jueves, 19 de agosto de 2010

El Necesario Orden - Primera Parte

El Necesario Orden

“Ya vivía, y la vida era un mortal enojo;
ya moría, y la muerte era viva alegría.”


La mayoría de los hombres no habría comprendido mi sonrisa. Y lo entiendo. Es sabido que la costura es una práctica que mas concierne a lo femenino; una tarea desdeñada por hombres impacientes; pero en mi favor debo decir que mi trabajo requiere mucha paciencia.

Afuera el día resplandecía de vida. A la sombra, una suave brisa, proveniente de la montaña, equilibraba justamente, el calor que se tornaba sofocante luego de unos minutos bajo el sol naranja.

Esta mañana todavía no había salido de mi cuarto. Sentado en la cama, sonriente y alegre daba prolijamente cada puntada dejando perfectamente cosido cada uno de los botones. Si bien odio las tareas hogareñas cualesquiera sean, esta mañana es especial, el café seria especial, el amanecer había sido especial, arreglar el traje me deleitaba especialmente, pues la tarea de hoy es matar y; matar es especialmente hermoso.

Listos los botones, acomode el saco en la silla estirándolo bien, deje sobre el escritorio el hilo y la aguja con unas gotas de sangre (prueba irrefutable de mi inmortalidad), sacudí las sabanas y suavemente las arroje contra la cabecera. Me puse las pantuflas y camine a la cocina. Sin reparar en cuidados, tome todo lo que había al paso y lo fui tirando en una bolsa negra, que luego tiraría en el hombrecito de lata que espera a la entrada. Como el día lo ameritaba tire el café sobrante en la cafetera y puse agua a hervir. A mis veintitrés años ya soy un adicto al café y ni la resaca más fiera me apartaría de una taza de café por la mañana. Me llene la mano de granos y los coloque en el mortero, lentamente y con amor fui moliendo cada uno de los granos de café; estos días son de esos en los que no se sabe si este será el ultimo café, así que las cuatro horas restantes de la mañana eran todas para esas tazas de café. Si sobraba tiempo me afeitaría, aunque mi barba de 2 días era mi preferida temía que tapara, o simplemente hiciera sombra, sobre la estupenda sonrisa que lanzaría a ese infeliz segundos antes de despacharlo.

Seguramente acompañaría el café con mis lecturas clásicas por excelencia La Biblia y El Diablo en el Cuerpo, una ficción y una ética, respectivamente; para este día es realmente necesario aquietar mi alma y mis pasiones y para dicho propósito nada mejor que el café y una buena lectura.

En este trabajo volver vivo después de una día de trabajo es una lotería, tal vez hoy, mañana o en 50 años estaré muerto, por eso tomo todas las precauciones necesarias; en la mesa de luz tengo guardadas Siete Cartas de despedida.

La primera es a mi madre y mi padre. La segunda tiene plata para los gastos fúnebres y las cuentas pendientes, es menester no dejar cuentas por pagar a nadie. La tercera tiene la foto y una carta de una novia de hace muchos años, a quien le debo el recuerdo de lo que podría llamarse amor.

Filipo II le había dado a Alejandro, a temprana edad, un consejo de esos que nunca hay que olvidar: El poder es solitario. A mi temprana edad también, la vida me a enseñado que el poder mas grande es el de matar, y en razón de eso, lo mas cercano al amor, había sido esa novia a los 17 años. Esta carta tiene algo particular, ahora que recuerdo lleva una confesión. Recuerdo que aquella novia tuvo su primera vez conmigo en el amor; si no hubiese sido por eso, habría notado que también era la mía. Si bien reescribí muchas veces esta carta, nunca pude superar la finitud de las palabras, siempre me queda algo que no puedo hacer llegar a las palabras. Es ese segundo de orgasmo que compartimos ambos por primera vez, donde nos dimos cuenta, que el sexo, no es sino otra forma de besar. Tal vez un poco mas cálida, mas prolongada, mas exuberante, mas atrapante, mas intempestiva, pero al final, las mismas ganas de decir te amo, te amo y te amo tanto que para demostrártelo tendría que evitarte esta vida angustiante y trágica que continuaras sin mi y matarte. Siempre supe que la dejaría. Tal vez algún día le devuelva todo ese amor, y realmente la mate.

La cuarta carta esta dirigida a todos y a ningunos de los existentes humanos. Da cuenta de las razones, mas bien casualidades de porque este es mi camino, porque este mi trabajo y porque es el mas feliz de todos. Hace años la escribí y no recuerdo bien que dice, pero supongo que será algo más o menos así: “…y por todo eso este es el trabajo que mas feliz me hace y no lo cambiaria por nada.”, lo anterior a los puntos suspensivos es donde mi memoria falla.

La quinta carta es para Manuel. Todos los domingos, sin falta me siento con Manuel a tomar Whisky, él me dice la marca, yo lo compro, él tiene 2 vasos, yo llevo hielo, él saca dos bancos, los dos nos sentamos.

Nos sentamos bajo el techo de la entrada de la puerta que da a su casa. Su casa esta en el fondo, a la izquierda, entre dos árboles, en el último y mas oscuro rincón del Cementerio. Entre paredes de no mas de dos metros de largo un colchón sobre un piso de madera crujiente hace de cama, una silla con cuatro patas y un respaldo de paja mas un almohadón violeta sacado de la capilla del cementerio, una mesa, y una pared llena de libros, todos regalos míos a Manuel. Aquí, en el más perfecto de los paraísos, en el silencio parlante, en el lugar donde realmente se mide la historia, el pasado y el futuro, que no lo marca sino el paso y estancia de unos y otros por este mundo, y el reconocimiento que se encuentra justamente a la hora de llegar al fin; aquí trabaja Manuel.

Pasamos horas, preguntando y respondiendo, tratando de develar un historia tan antiguo como la vida misma, en una discusión sin fin: ¿A quienes le hablan? Nuestra inteligencia nunca fue de las más excelsas, pero conocemos lo suficiente, y estamos seguros de que los muertos no hablan.

A Manuel lo conocí, cumpliendo la 3er regla de mi lista de reglas laborales que cuenta con Nueve. Según esta regla me veo obligado a llevar, siempre, indefectiblemente, un Clavel a aquel, a quien haya dado muerte. Desde el principio Manuel supo que yo no tenía muchos parientes, pero nunca pregunto por la frecuencia de mis visitas. El sólo se limitaba a su trabajo, tener listo un Clavel, para cuando yo pasara por ahí; así fueron las primeras veces, luego la inercia nos llevo a la charla y la charla a la amistad. Mi intuición no tardó en alertarme de los beneficios de esta amistad en vistas de mi trabajo; Manuel prometía cuidar mi tumba, poner todos los domingos un Clavel. Y cuidar que no me robaron ningún hueso. Yo por mi parte era buena compañía, le llevaba el Whisky y de tanto en tanto contribuía con algún momento de lucidez a develar el misterio. Recuerdo un momento de esos, le dije sin preámbulo alguno “Son todos unos idiotas”. Yo he visto muchos ojos fallecer y existinguirse, y en ninguno de ellos encontré el deseo de un Clavel y una charla de 5 minutos todos los domingos. Más bien había el deseo de un tiempo perdido, de un beso no dado, de un amor no confesado, de una vida desperdiciada. Un recuerdo y un anhelo de todo eso que no dicen las palabras, la angustia de saber no volver a sentir el cuerpo. Escuchar un estomago rugir de hambre, la sal de una lagrima, el ardor de una cachetada, el sudor del sexo; los ojos de los muertos parecen remitir siempre a una vida animal que se ha perdido al momento de pensar. Una vida que nos define y a la que sólo nos acercamos cuando morimos, y ahí nos identificamos con lo que somos, y nos damos cuenta de lo que hemos perdido, de lo inhumano como hemos vivido, de lo acertados que fuimos, de lo trágico que nos perdimos, del placer de gozar. (Esto podría ir antes de los puntos suspensivos que antes no recordé.)

La secta carta, esta escrita a todos los familiares de las personas que mate, y que seguiré matando dice: Perdón, sólo contribuyo al orden del universo.

La séptima carta tiene unas mínimas instrucciones, para que la persona que se lleve mi vida, deje allí unas palabras alusivas.

Regla 1: Todos comenten errores, todos menos Tu.

Si bien siempre me es complicado programar horarios, el día de hoy estaba organizado de la siguiente manera: de 12 a 14 dos encargos. Cada uno no debía llevar más de una hora, entre el hecho, el previo suplicio, la captura, las últimas palabras, el adiós y el hola, y la limpieza del arma.

La noche anterior me había dedicado a dibujar cada uno de los asesinatos, no se pensaran que es tan simple como disparar, ahorcar, asfixiar, golpear, apuñalar, quemar o atropellar. El dibujo por lo general dependía de dos cosas, una intuición o un meticuloso estudio de la vida del afectado. De los 5 trabajos del día, la disposición había sido, los dos primeros meticulosos, y los otros tres intuitivos.

El padre Antonio tenía 38 años y su faena diaria excedía la plenitud de sus años. Nótese a simple viste lo ajetreado de una cotidianeidad que consume, ni mas ni menos que la plenitud de la vida. Una mañana empezada a horas de la noche, por lo general cuatro o cinco de la mañana, treinta y dos rezos fijos en números al pie de la cama, el contenido variaba según época del año, calendario religioso, lluvia o sol o pedido especial. Luego, dos cuartos de hora de trote en el lugar con sotana y habito, trote sobre el polvo de las tablas de la habitación, y durante todo el trote contemplación, propiamente dicha, de una pintura al óleo con la imagen de la Virgen María.

El desayuno era lo único que podría reprochársele de ostentoso, café solo, jugo de naranja, galletas de chocolate, pan de varios tipos, mermeladas de varios gustos, un tostado de jamón y queso, dos facturas siempre de grasa y una porción de torta de las tantas que recibía a diario en la parroquia. Por la contextura física del padre, no era de asombrar tal hábito alimenticio. A las siete bendecía la parroquia según la tradición y a las siete y media habría la puerta a los primeros creyentes; a los cual no voy a juzgar por el constante desperdicio de su vida en la iglesia rezando y orando. Dos horas más tarde caminaba a la escuela Normal 114 donde impartía clases de matemáticas a alumnos de cuarto y quinto año. Al finalizar la segunda y última clase llevaba a los alumnos a una cancha que lindaba con la escuela donde además de Entrenador, oficiaba de 3 en el equipo de 8 jugadores del colegio. En la cancha se veía la verdadera vocación y entrega religiosa. El amor cristiano le impedía al padre, siquiera, tapar un gol. La devoción por la gloria ajena, y la contradicción de esta, se hacia tangible e insoportable en la cancha. Un espíritu dividido entre el deber y la bondad, entre el compromiso y la entrega de tal gloria ajena, a mi juicio inexistente. Para graficar esto no hace falta más que citar las estadísticas del padre, en 11 años de jugador y con 54.863 minutos en cancha: ninguna roja, ninguna amarilla, ninguna patada, ningún gol, ningún quite, sólo minutos en cancha y partidos al año.

Entre ninguna de las tareas del día había un tiempo dedicado al aseo, el padre simplemente estaba enamorado del aroma penetrante del sudor. Necesitaba segundo a segundo constatar a través de ese aroma, que su paso por este mundo dejaba un surco, el padre tenia la imagen de ser un campesino y el mundo su campo y no paraba de pasar la asa de un lugar para otro, y el sudor de ese trabajo, lo revivía constantemente.

A las 5 de la tarde el padre se dirigía al diario del pueblo donde redactaba los avisos de misa y los saludos de fallecimientos. Tarea que le consumía una fastidiosa hora de su tiempo.

Al salir tomaba un café y luego volvía a la escuela para dirigir el transito a la salida del colegio. Tarea ridícula si las habrá en un pueblo donde por cada habitante faltaba un auto.

A las 6 acompañaba a algunos alumnos a sus casas, hablaba con los padres, todos los días informando y aconsejando sobre el futuro de sus hijos. El padre conocía a la perfección a cada uno de sus alumnos y según sus facultades y habilidades les daba a los padres una lista de posibles tareas para mejorar en cada caso cada una de esas facultades o habilidades.

Esta tarea tenia limite a la caída del sol. Nunca nadie jamás, se atrevió a preguntarle al padre, porque minutos antes de la caída del sol, el daba por terminado lo que estuviese haciendo y volvía a su casa con urgencia.

Este hecho abría una posibilidad infinita de conjeturas entre la gente del pueblo, las mas ridículas iban desde una supuesta transformación a Padre-Lobo hasta argüir que a esa altura del día ni el mismo padre podía soportar el olor de su sudor. Lo cierto, es que al llegar a su hogar el padre se dedicaba apasionadamente a tres horas seguidas de lecturas teológicas.

Luego… el sueño mas profundo que jamás haya visto.

“Absolutamente nada hay de condenable en la vida del padre, y por eso mismo merece morir. La perfección de su existencia pone en jaque la vida de todos, el Padre ha logrado hacer de Todo algo bello y generoso, y eso mismo insultaba la belleza, le quitaba poder, distinción, excelencia, aquellos que buscan el ruido del mundo que se oculta, se sienten aturdidos por el padre. El mundo necesita del asesinato del padre, su muerte debe devolverles a los hombres la fragilidad de la perfección, saber que cualquier vida que quiera hacerse de la inmortalidad, equivoca el camino. La inmortalidad la entrega el vivo al muerto. El reconocimiento de la inmortalidad primero tiene que ser miedo, el miedo de que esa persona pueda vivir por siempre; una vez muerto…Si, adoración y eternidad, no antes. El padre merece la inmortalidad, sin duda, pero no en esta vida, ni con esas acciones, sólo una muerte trágica es posible para él. El mundo debe ser restituido a su orden”, esas fueron las palabras del poeta que me había encargado la muerte del padre. Para mi sólo contaba la ultima frase.

No me tomo más de cinco minutos el dibujo de la muerte del padre, era más que fácil configurar ese hecho.

La primera vez que me asome desde el parque a la ventana del padre, supe como seria, (y como fue), quede prendido de esa imagen. En la mañana cuando el padre comenzaba su trote el polvo que se levantaba creaba una bruma en toda la habitación, casi nada podía percibirse entre el marrón de las paredes que teñía el polvo; del Padre sólo se veía la cintura y unos brazos fuerte y ágiles moverse como alas, la mirada de la Virgen fundida con los ojos del Padre sacaba la imagen del cuadro y la Virgen se acercaba al Padre, el aletear le daba lentamente vuelo al cuerpo vestido en negro y lo invitaba a subir, y el trote del Padre parecía avanzar, y dejar atrás la bruma indeterminada, y sobre el Padre la imagen de moisés subiendo el monte y la Virgen en la altura esperando para amarlo, y ese momento hermoso, congelado para siempre por el frió de la bala que cruza de la espalda al pecho al Padre, y golpea ferozmente a la virgen y ambos caen… el padre sobre la Virgen y la sangre que casi negándose se escurre del corazón del Padre dibuja las lagrimas de la Virgen.

De los intuitivos, uno no dejaba de atormentarme. El encargo era único, por vez primera el motivo del asesinato es la desmesura de una sonrisa. Siempre había escuchado que las sonrisas enamoran, pero según el relato, el de esta niña no deba lugar sino a la muerte súbita.

Entre una multitud de personas sonrientes, bailarines de burdel todos, buscaba la victima de mi cliente.

Nunca había sido tan desleal a mis reglas laborales. No pude ni un segundo dejar de mirarla. “Estoy enamorado”… no podía dejar de repetirme eso. Dos días después cuando la tenia frente a mí, tomada del cuello, a punto de atravesarla con el cuchillo, le suplique a gritos que me matara; daba lo mismo. La odie con tanto odio, que quise que mi cuchillo llegara hasta el corazón y lo sacara a la intemperie, al mundo horrendo, injusto y poético, en el que ella me había dejado después de su sonrisa. El odio no era por la indiferencia, todo lo contrario, que su mirada me buscara, para buscar nada, me ofendía hasta el horror. No dejaba de mirarme, y no le importaba ni un poco lo que bajo su mirada se creara. Después de mucho tiempo entendí qué mate, cuando la mate… Inocencia.

Otra vez; no hay lugar en el mundo, para tanta belleza. No hay compresión de una sonrisa tan gratuita, y gratuita porque uno sabe que nada esta a la altura del canje.

Y ahí esta todo lo cínico, algo tan gratuito que no tiene precio, pero por exceso, por magnificencia, por invaluable, y a la vez, nos roza. Y ahí también, esta toda la locura, y ahí si entiendo porque tanta furia y empeño en hundir el puñal. Ni un suspiro más.

Y no es suficiente, cuando esta cerrando los ojos, me mira, y no muere, me mira y me entiende, y entiende mi consuelo, y lo reconoce, intenta sanarlo. Y Dios como sonríe, y le suplico que muera, yo o ella, pero que termine.

Ni siquiera verme llorar mientras la mato, le saca un enojo. No se inmuto ante la crueldad más grande. Hasta parece que sigue bailando, ni cuenta da de todo el cuchillo en su pecho.

Sola, sigue Sonriendo.

No dejo de preguntarme que hubiese respondido, si le hubiese preguntado su nombre. Tan ciego estaba. Todavía me descubro sentado en la cama gritándole, implorándole que me mate. Como va a pretender que después de mirarme y mirarme, me haya mirado y nada mas. En que lógica sino en la de la Inocencia se mueve lo sublime.

Hice bien. No podía permitirle, seguir asesinando. Tal vez por eso sonrió, tal vez por un segundo reconoció que no era más que lo mismo que yo. Pero mil veces mas efectiva; jamás yo lograría matarte y dejarte parado ahí viéndome vivir, y bailar, bailar y que el calor del Infierno pierda comparación, sonreír y que morir en una hoguera ardiendo sea tan frió. Y que hasta el Sol, buscara abrigo en sus piernas.

Cuando se experimenta la belleza como razón de la muerte, muchas de las cosas del mundo pierden su encanto. La perfección se devalúa a pasos agigantados. La estética se desmorona. El ruido oculto desaparece. El silencio pierde su atractivo. La mujer gana el encanto de una serpiente, un reptil. La belleza, sin más, se escinde para siempre de lo bueno. Y entonces la pregunta que queda, es ¿qué queda? Desorden y coraje.

Subrepticiamente cambia el plan del día, su orden lógico e inalterable se vuelve refutable. Tan solo queda un asesinato por cometer. El hombre debe morir.

El sentido debe ser restituido desde un perfecto desorden. Mi tarea, mi razón de ser, mi función en este mundo se extingue, se vuelve superflua e innecesaria. Su contradicción estalla y se vuelve una obviedad. No es que halla descubierto el sinsentido de todos mis asesinatos, por el contrario he descubierto el azar de ese sentido que yo encontraba, aquellas palabras tan reconfortantes, suenan ahora a una grotesca burla: “el mundo debe ser restituido a su orden”. La muerte del Padre y de la niña habría bastado para restituir el orden del mundo, eran la máxima expresión de una tarea desempeñada con la precisión y la excelencia de la virtud, pero en mi interior no dejaba de atormentarme el haber perdido la razón de mi existencia. Entonces empecé a figurarme que la cuestión no era descubrir y llevar a termino el Sentido de un practica y por tanto de un mundo, si no el de alterar constantemente la practica y el mundo, para que el sentido vaya transformándose, eterna y constantemente, para no llegar a ser nunca un sentido completo. Por supuesto que llegado tal punto, pensé en mi muerte, en mi muerte como anulación de toda una serie de acciones orientadas hacia ese sentido único y perfecto que yo creía encontrar en el asesinato de cada persona, buscando traer orden al mundo. Pero la banalidad y trivialidad de esa salida me producía asco. Y si bien la belleza estaba destruida, el gusto de mi estomago seguía intacto, y cada vez que pensaba en el suicidio, este se retorcía y juzgaba horrenda tal idea.

Abandone el hastía de mi cama y salí al mundo con la esperanza de encontrar algo, algo que se pareciera lo mas posible a la muerte.

martes, 17 de agosto de 2010

Conocer gente para descubrirse a uno mismo.

En Praga revivi. la palabra es justo esa. Deje los altibajos, pude tener esas ansiosas situaciones inhóspitas que alimentan el alma de un aventurero. Dice Heidegger que "hay que estar abierto al llamado del ser", yo estoy abierto al llamado de lo inesperado. Porque la condición misma de lo inesperado es que nosotros no podemos ejercer ningún control sobre ello, ¿Como conseguir entonces eso que escapa a nuestras manos y voluntad, y que esta en lo mas intimo de nuestros deseos? El destino camina en la misma calle que nosotros, solo hay que saber a quien preguntarle la hora. El resto va de suyo; basta solo un constante principio a aprender: saber llevar el alma en los ojos. La transparencia es el mejor remedio contra el miedo al otro. Lo cual no deja de ser una gran paradoja, porque es frente a lo mas gratuito contra lo que mas se desconfía. Es un tanto absurdo, pero la ingenuidad es la llave de toda historia, de toda persona; la gente no quiere mentir, sólo quiere ser escuchada, creída. El completamente desconocida, el que tiene todas las buenas razones para dudar, es el que puede otorgar la mayor credibilidad, la mas ansiada, ¿La mas honesta? Si.
A partir de hoy creo en la palabra de todos mis interlocutores, ¡porqué no hacerlo!. Y es que tal vez, a lo mejor, no obligará, incentivará esa ingenuidad, esa transparencia a la verdad del otro? Yo creo que si. ¿No es esta la condición mas rudimentaria, mas básica y primera de la política?
Creer en el otro, ¿no es la primera y única forma de relación humana?

Nuestra última cena



No termino de decidirme. Pero que algo representa estar escribiendo en una servilleta, eso es seguro. Dos opciones, o un acto de extrema desesperación y soledad o de comunicación total con el resto de todo lo vivo en la tierra. Lo primera seria la necesidad irrefrenable de exteriorizar la conversación, intentar algo distinto a la harta comunicación unipersonal, cerebral, interna y silenciosa.

Sentar la tinta sobre el papel y ver comenzar la metamorfosis.

Poner ojos por puntos Y lenguas por acentos.
Un arqueo corporal y una mirada al suelo
en lugar de tres signos de interrogación.
Una mano en el mentón, unos dedos apurados
en un cigarrillo buscando ganar unos segundos, en lugar
de un signo de interrogación.
Un golpe seco en la mesa por un punto y aparte.

El intento desesperado de hacer real, realmente real, eso de que a través del lenguaje damos existencia a la realidad. Tal vez proferirlo suma ontológicamente: “Dos copas por favor, estoy esperando a alguien”. (No funciona).

O será la otra posibilidad, la comunicación total, la imposibilidad de decir algo que no sea ya, tuyo o de todos. Saber que en realidad nunca se habla solo, como si ver el reflejo de mi lapicera azul (lo que daría porque fuera negra) en los ojos de ella, sentada a dos mesas, siguiendo atenta y prolijamente los movimientos de mi mano, casi corrigiendo cada una de las palabras, no fuera comunicación suficiente para engendrar el mas trascendental amor. Como si mi tos no bastara, en su seca y sonora reiteración, para suscitar una risa o una pena, un sentimiento maternal de cuidado. O más sencillo y más complejo, como si mi mano ahuyentando una mosca no fuera la única y más concreta razón de una brisa que apaga un último fósforo, a las orillas (tal vez al otro lado) del Canal de Odra.

No, definitivamente no estoy hablando solo. Estoy comunicado con todo. Tan sólo me basta escuchar, percibir, intuir sus respuestas. Ahora que vuelvo hecho lenguas nuevas, caricias nuevas, mil soles y lunas nuevas, ahora que soy parte de todo lo que fluye, de todo lo que se contrae y se extingue y también de todo lo que renace y florece, ahora que siento todo, que sigo intentando sentir mas, percibir mas, comprender mas, ahora que a la comprensión del sentido extramoral de la verdad y la mentira pude completarla con la comprensión del sentido extraestetico de lo lindo y lo feo… Ahora que ya no soy mas yo, si no esté... ¿cómo alcanzar la comprensión? ¿De que forma expresar, comunicar, lo que deberían ya saber, ya sentir, ya entender? ¿Cómo transmitir una vivencia?