domingo, 24 de octubre de 2010

Aprender a hablar I

Aprender a hablar I

Quiero compartir el silencio.
Que te sientes al lado mio y
haciendo lo que quieras
acompañes mi lectura.

No tengo nada que decirte.
Permitiría que interrumpas mi
silencio sólo para no responder
y hacer mas profundo mi mutismo.

Todavía no te quiero, tampoco
se si te voy a querer. Y sin embargo
todo lo que quiero es tu compañía.
Tu silenciosa y material presencia
en el sillón de al lado. .

¿Que algo en mi se rompió? Tal vez
¿Me olvide el sentido de las palabras? ¿Me
desacostumbre a que solo duelan?
¿Me di por vencido frente a su divorcio
del alma, de la verdad, de una emoción real?

O será que tan solo descubrí
que en el mas absoluto silencio
de la cercanía de los cuerpos
se puede querer.

domingo, 17 de octubre de 2010

El Necesario Orden. Segunda Parte

I

¿Como enterarse cuando uno esta perdido? Esta pregunta tiene una equivalente o una anterior, ¿Cuál es el origen? A simple vista podría pensarse que la segunda pregunta esta incompleta ya que el origen tiene que ser de algo, el origen de x. X es aquello que se perdió. Entonces, para enterarse porque uno se halla perdido hay que preguntarse, que es la x que se perdió, y cual su origen.

II

El martes a la tarde después de haber dormido 12 hs con innumerables interrupciones, me levante. Despegarme de las sabanas y sentarme en la cama me consumió el resto de las energías que me quedaban para llegar hasta la noche, momento en el cual el calor dejaría de ser agobiante, tortuoso y sufrible, para convertirse en un malestar más de los muchos cotidianos que no dejan sobrellevar el día con decencia. Apelando al automatismo propio del movimiento de los cuerpos según la mecánica newtoniana, le imprimí fuerza al cuerpo inerte y lo deje desplazarse, recorriendo los cuatro espacios que comprendían el departamento. La ausencia de volición en mi ser era tal, que no necesite si quiera, una fuerza de resistencia para detener el movimiento de mi cuerpo. Corolario: La mecánica de newton no sirve para ser aplicada a las fuerzas de la volición.

Sentado de nuevo en la cama, se me impregno una sensación horrible, la sensación de que ese mismo acto se había repetido diecisiete mil veces seguidas. Me invadió un profundo asco por mi ser, unas detestables ganas de no ser mas lo que era. En ese momento la metamorfosis de Kafka me sonaba a la resurrección hermosa de una mariposa, tal era mi hastió.

Recurrí nuevamente a los principios de acción que no necesitan de voluntad alguna. Pase de la cama a la silla negra con rueditas que estaba a unos centímetros, una vez sentado gire lentamente con los ojos cerrados con el deseo de que junto con la silla girará la tierra y que entonces al abrir los ojos estaría en Indonesia o en Camboya o en el Purgatorio o en el Séptimo circulo, o en el Kinkukaji o en el ultimo punto de latitud del extremo Norte del Polo Norte. No hizo falta abrir lo ojos para constatar que nada había cambiado, a esta altura podía sentir en el aire, en el entorno, la insoportable pesadez del ser de mis apuntes. El eterno escritorio seguía ahí, con sus eternos libros, cada uno con sus correspondientes notas, que contenían ideas brillantes que nunca llegarían a brillar.
Sin encontrar ninguna intencionalidad en mi estado, deje que la cotidianeidad (primer principio de acción que no necesita de volición alguna) amoldara la forma del tiempo y del día; y sin ofrecer resistencia, colgué los brazos al costado del cuerpo y obedecí. Durante dos horas leí “Two Dogmas of Empirism” con la mayor displicencia que hubiese en el mundo (en el transcurso de esas dos horas me levante varias veces al baño y a tomar agua, cada vez que volvía al escritorio anotaba en el margen de una hoja algunos números: 17.001, 17.001, 17.002, 17.003, etc) “La apelación a lenguajes hipotéticos de un tipo artificialmente sencillo podría probablemente ser útil para la aclaración de la analiticidad, siempre que el modelo simplificado incluyera algún esquema de los factores mentales, comportamentísticos o culturales relevantes para la analiticidad… un alumno levanta la mano para interrumpir al emérito y reconocido profesor, luego de la breve pregunta y la inmejorable respuesta del profesor, que prueba nuevamente porque es una de las mentes brillantes de este mundo, el profesor se distrae. Nota que en primera fila una chica lo mira fijamente a los ojos, en la mirada no oculta su deseo por el, más bien, no teme en dárselo a conocer. El cruce de miradas continua, y en el interior del inconsciente pervertido del académico se elucubran fantasías que desdibujan y reinventan los limites de lo copulativo. La alumna, claramente reúne todas las condiciones como para ser el objeto de deseo perfecto, sino, no seria ella quien la estuviese mirando.

Horas mas tarde camino a su casa, sentado en el último asiento del colectivo, ajustando la vista sobre el resto del colectivo, trata de comprender el movimiento ilógico de los pasajeros. Como si la gravedad su hubiese situado a cada lado del colectivo las personas se aprietan contra los costados con movimientos violentos. En los escalones de adelante una mujer hermosa muestra lentamente el perfil de sus piernas, sonríe amablemente al chofer y con un firme y seguro paso encara el pasillo. Todos contienen la respiración.

A medida que avanza sus rasgos se hacen mas claros y en el ambienté ya se sabe que la alumna tiene la mirada fija en el profesor. Este ultimo no se inmuta, se sonríe confortablemente, estira las piernas, se molesta en los detallas del vestido rojo, le presta atención al paisaje en la ventanilla, sólo de reojo y de pasada se fija en su alumna. Respira tranquilo, tiene la experiencia de haber pasado mil veces por esta situación. Sabe que a ella, a cada paso se le acelera el corazón, sabe que él le traspiran las manos, sabe que ella en el más erótico de los movimientos va a rosar su pierna por entre medio de las de él, se va a inclinar con la lentitud con la que se inclina un imperio, pasando su mano por detrás del cuello le va a tirar el pelo, sabe que él en ese momento va a apretar la mordida y respirar con fuerza, entonces ella le va a morder el labio, después le va a esquivar un beso rozándole con sus labios, entonces el desaforado y eufórico la toma con ambas manos y pone fin al momento. Luego todo sigue con normalidad, la gente vuelve a su lugar, y el con la alumna sentada en la falda la explica porque siempre supo que esto iba a pasar… la picadura de un mosquito me arrebata de súbito de mis fantasías, instantáneamente mi existencia se amolda nuevamente… culturales relevantes para la analiticidad, cualesquiera que ellos sean”.

III

El transcurso de una semana comprende 40.320 minutos. El tiempo que tardo en caminar de la pieza al baño, del baño al living, del living a la heladera deteniéndome a tomar un vaso de agua, y volver a la pieza, es de 2 minutos y 37 segundos. Esto significa que en una semana puedo hacer ese recorrido unas 17.000 veces (aprox.), siempre y cuando no haga mas que hacer ese recorrido.

IV

Cinco años atrás lo que hoy es un infierno era un paraíso. Las actividades tenían el gusto de la pasión, el tiempo se impulsaba por la ansiedad de la conquista en el más prolífico de sus sentidos, estudiar era un deleite en cualquiera de sus formas, ejercer el pensamiento un acto inherente e inevitable que producía las sensaciones mas deliciosas, las mañanas tenían armonía, las tardes introspección, las noches conducían indefectiblemente al “camino del exceso por el cual se llega al palacio de la sabiduría”… Black era carne en el cuerpo. El sol una fuente de energía y no una duración del tiempo en la que el espíritu es sedición. Hoy todo eso esta perdido, el horizonte esta perdido, la voluntad esta perdida, el destino errante lo signa todo, el desasosiego, la naturaleza del cuerpo corroído, hasta lo biológico determinado por generaciones pasadas y futuras completamente desconcertado, el instinto trastornado por los desvaríes constantes de la razón, la moral hecha estética, una estética horrible y desabrida, una existencia gris y nebulosa, la conciencia colmada de los negros humores de la bilis, y la bilis asediada por ácidos estomacales, todo vomitivo, todo repulsivo, de la ventana para afuera todo putrefacto, el mundo perverso, la sociedad pervertida, el amor lastimado, la gentileza amputada, la amistad traicionada, todo degenerado. Estoy perdido, harto perdido. Nada me retiene, nada me sostiene, nada me impulsa o detiene, nada de lo que hay ahí para el hombre es, ni “hombre”, ni “hay”, ni “ahí”.

V

17.033, la situación es insostenible.

VI

En ese desorden de universo, en ese caos inescrupuloso, en el vacío extendido, una y solo una pregunta me hago, ¿Qué se perdió? Y la única respuesta que me viene a la mente, solo consigue terminar de destruir todo lo que es escombro en polvo: Las ganas de matar. Para el lector atento el origen ya ha sido revelado. Principio de inmovilidad o lo que es lo mismo la ausencia de volición. Imposibilidad de elección. Saturación total entre lo deseado y lo efectuado. Falta de posibilidades del ser. Inescrutabilidad del futuro, ininteligibilidad del presente, desmembramiento del pasado.

Si bien toda mi anterior empresa, no tuvo por fin, objeto y anhelo, más que a la muerte misma, está, estuvo errada. Hundía el puñal en el vacío, asesinaba la corporalidad ya otrora muerta. Si bien necesaria, la primera serie de matanzas no fue suficiente. Algo quedo vivo, algo se multiplico por debajo de la superficie, algo que durante tiempo se gesto en silencio, en secreto, algo que cuando se dispuso a salir lo pobló todo; algo que hoy lo puebla todo, lo toca todo, lo contagia todo; algo inmaterial, intempestivo, frívolo, inhumano o sub-humano, un modismo que se erige contra el instinto de supervivencia. Ya siento por mis venas correr el frío sanguinolento del preámbulo mortuorio, la ansiedad exuberante que produce el deseo de extinguir, la afanosa búsqueda de la victima; y para esta nueva ocasión, la sepultura perpetua de su espíritu.

VII

Los preceptos de Dios y la indiferencia.

“No te harás imagen, ni ninguna semejanza de cosa que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra”
Éxodo 20. Viejo Testamento.

A estas alturas las páginas de Radiguet son ilegibles, en su lugar me entretengo con las ironías y decepciones de Mefistofeles. Por razones, tal vez obvias, mi alma se siente a gusto con este personaje. Más con sus decepciones que con sus ironías, pero con la diferencia de que a mi alma el hombre le produce angustia más que aburrimiento, y un poco de desesperanza también. Claro que Mefistofeles todavía tenía el juego del amor en toda su riqueza, para desafiar e impulsar al hombre; yo por mi parte no tengo mas que la indiferencia de unos y otros, y un juego, que nada tiene de lúdico ni romántico, menos de alegría y felicidad o de placer y erotismo. A lo sumo encuentro la perpetuación de una costumbre que sólo encuentra su razón de ser en la imposibilidad de sobrellevar la soledad, en la intención de alejarla lo más posible. Intención que, paradójicamente, lejos de cumplirse se multiplica, pero claro, en lo profundo, en el interior de cada persona. Y digo paradójicamente por que hace mucho el hombre perdió la capacidad de encontrarse en lo profundo de su interior. El hombre hoy habita en la más absorta superficialidad de su cuerpo.

Junto al desgaste de las páginas de Radiguet también se perdió mi manía por los tiempos sobrios. A la meticulosidad que era la marca registrada de mi trabajo se la comió la vorágine de lo concreto y lo efímero. Cuanto más rápido mejor, ese seria el nuevo concepto que prima, el de la fugacidad, que se corresponde con las propiedades del objeto de mi trabajo. Y por lo tanto, es clara e inevitable la contradicción con los tiempos de mi mente.

Hoy encuentro expresada mi labor en un sencillo concepto, el de la Fatalidad. Tanto por su acierto fatal, como por su significación teleológica, es decir, por el significado que remite al destino ineludible que conlleva toda fatalidad: la mejor conjunción posible entre azar y tragedia.

No hace falta prolongar más la cuestión, mañana mis asesinatos tendrán una única constante que se proyectará en toda esta nueva empresa…Asesinar la imagen.

A primera viste podría considerarse una tarea inicua o vulgar, pero en el asesinato de la imagen se esconde un doble asesinato el de la persona y el de su imagen, digo mas, un triple asesinato, el de la persona, la imagen y el espíritu; digo aun mucho mas, un cuádruple asesinato, el de la persona, la imagen, el espíritu, y por ultimo la corporalidad primera del ser humano, atada a los avatares del principio de la imagen.

De aquí, la clara trascendencia y necesariedad, para nuevamente, el orden del mundo, de esta loable tarea. Asesinar en el sentido estético, y por inevitable trascendencia, asesinar en el sentido ontológico y vital del ser humano.


Salí a despejar una riña de gatos que tenía lugar en mi cabeza hace tiempo. Entre en un bar de esos que se caracterizan por ser bien ruidosos. El espacio más que chico es justo, el humo denso, las voces gritonas, la música ensordecedora, un lugar perfecto para acallar los pensamientos y encontrar un poco de paz. Sumirme en la total vulgaridad ya no me preocupa. Estoy ahí vaciándome a gusto, dejando de ser por un rato. Buscando aunque sea unos minutos en que la mandíbula deje de roerme la vida. Un par de mesas a lo lejos se desenvuelve una situación desesperante. La chica sostiene la cabeza con su mano derecha, el codo apoyado en la mesa ya dejo su marca en la madera, un pañuelo sujeta todo el pelo (negro seguro), no usa anteojos, no fuma y tampoco esta tomando, ergo, no se mueve en lo mas mínimo. La otra chica que oficia de interlocutor es, como no podría ser de otra manera, las antípodas. No deja un segundo de rascarse la nuca, frotarse la nariz, sacarse los pelos de la cara, fumar y tomar. No me detengo ni un segundo a pensar su posible relación. Sean amigas, novias, primas, hermanas, lo que sea, no se conocen. No tienen nada que decirse. No hay ninguna posible conexión entre ellas. La desesperación se materializa en una tensión eléctrica que debería hacerlas explotar. Sus cuerpos parecen estar mediados por un hierro, cuando una se hace para adelanta la otra para atrás y viceversa. No se buscan los ojos al mirarse, no intentan escucharse, mucho menos responderse. Juraría que en la mente de la chica del pañuelo se esta llevando acabo una venta artesanal de ceniceros de arcilla, en cambio, en la mente de enfrente se esta corriendo una carrera de motos. No hay razón alguna, acorde al signo del universo, que pueda justificar esa reunión, esa conversación, esos soliloquios. Lo único que hay es la perpetuación de una práctica que conforma el esteticismo moderno. Lo único acorde que hay son los pantalones negros, las botas negras, y las remeras negras. Ese detalle es el único que puede funcionar de punto por el cual pase una recta que una ambas almas. Un color.

No se diga más. Mientras pido la segunda cerveza, por un precio que contribuye notablemente a incrementar el sabor exquisito de esa cerveza, tanteo los bolsillos de la campera y del pantalón en busca de un arma letal. Entre las monedas, los billetes y los cigarrillos que deje de fumar encuentro un invisible. Nunca se me había ocurrido, pero por ejemplo, a los fines de ocultamiento, es una excelente arma, lo mismo que para no dejar huellas, así que con eso es suficiente. Con el arma elegida, ya esta todo listo, queda la dulce espera hasta que la conversación llega al punto insostenible del cual partió y ambas muchachas decidan retirarse. Como sinceramente no tengo ganas de pensar, voy a seguir a la que salga y doble por primera vez a la izquierda.

Al principio me dije, quién muera hoy será pura decisión del azar, segundos después reformule mi afirmación, quién muera hoy será pura fatalidad.

A las cuatro y treinta, cuando se me esta terminando la cerveza, las “almas gemelas” se levantan y enfilan para la puerta, cruzan la puerta y se detienen un segundo en la vereda, intercambian algunos gestos y suben hacia el sur, habiendo doblado a la derecha. La felicidad de que ya estén afuera del bar impide que me moleste el detalle y comienzo tranquilamente a seguirlas. Después de 8 cuadras y dos giros mas a la derecha empiezo a impacientarme, pero fiel a mi suerte se que seré recompensado, y efectivamente lo constato unos metros después, cuando la chica del pañuelo, después de un beso insípido, gira hacia la izquierda, cruza la calle y camina por el borde de una iluminada avenida, que mas que alertarme sobre el peligro de la luminosidad, excita mi sentido de la valentía, de la intrepidez. Esa avenida llena de autos y luces me presenta de frente y mostrando los dientes un hermoso desafío, un reto digno de mi ingenio. Cuidadosa pero distraídamente, como corresponde a un buen asesino, me coloco en línea recta detrás del pañuelo y junto con el pañuelo detrás de la chica y detrás del negro también; y empiezo a acelerar el paso. Me separan unos tres metros de mi objetivo, que en 4

cuatro segundos pasaran a ser tres centímetros. Sin el menor ruido acelero furtivamente el paso… pasaron los cuatro segundos. Mientras mi brazo derecho se coloca a la altura de la cintura, la mano izquierda hunde y desplaza el invisible. El ingreso en perpendicular es perfecto, la piel y la carne no ofrecen ninguna resistencia, el metal se desliza suavemente por entre las venas desgarrando con una precisión milimétrica la segunda cuerda vocal, cortando de izquierda a derecha; el desplazamiento seco, brusco y firme termina por separar a la mujer de la voz.

El movimiento en su conjunto tiene la precisión y la excelencia que sólo puede tener lo fugaz, aquello que no dura lo suficiente, ni siquiera para caer bajo la posibilidad del juicio humano. Ni un esbozo de grito, ni un hilo de sangre, ni un tambaleo. El nudo del pañuelo se desajusto un poco.

Mi brazo derecho hace casi todo el trabajo en sostenerla, pero hasta un poco de ella también contribuye al andar. Casi muerta, con los ojos muy abiertos, camina a mi lado. Como para no pecar de inhumano trato de consolarla, de calmarla, de explicarle que en realidad no es tan grave, que no es tan distinto de lo que eran sus días, de que no deja mucho atrás, de que no esta perdiendo tanto, de que no esta abandonando ningún amor (real), en fin, entre esas palabras se nos van un par mas de metros, un par mas de autos, un par mas de faroles, hasta llegar a una rotonda, con un pequeño cantero poco iluminado donde la hermosísima chica del pañuelo va a mezclar la palidez de su cara, con la humedad del cantero. Negro, Blanco, Marrón.

VIII El espectador

Con la respiración todavía acelerada, camino sin mirar atrás por la avenida. Me dejo bañar por ese placer inmenso que sólo proviene de la perfección. Me regocijo en todo el sentido de la perfección, me siento pleno y completo, el universo no es mío pero sus reglas están delineadas por el trazo de mi mano…todo me es hermoso en este momento. Cruzo en el primer semáforo que interrumpe el espaciado simétrico de los faroles de la avenida, continuo un par de cuadras, doy vuelta a la derecha dos veces y encaro nuevamente para la avenida, por la vereda contraria a la que yace mi más reciente y victoriosa victima. Quiero ver en toda la exterioridad posible, ese hermoso acto de creación tendido inerte en el suelo, necesito ver como alrededor de ese cadáver, el universo lentamente se va acomodando, como una idea que pasa se infecta del olor a podredumbre y se muere, como una flor que pensaba crecer en el cantero ya no piensa; más que nada quiero ver, la incapacidad de ver, el mundo sigue pasando como si nada, una pareja, un hombre que pasea a su perro, un policía, nadie ha notado nada. Y esa, es ni más ni menos, que la corroboración de la insustancialidad del cuerpo de hoy. El cuerpo no es nada, y el espíritu menos, y entonces, como en esa chica no había imagen… entonces nada murió nada cambio. Es claramente una demostración por el absurdo. Si usted quiere mostrar que la imagen no significa nada (y todo) entonces mátela y coteje que al hacerlo nada cambia. Lo mismo para el cuerpo. Usted quiere saber que el cuerpo (sin imagen) no significa nada, entonces mátelo, y vea como al hacerlo nada cambia.

Mi tarea sigue estando en plena vigencia. Esta certeza renueva todos mis sentidos, podría salir y llevarme tres o cuatro invisibles más a la tumba esta misma noche. Ni el arrojo o la valentía de un Napoleón o un Alejandro pueden llenar la ventura de mi alma esta noche. Si Jesús Cristo se cruzara en mi camino podría matarlo sin parpadear, si mis padres lo mismo. Si Brenda se cruzara en mi camino también podría matarla, pero con los ojos cerrados. En ella encontré el recuerdo exacto de aquella sonrisa que me pedía morir.

Sigo camino hasta quedar paralelamente situado al cuerpo de ella. Es increíble que nadie lo note. Yo perfectamente puedo ver como el pelo se mueve apenas con el viento y como un perro callejero husmea en el olor a cadáver.

Desde un recoveco entre dos asientos de plaza se asoman dos ojos que me miran fijamente.

El Ángel vuelve caer del cielo-infierno a la tierra. Esa imagen es la única que puede representar este momento. Una nueva ruptura narcisista se descubre. La del espectador y el universo.

En mi lista de reglas había una referida al cuidado de no ser descubierto, las implicancias de tal situación, como la cárcel o la misma muerte son obvias. Pero era claro que esa mirada no interfería en lo más mínimo con la regla. Quien miraba no tenia algo que pudiera parecer a una expresión de alarma, su tranquilidad no había variado en ningún sentido. Mi acto de dar muerte a esa chica, tenía para mí una justificación más que valida y por tanto, era normal que no me inmutara en absoluto, pero para aquellos ojos esa justificación no existía. Por tanto, se habría una infinidad de preguntas sin respuesta que me paralizaban los músculos al punto de poner en riesgo toda mi labor de esa noche. Estar ahí parado, con la vista fija y perdida era una actitud claramente delatora que tenía que interrumpir en seguida, pero en el otro extremo de mis pensamientos, no existía lo posibilidad de continuar ni siquiera un paso hasta no haber desentrañado el significado de aquella inmutabilidad, de aquella mirada indiferente a la muerte. El ruido estridente y seco de una frenada me saco de mi abstracción, las pocas gentes que habían voltearon la cabeza. Era el momento justo para irse sin llamar la atención. A fuerza de voluntad camine hasta otro bar, a unas pocas cuadras, tratando de no ser atropellado en cada esquina producto del estupor que todavía sentía y de los pensamientos que se me agolpaban sin tregua. Caminaba totalmente sumido en una inquietud horrible.

La mayor parte de mi actividad, estaba justificada por la aberración en que consistía. Es decir, si bien el fin lo justificaba sobradamente: mostrar que la única solución para la situación actual del alma del hombre reside en lo drástico e irreversible de la muerte, ponía de relieve, la necesidad de una solución final de ese tipo.

Sentado en el bar, sordo a los decibeles dolorosos de la música y al calor sofocante, una sola conclusión me venia a la mente. Pase alrededor de tres cervezas negras y un vino caliente buscando otra respuesta, o tratando de falsear la ya conseguida. Nada. A simple y compleja vista, era irrefutable. Si el hombre ya ni siquiera se espantaba de la muerte, si podía contemplarla con total naturalidad, más aun, si podía convertirla una suerte de deleite, de contemplación placentera, mi tarea, toda mi empresa, había perdido sentido otra vez. Ya nada podía restituir el mundo al Orden Necesario.

De camino al refugio que representaba mi habitación con sus opacos libros, sentía que todo bajo mis pies se volvía lánguido, aburrido, densamente lento, como si se tratara de un peregrinaje a la crucifixión. Mi entera existencia, que yo creía marcada por un designio del destino, por una teleología indestructible se torno una bochornosa risa desvanecida en una multitud de espectadores. Esos dos ojos, se habían convertido en el anfiteatro de una comedia, de la cual yo era el actor principal, y a todo coro no paraban de reír.

IX

Pase varios días en cama, absolutamente decidido a dejarme consumir el resto de mis días, o hasta encontrar una razón que pudiera mostrarme que había algo ahí afuera, por más indeleble e ininteligible que fuera, que marcaba una regularidad, un trazo imperceptible que pudiera devolverme la confianza, en la loable actividad que había sido mi vida. Algo que pudiera darle realidad a esas palabras que una y otra vez había leído “la armonía oculta es superior a la manifiesta”. Varios días mas pasaron, alternando fiebres y delirios, sueños mezclados con realidad, o realidades mezcladas con sueños, nada era perceptible. Harto de buscar razones donde ya sabia imposible encontrarlas, me arme de coraje y decidí, como tantas veces había hecho, arriesgarlo todo en una demostración por el absurdo.

La solución me parecía definitoria, y serviría perfectamente para poner fin a tantas dudas. Consistía en crear las condiciones para mi muerte, situarme en ese escenario y dejar que la acción se desarrollara. Los desenlaces previstos por mi eran dos, o bien mi hipótesis se corroboraba, y en medio del escenario perfecto para mi muerte nada sucedía, con lo cual, mi destino nuevamente aparecía justificado y mi tarea también, y aquel episodio de los ojos inescrupulosos había sido un accidente, una casualidad, o bien… la otra posibilidad me era imposible de concebir, mucho menos de formular en palabras.

Después de ponderar entre varias opciones, me decidí por la más arriesgada, si lo que estaba en juego era el sentido de mi existencia, no podía dejar lugar a ambigüedades.

Esa tarde, coordine con mi hermana, para buscar a mi sobrino de cuatro años con la promesa de llevarlo de paseo. Ella gustosa e ingenua acepto, sin reparar en la extraña invitación.

Mi sala de lectura había sido el lugar elegido. Quite todos los muebles, dejando tan solo las estanterías repletas de libros. Marque un rectángulo en el piso, donde en cada uno de los extremos fije al piso unas argollas metálicas y unas esposas. El rectángulo tenía la longitud de mis cuatro extremidades. Dispuse desparramados por el suelo, toda suerte de relucientes y brillantes juguetes para mi sobrino. Había de todo, cuchillos recién afilados de distintos tamaños, pequeñas hachas, martillos, pinzas, una serrucha, un látigo y hasta una ballesta, que a pesar de los años que llevaba en el sótano, todavía funcionaba. Le explique al inocente niño, que cada uno de esos juguetes eran como crayones con lo cuales tenia que dibujar sobre mi cuerpo.

Vestido tan solo con un pantalón corto y negro, me situé en mi posición. Con tranquilidad y con la mirada perdida en los lomos de los libros, asegure primero mis pies con las esposas, me vende los ojos, y ayudado por el tacto, deslice mis muñecas por las esposas haciendo presión contra el suelo, hasta quedar completamente inmovilizado contra el suelo. Invite a mi sobrino que empezara libremente a jugar.

Lo primero que llama su atención es la ballesta, no sólo lo adivino por el ruido, sino más precisamente por el rectángulo afilado que se clava incisivamente en mi costilla izquierda. El brotar de la sangre roja, le otorga realidad a mi analogía con los crayones, y dispuesto a armar un precioso dibujo, alentado y excitado por la realidad del color rojo, toma ahora el cuchillo, con el cual delinea unos garabatos. Por la rapidez de su respiración y los jocosos ruidos, me doy cuenta que mi sobrino la pasa de maravilla.

Tan concentrado en adivinar los movimientos que realiza, constato el olvido de mí mismo, y entonces, cuando me recuerdo siento un profundo temor por tanta calma. Se mezclan la felicidad de saberme tan seguro de la certidumbre de mi destino y de la imposibilidad de que no se cumpla. Pero cuando empiezo a sentir que desde el abdomen hasta las pantorrillas me chorrea sangren no puedo evitar que un escozor me corra por la espalda. No había previsto, que tal vez, mi sobrino no me diera muerte como yo creía, pero si, que yo me dejara morir. Esa posibilidad, que antes no había cotejado, introducía toda la ambigüedad y la incertidumbre que había tratado de evitar. Sabía que a las seis mi hermana vendría a buscar a su hijo. Para cuando el ritual había comenzado eran recién las cuatro de la tarde. Tendría que aguantar casi una hora mas en ese estado de desangramiento o todo habría resultado en vano.

Unos segundos después, me arrepentía de haber dedicado mis últimos pensamientos a tamaña banalidad. Mientras una hermosa navaja suiza se hundía graciosamente en mi pecho, yo veía desfilar las caras de mis victimas, entre un sentimiento de arrepentimiento y culpa. Me retorcí violentamente escupiendo sangre y saliva, que producían más mis pensamientos que el cuchillo. No me permitiría ahogarme en la mediocridad del arrepentimiento. Con las últimas sinapsis que me quedaban, invente un artilugio incongruente que justificara todos mis asesinatos. Todos menos el de la chica de la sonrisa, que cualquiera en cualquier mundo hubiese comprendido. Pero hasta en ese último halito de esperanza todo era en vano. Allí estaba yo, muriendo, asesinado por un niño, sin culpa, sin intenciones, sin sentido, sin conciencia, sin lógica, sin motivo. Movido únicamente por la diversión, por el arte de dibujar, por un juego sobradamente lúdico. Una muerte sin razón, sin ningún atisbo o fragmento posible de algo semejable a una razón.

Moría una tarde de verano, alrededor de las cinco de la tarde, escuchando una sonrisa infantil, alegre y despreocupada, inocente y divertida, que representaba, ni más ni menos, que todo el azar puro, toda la contingencia del Universo.

Fin