mundo horrendo, injusto y poético, en el que ella me había dejado después de su sonrisa. El odio no era por la indiferencia, todo lo contrario, que su mirada me buscara, para buscar nada, me ofendía hasta el horror. No dejaba de mirarme, y no le importaba ni un poco lo que bajo su mirada se creara. Después de mucho tiempo entendí qué mate, cuando la mate… Inocencia.

Otra vez; no hay lugar en el mundo, para tanta belleza. No hay compresión de una sonrisa tan gratuita, y gratuita porque uno sabe que nada esta a la altura del canje.

Y ahí esta todo lo cínico, algo tan gratuito que no tiene precio, pero por exceso, por magnificencia, por invaluable, y a la vez, nos roza. Y ahí también, esta toda la locura, y ahí si entiendo porque tanta furia y empeño en hundir el puñal. Ni un suspiro más.

Y no es suficiente, cuando esta cerrando los ojos, me mira, y no muere, me mira y me entiende, y entiende mi consuelo, y lo reconoce, intenta sanarlo. Y Dios como sonríe, y le suplico que muera, yo o ella, pero que termine.

Ni siquiera verme llorar mientras la mato, le saca un enojo. No se inmuto ante la crueldad más grande. Hasta parece que sigue bailando, ni cuenta da de todo el cuchillo en su pecho.

Sola, sigue Sonriendo.

No dejo de preguntarme que hubiese respondido, si le hubiese preguntado su nombre. Tan ciego estaba. Todavía me descubro sentado en la cama gritándole, implorándole que me mate. Como va a pretender que después de mirarme y mirarme, me haya mirado y nada mas. En que lógica sino en la de la Inocencia se mueve lo sublime.

Hice bien. No podía permitirle, seguir asesinando. Tal vez por eso sonrió, tal vez por un segundo reconoció que no era más que lo mismo que yo. Pero mil veces mas efectiva; jamás yo lograría matarte y dejarte parado ahí viéndome vivir, y bailar, bailar y que el calor del Infierno pierda comparación, sonreír y que morir en una hoguera ardiendo sea tan frió. Y que hasta el Sol, buscara abrigo en sus piernas.

Cuando se experimenta la belleza como razón de la muerte, muchas de las cosas del mundo pierden su encanto. La perfección se devalúa a pasos agigantados. La estética se desmorona. El ruido oculto desaparece. El silencio pierde su atractivo. La mujer gana el encanto de una serpiente, un reptil. La belleza, sin más, se escinde para siempre de lo bueno. Y entonces la pregunta que queda, es ¿qué queda? Desorden y coraje.

Subrepticiamente cambia el plan del día, su orden lógico e inalterable se vuelve refutable. Tan solo queda un asesinato por cometer. El hombre debe morir.

El sentido debe ser restituido desde un perfecto desorden. Mi tarea, mi razón de ser, mi función en este mundo se extingue, se vuelve superflua e innecesaria. Su contradicción estalla y se vuelve una obviedad. No es que halla descubierto el sinsentido de todos mis asesinatos, por el contrario he descubierto el azar de ese sentido que yo encontraba, aquellas palabras tan reconfortantes, suenan ahora a una grotesca burla: “el mundo debe ser restituido a su orden”. La muerte del Padre y de la niña habría bastado para restituir el orden del mundo, eran la máxima expresión de una tarea desempeñada con la precisión y la excelencia de la virtud, pero en mi interior no dejaba de atormentarme el haber perdido la razón de mi existencia. Entonces empecé a figurarme que la cuestión no era descubrir y llevar a termino el Sentido de un practica y por tanto de un mundo, si no el de alterar constantemente la practica y el mundo, para que el sentido vaya transformándose, eterna y constantemente, para no llegar a ser nunca un sentido completo. Por supuesto que llegado tal punto, pensé en mi muerte, en mi muerte como anulación de toda una serie de acciones orientadas hacia ese sentido único y perfecto que yo creía encontrar en el asesinato de cada persona, buscando traer orden al mundo. Pero la banalidad y trivialidad de esa salida me producía asco. Y si bien la belleza estaba destruida, el gusto de mi estomago seguía intacto, y cada vez que pensaba en el suicidio, este se retorcía y juzgaba horrenda tal idea.

Abandone el hastía de mi cama y salí al mundo con la esperanza de encontrar algo, algo que se pareciera lo mas posible a la muerte.