jueves, 29 de octubre de 2009

Intitulado

Hoy no pude escribir.
Hoy tuve un "te extraño"
tan grande atravesado
Que la sangre, no pudo
salir de las venas al papel.

martes, 27 de octubre de 2009

Comprensiones I

Comprensiones

Abrí este blog para suplir la ausencia de lo que hasta el presente de mi vida, ha sido la experiencia de la comprensión y la comunicación. Ambas equivalentes al amor con Brenda.
Cuando Matías era mi único interlocutor, critico y lector, la escritura era un fin en si mismo. En el mejor de los casos una expresión artística, o mas bien, un dialogo artístico. Discutíamos sobre la cantidad de subordinadas, sobra la necesidad de la metáfora o la cadencia del ritmo de mi prosa. El punto fundamental era la creación de un personaje entorno a un sentimiento o sensación, o la construcción de una historia entorno a una idea filosófica. Así nació “Sangre al óleo” como metáfora de las tres transformaciones de Nietzsche para el segundo caso, o “Un día de calma” como metáfora de las sensaciones de quien se prepara para enfrentar la muerte, para el primero.No obstante, el eje sobre el cual giraba mi vida literaria era la escritura y no el Escritor.
Este fue el vuelco irreversible que ella produjo, la necesidad que invento, lleno y vacío, y que ahora intento ocupar.
Antes de conocerla tuve, podría decirse, entre comillas bien grandes, dos periodos literarios. Un primer periodo Nietzsche, y un segundo periodo Mishima, el tercero, obviamente, se inauguro con la negativa de su primer beso.
Con ella no descubrí algo que no estuviese en el mundo sino la inversión o el reverso de todo lo que ahí estaba.
Cuando le mostré mi primer texto, hice todas las modificaciones necesarias para quitar aquello que me ocultaba. Al leerlo no debía quedarle duda alguna de que el que pensaba, sentía y actuaba (el orden no es contingente) era (es) yo.
Pasaron varios días desde que le mande el revelador relato. No desespere, por esos tiempos, no solíamos vernos muy seguido, pero en los días en que la ansiedad era incontrolable podía llegar a revisar el correo cada quince minutos durante todo el día, y revisaba una y otra vez que mi correo se hubiera mandado correctamente.
Dos semanas después llego la respuesta. No hizo falta leer más de un renglón para saber que no era lo que esperaba, más bien lo que nadie hubiese esperado. No obstante visto a la distancia su acierto era impecable. Su respuesta no contenía ninguna referencia al texto que le había mandado, ni el más mínimo comentario, en lugar de eso ella me contestaba con un escrito suyo. En ese gesto, ella había previsto y prefigurado todo el futuro de nuestra relación.
Mi primera sensación de decepción fue mutando al ritmo que leía y releía una y otra vez el texto que me había mandado. No porque encontrara, a medida que leía, una continuidad entre lo que yo escribía y lo que ella escribía, sino porque cuando leía esas líneas sobre el pez dorado que se confundía con el mar cristalino o aquellas otras en donde Laura enfrentaba la cadencia de un Mundo rutinario, comprendía a la perfección, que su mecanismo de presentación era exactamente igual al mío. Habíamos elegido la misma forma para darnos a conocer, abriendo un mundo infinito en el cual podíamos conocernos en el lenguaje propio de nuestro ser.
Durante años, en la soledad y seguridad de mi intimidada había construido un Mundo y un personaje, un otro yo, que se dejaba traslucir en toda su magnitud, sólo a través de las palabras. Ese otro yo, que consideraba mas puro y genuino que cualquiera de mis mascaras, salía al mundo por primera vez. La excitación y la adrenalina de esa experiencia no tenían comparación alguna. Por vez primera podía desnudarme por completo frente a alguien que seria capaz de entender esa desnudez, el despojo absoluto de todo aquello que no es uno, salvo sus ideas, sus sensaciones, su sensibilidad para percibir el “dolor de mundo”, “la angustia existencial”, “el arrobamiento del ser”, la “tragedia del amor”.
Nuestra primera conversación sobre la existencia del otro, fue la coronación de esa experiencia de comunicación que había comenzado en el intercambio textual. Como dos locos ajenos al funcionamiento social de cualquier ser humano común, nos asombrábamos de sabernos perfectamente comprendidos al habernos dado cuenta de que existían otras personas. Tamaña obviedad, encerraba para nosotros, el descubrimiento de un paralelismo entre nuestras mentes y sensaciones sin igual.
En ese comienzo, en esa comprensión e identificación, estaba contenida la posibilidad de todo lo que vendría después. Haber reconocido la existencia del otro como algo completamente distinto, autocontenido y único, como algo independiente capaz de ser y percibir el mundo en toda su individualidad y particularidad, pero sabiendo que a la vez, te mira, te choca y te toca, que invade tus limites y los redefine, nos permitiría amarnos respetándonos a cada uno en sus deseos y creencias, pero a la vez construirnos, modelarnos conjuntamente, haciendo de nuestras percepciones un Mundo compartido a nuestra medida. (Esa tarde cuando nos despedimos en direcciones opuestas por la San Jerónimo, ambos volvimos la mirada, tal vez para asegurarnos que ese encuentro no había sido una perfecta elucubración de la imaginación, tal vez, porque sentíamos que en el otro, después de esa charla, se iba algo de cada uno. Meses después al confesar ese gesto, nos invadía la duda de no saber si tan perfecta situación era una invención de nuestra necesidad de alcanzar la perfección del amor. La duda tenia su total razón de ser ya que nuestras miradas no se habían cruzado al voltearnos…por mas perfecto que había sido…todavía no era una película).
Cuando empezamos a vivir la experiencia de ese mundo construido a nuestra medida, la experiencia fue la corporalizacion de la libertad. El amor vivido en su libertad absoluta.
Escribir, luego existir. Eso se había vuelto realidad con su amor. Cuando me lo quito, no cometía la vulgaridad de dejarme “morir de amor”. Acorde a su destreza ella me procuraba un asesinato mil veces más terrible y certero, destruía mi existencia estética, el mundo donde yo era yo en absoluta libertad. Ejercía despiadadamente el derecho de un creador sobre su obra: la total destrucción.
Perder sus besos si bien triste no era fatal, perder el mundo que habíamos construido…irreparable.
Los besos, el recuerdo no me engaña, eran la materialización de todo eso. Como dije antes, no una invención, sino la inversión. Esos besos podían ser la realización concreta de las palabras de Cortazar. Eran eso y mucho más, la pasión de Byron y la desesperación de Rimbaud.
“Cuando dejas los labios apenas entreabiertos, con los ojos cerrados y la invomilidad de todas tus facciones, deteniendo junto con tu respiración todo alrededor, es cuando y como mas me gusta besarte”. Ella leía a la perfección en esa inmovilidad la espera de mis besos por los suyos. Era una invitación que su feminismo ni en sueños podía rechazar. La prueba justa de que ella me conquistaba, me besaba hasta despertar, crear y explotar mi pasión; entonces ahí si, me convertía en el único merecedor de corresponder a sus besos y podía abrazarla hasta el dolor y morderla hasta lastimarla y tirarnos juntos a explorar el hartazgo del sexo en su sillón Blanco o en el Azul mío.
Esa exteriorización del deseo que representaba el sexo, no sólo era deseo. En la lujuria de esos momentos, completamente desconocida para mí, había mucho más que sexo. Había dos almas penetrándose con violencia, había el reconocimiento de un millón de poros respirando sincronizadamente en la unión de dos abdómenes.
Sus manos tocaban la desnudes de mis palabras y entonces para esas manos mi cuerpo era totalmente virgen.
Con las manos y labios de Brenda que en esos momentos eran indistinguibles… mi alma perdía su virginidad.
Toda la belleza del mundo tomaba cuerpo y rostro. Todo el placer del mundo contenido en los límites de su piel. Toda la comprensión imaginable encerrada en sus ojos.
Abierta mi alama de par en par a esa experiencia de éxtasis y enajenación, un solo destino había en el devenir, una solo posibilidad a futuro… la corrupción.

Brenda pertenecía a la inefable lógica de lo sublime: de aquello que al ser contemplado puede conmover la existencia misma, sólo al precio de su evanescencia, de su ser efímero, de aparecer en toda su magnificencia, para desaparecer completamente de una vez y para siempre.

Serie Comprensiones

miércoles, 21 de octubre de 2009

Un día de calma

Un día de calma.

Hoy cuando me levante, a diferencia del resto de los anteriores días, no era de noche, al voltearme en la cama pude ver como se reflejaban los postes en el suelo por la luz del sol. El silencio era abrumador, la costumbre de que a este lo acompañara el miedo y la desesperación cambio, ahora todo es calma. Me levante, camine unos pasos de pared a pared, recorriendo la habitación de lado a lado; pocos segundos pasaron. Me sentía raro, como si mis pensamientos estuviesen vacíos. La pesadumbre en mi cuerpo, que era habitual no se encontraba, las preocupaciones eran algo distante, ajeno; no podía definirlas, ni siquiera encontrar algo que se les asemejara. Nada había en ese cuarto. No podía sentir mi simple presencia. Las paredes grises ahora pintadas de tranquilidad. El afuera, que tantos años había anhelado estaba entre mis manos, la libertad por primera vez sé hacia tangible. Aquel silencio vacío lo llenaba todo. Me volví acostar, mis ojos no encontraban el techo marchito, solo había sin fines de posibles escenarios que pronto visitaría.
La calma, a cada segundo crecía de manera inimaginable. La luz que apenas dejaba filtrar ese lugar cegada la memoria y junto a ella el pasado se había olvidado.
La espera, detenida en el tiempo. El tiempo, desaparecido en el ansia de la espera. El ansia, que poco a poco se diluía en aquella calma que todo lo abarcaba. La felicidad, había dejado de ser; el amor el rostro del verdugo; las personas, petrificadas en la lastima. Nada era todo. Y todo, lo que esa calma fraguaba.
El Lunes, la imposibilidad de regresar al pasado; el miércoles, la inescrutabilidad del futuro.
Hoy martes, el día de Mi sentencia.

lunes, 19 de octubre de 2009

Incomprensiones Finales

Incomprensiones Finales.

Las luces bajan su intensidad lentamente en contraste con la expectativa y la emoción que aumentan, como sucede siempre que el telón se esta por abrir. Cuando se termina de correr el telón se puede apreciar los instrumentos dispuestos en el escenario. Del publico se escuchan algunos gritos vivando a la banda que esta por salir a tocar una música entre funk, rock, y que por momentos se pondrá mas pesada. Pero nada de eso sucede en el oído. Una música lenta empieza a subir de volumen, mientras ella sale al escenario envuelta en una capa casi negra, que da la impresión de tristeza mezclada con dulzura. Es como la amargura de las cosas buenas que se terminan, una melancolía que no perturba y genera sentimientos de calma, erotismo, y desesperación. Mientras llega al frontispicio un montón de palabras se agolpan a su boca, palabras que cuesta seguir, ya que esconde las profundas revelaciones que mas tarde trataran de comunicar los sonidos. Con gesto suave se quita la capa dejando entrever partes de un cuerpo que juega a la escondida entre las luces y las telas que le cuelgan (una escondida que resulta mucho mas efectiva que la mía entre las butacas del medio del teatro). Para cuando la capa ya lleva unos segundos en el piso, la música sube intensamente acompañada de su voz excitante que juega a ser cómplice y delatora de la melodía. Cómplice porque por momentos se unifican para ser un solo sonido, que parece hacer que sus movimientos, su baile, estén en perfecta armonía con la métrica de la música, pero delatora porque también sabe alejarse para ser completamente diferente, y mostrar que toda la magia es la de su voz que sabe transmitir mucho mejor el erotismo de la música.

Los músicos ya están en sus lugares y mientras ella deja escurrir su voz entre los instrumentos el mensaje de que se presenta “Erotic-funk”, esta más que logrado. Se baja del escenario, entre los aplausos complacidos, melosos de un montón de espectadores que se resbalan suavemente en sus asientos estirando sus cuerpos en todas las direcciones, en una suerte de contacto virtual, que une a los músicos con los espectadores, a los espectadores entre ellos, a las palabras con la música, a las sensaciones con los sonidos y a todo eso con ella.

Dos canciones después, sale por una puerta lateral y se sienta en la primera fila. Una canción mas tarde, alguien se le sienta al lado. Desde ese momento hasta el final del recital toda mi percepción se resume al contorno derecho de su nuca, a sus movimientos de hombro, a sus ladeos de cabeza, a sus manos y brazos que aparecen y desaparecen por detrás de alguna butaca.

Ese recorte visual es el que llena toda mi memoria de esa noche, y de la otra, y de las siguientes hasta hoy, un mes y medio después, cuando vuelvo a leer las sensaciones escritas, de esa noche, de ese episodio de enamoramiento y odio. De esa conjunción de deseos reprimidos, de desesperación absoluta y absurda, de ese tormento autogestionado, de esas infinitas ganas de matar…

Un mes y medio tardo mi estomago en procesar aquellas visiones, que se reflejan en estas palabras: “Nunca antes me había empujado a matar la tristeza. Nunca, hasta hoy había sentido la urgente necesidad de matarme. De matar mi tristeza.

Sentirse impulsado por la tristeza a matar la tristeza. Ningún hombre podría vivir con tamaña contradicción en su pecho. La solución encierra un dilema irresoluble.

Eche mano a la posibilidad mas obvia, matar aquello que era el objeto de mi tristeza. Pero solo pensar en la imagen del acero filoso sobre la tesura perfecta de la piel de Brenda, me supo a falsedad. Ella era el objeto de mi tristeza y su destrucción no conseguiría más que la mudanza de mi tristeza a otro objeto; eso no tenia sentido alguno.

Recurrir a esas imaginaciones es el claro ejemplo de la dificultad que me espera: una cirugía milimétrica, que mal hecha puede comprometer el resto de mi corporalidad. Con prolijidad inhumana tengo que cortar y extraer una tristeza que no tiene principio ni fin y debo hacerlo con un bisturí atormentado, lleno de dudas y miedos, un bisturí que tiembla antes de dar cada paso, que se nubla y tropieza cada vez que quiere reconstruir los últimos días, los últimos recuerdos, que se oxida buscando razones en un mar de acido.

Así y todo lo voy hacer, es preciso que lo haga.

Podría empezar por arrancarme la retina donde tengo grabada la imagen de sus dedos acariciando el pelo y la nuca de una cabeza, que devuelve el gesto apoyándose en su hombro, una cabeza que no es la de mi cuerpo, una caricia que yo rechace y ahora no soporto sea el privilegio de otro. De ahí pasaría a la garganta, de donde sacaría las mil disculpas atoradas de los perdones nunca escuchados; esos que lentamente fueron esparciendo un gusto venenoso y vomitivo, que amargaron uno a uno sus besos hasta volverlos horribles, insípidos e imposibles.

Tendría que cortar dos rectángulos de piel de la espalda a la altura de los hombros, pero unos centímetros mas abajo, ambos rectángulos a la misma altura, uno sobre la derecha y otro sobre la izquierda; ahí ella apoyaba sus manos para empujarme contra sus pechos, para encajar con mas vehemencia y locura mi sexo en el suyo. No toleraba el segundo en que mi piel se despegaba de la suya, el momento en que mi espalda se encogía, se encorvaba para extenderse luego mas adentro de ella, mas en lo profundo. En ese segundo de separación sus manos tallaban marcas indelebles en mi espalda… que ayudado ahora con un espejo recorto, mientras que la sangre tibia que sale de la herida se esparce por la espalda, haciendo mas real el recuerdo del sudor caliente que me producían esos encuentros con ella”.

La lectura me trae inconfundiblemente las sanciones que me produjo en ese preciso instante, ver la mano de ella acariciar el pelo de él. Yo estaba ahí, petrificado, inmovilizado en mi asiento, y ella unas filas mas adelante, tal vez solo tal vez, sabiendo que yo desde atrás la miraba. Aprovechando, tal vez solo tal vez, esa situación para dar el golpe final a la tortura que yo había comenzado en cuanto decidí ir a verla.

Ahora que me toca volver a ese lugar, a esas butacas, me paraliza el miedo de no haber borrado la imagen de ella jugando con sus dedos entre sus rulos. Esa imagen que para mi representa la incomprensión mas grande de todas, cuando ella mas tarde me preguntaría porque no me acerque a saludarla, y yo ahora le contesto, porque sabia (sin saberlo) que ese seria el hombre con el que terminaría desnuda en la cama, cuando yo ya no estuviese presente. Porque en ese acto, en ese acto que desgraciadamente presencie, estaba la síntesis de nuestro pasado y de nuestro futuro: la incomunicación de no saber hacernos llegar las ganas de estar el uno con el otro, la inmovilidad de mi voluntad, lo incomprensible de sus deseos, el abandono al que me sometía ella en mi papel de espectador, su descuido eterno por mis miradas, su mano indecisa pero efectiva entregándose a otro, y las aclaraciones siempre tardes, y los hechos innegables. Todo eso condensado en el espacio de seis filas de teatro, entre su nuca y mi mirada, entre su espalda y mi pecho, entre mi deseo obstinado y el deseo revoltoso y siempre en movimiento de ella…la inconmensurabilidad insuperable entre mis palabras y su música.

Incomprensiones III

Incomprensión III

I

La reunión se ajusta a todos los parámetros de lo convencional cuando paradójicamente la consigna por la cual tenia lugar la reunión, era justamente, buscar lo contrario.

Si la dinámica social es difícilmente reversible, no debe asombrar que la dinámica de pareja también lo sea. Pero lo que no consiguió la reunión fue altamente superado por esa pareja.

Brenda lleva un vestido verde, corto y ajustado, provocador aunque ella preferiría decir que es insinuador. Los zapatos van al unisonó del atuendo con la intención de llamar la atención. Los tacos altos (pero no lo suficiente como para generarle incomodidad) resaltan sus piernas creando a la vista una línea vertical tensa que tiene el tiempo justo que tomaría mirarla detenidamente, recorriendo desde la pantorrilla hasta la línea verde donde termina la tela y empieza la imaginación. El movimiento visual esta perfectamente calculado por ella. El pelo recogido y el escote de la espalda, generan una cercanía entre el final de sus muslos y el comienzo de su cuello, que permite mirar todo en un solo movimiento, o mejor dicho, no permite mirar una de las partes sin automáticamente llegar a la otra. Su arte de seducción en lo estético es perfecto. En lo intelectual también, pero eso lo deja para unos momentos mas avanzados de la reunión. Por el momento se contenta con cruzar las piernas, jugar con el cigarrillo y despilfarrar miradas, que casualidad o no, siempre terminan en un par de ojos que se ven llevados inevitablemente a emprender el movimiento recién mencionado. Un círculo vicioso perfectamente planificado. Hecho a medida de sus deseos, bajo sus reglas y su indestruible gobierno.

Manuel por su parte, pone a funcionar todo su arsenal de malabarista. Desde las atenciones imperceptibles hasta los arrebatos de besos públicos y los abrazos sorpresivos por detrás. Nada funciona. En el momento en que dejan de ser ellos dos solos, el desaparece. Se pierde, se desvanece en el incomprensible mundo de seguridades y de certezas de ella. Ya sabe que ella es la elegida, que ella es la dueña de su amor, y poco importa si todo el aren de un príncipe egipcio semidesnudo le baila encima, alrededor o entre las piernas. Inmutable, impasible, eternamente convencida de su encanto, de sus habilidades amatorias, nada puede perturbar a la imperturbable Brenda. Visto así, la posibilidad de los celos es una imposibilidad. Cualquiera podría asegurar que la reunión no presentaría en su desarrollo ningún problema. Bajo el curso de ese reino de certezas ambos terminarían en la cama deleitándose de la corroboración que significa, para ese reino, la pasión desmesurada del sexo que comparten.

Pero de las tendencias irreversibles que sufre el ser humano, la del poder es la que mas se destaca. El poder no se tiene, se ejerce, y Manuel en ese teatro donde no es actor ni director se desespera por ejercer aunque sea mínimamente algo de poder. A esta altura hay dos cosas que deberían ser obvias, la primera, que todo reino tiene un solo rey; la segunda: que Brenda Reina, ¡no comparte su trono!

Para ella seducirlo a él, es seducir a todos los que lo rodean a él. Una lógica perversa que camina por el filo: mira, puedo tenerlos a todos, al que yo quiera, pero me voy con vos. Una perversión que se torna insostenible cuando Manuel, ni actor ni director, se vuelve un simple espectador; cuando el “me voy con vos” significa que el no hizo nada, que su presencia es exactamente igual a su ausencia. La atracción ya no es la que él le causa, sino la que ella causa en los demás. A ella no le importa que los demás se impresionen de quien la acompaña, tampoco le importa que el la seduzca. El juego es de ella con ella, y poco importa lo que el haga, al fin y al cabo, no se van juntos, ella se lo lleva.

II

La metáfora para esta segunda parte es la de un arquero en un campeonato de tiro al blanco, ¡con un blanco móvil! Siendo claramente Manuel el arquero y Brenda el blanco móvil. Un elemento mas completa la metáfora, Manuel no lanza flechas, se lanza el mismo, o lo que es lo mismo, lanza sus deseos de enamorar, de admirar, de conquistar, de conmover un nervio de Brenda, de atinar una sonrisa suya…en el mejor de los casos un beso no forzado por el brazo-cadena de Manuel, que a pesar de ser su ultima arma, y sumamente efectiva, no deja de ser penoso para el mismo. Otra metáfora podría servir pero para la descripción general del funcionamiento de ésta pareja, ¿Qué define a un estanque?, ¿Cuál es su diferencia con un océano?, el estanque tiene limites acotados, el estanque rebalsa. Manuel y Brenda son un estanque infinito en profundidad, cada vez que llegan al limite, dos metros mas de profundidad se le agregan al estanque. Al lector atento no ha de escapársele la flagrante contradicción: la conjunción de un límite con el infinito. Esa contradicción es la perfecta metáfora para Manuel y Brenda, y la intención de esta segunda parte, es describir, acercase, adentrarse en la piel de la lógica que despliega esa contradicción.

La reunión pasó a fiesta, la cantidad de botellas vacías, los gritos para hablar, la rotación constante de los cuerpos, la música cada vez más fuerte, así lo demuestran.

Para esta altura el reinado de Brenda no conoce fronteras, no sólo incluyo el de todos los hombres presentes, lo cual ya es decir mucho, sino que también, bajo su encanto caen las mujeres, que podrían ser el único aliado de Manuel en la contienda. Las posibilidades de Manuel de besar a Brenda se vuelven cada vez más lejanas, y como siempre llegado este punto, recurre a los recuerdos. Recuerdo de las incontables noches en que la escena se repetía, pero haciendo el esfuerzo de focalizarse en el momento de la noche, casi siempre sobre el final, en el que Brenda se abandonaba de su espectáculo de cenicienta en el baile, y volvía a sus brazos, a besarlo desmesuradamente como solo ella le había hecho conocer. Pero por más que el recuerdo lo llenara de amor, pasión y la comprensión necesaria para sobrellevar la situación, cuando abría los ojos, la realidad lo ponía de rodillas al sufrimiento inevitable que representaban las horas restantes hasta el final de la noche. “La memoria elige lo que olvida”, Manuel la sabe, y no puede negarlo, y saber que no puede negarlo implica recordar, eso que su memoria eligió olvidar, esa noche en que Brenda poseída por su papel, absorbida por su rol, rebalsada de placer y corrompida por su propio poder, dejo que su personaje la devorara hasta devorar al otro. Ese recuerdo, que Manuel sabe clausurar 6 días a la semana, es el que ahora abre la insondable herida que nunca termina de cerrar. Porque olvidarla, nunca es lograr hacerla desaparecer o que no haya existido. Con ese recuerdo de los labios de Brenda en otros labios, de su mirada completamente extasiada en unos ojos que no son los de Manuel, con ese recuerdo su psiquis explota, se destruye, y todo pierde sentido. Yo no hay forma de lidiar con esa realidad; y de las dos posibilidades que le abren siempre recurre a la segunda. Porque interferir en la obra de Brenda sabe que es imposible, intentarlo solo sirve para convertirse en una marioneta de Brenda, donde el personaje solo puede servir como ridículo para que por contraposición su protagonismo brille más. La segunda opción, implica mezclarse en el entorno hasta desaparecer, olvidarse completamente de la noche, de Brenda, de las reglas, de la fiesta, entregarse atado de pies y manos a la fatalidad del destino. Ayudado con el alcohol, pero más aun por la desesperación Manuel lo logra. Por un par de horas puede salirse del movimiento y la disposición de cuerpos de la lógica policial de Brenda. Se permite ser el en plena libertad. Pero en el fondo, su conciencia le juega una trampa. Porque no solo la lógica del poder lo mueve a el y a Brenda. Hay una lógica, igual de irracional e intensa, que se esparce en el aire y que ata sus cuerpos: la lógica del Amor.

Más allá de todos los mecanismos perversos de sus mentes, ambos saben que sólo uno en el otro han podido encontrar los ojos en los cuales mostrar sus almas, que sólo en sus palabras y oídos han sido auténticos y puros, y que sólo en sus besos y caricias han conocido la pasión en su forma más extrema. Esa verdad, que la mente de Brenda puede obviar para dar lugar a su juego de poder y seducción, en Manuel es imposible de evitar, y por eso, hasta en su momento de mayor libertad, su conciencia lo engaña, sus actos exagerados también se convierten en un teatro que intenta llamar desesperadamente, nuevamente, la atención de Brenda. Si bien esta vez lo hace desde la indiferencia, no obstante lo sigue haciendo, entonces la libertad, en el fondo de su alma, Manuel la reconoce una mentira. La sostiene, entre alegría y desesperación, con la esperanza, de poder olvidarse realmente por un segundo de Brenda o la posibilidad de que su actuación tenga efecto y entonces ella vuelva a el. Vuelva para que sean otra vez ellos dos, SOLO ELLOS DOS, en la perfecta armonía que construyen dentro de las 4 paredes de su pieza. La imaginación de Manuel vuelve una y otra vez, a la imagen tantas veces pensada, de ellos dos en un mundo desierto, o mejor aun, en un no-mundo, donde la ausencia total de los otros haga imposible el deseo de poder de Brenda, donde no allá lugar para ningún poder, donde solo estén el amor de ellos, y ellos.

Final.

Llega el momento en que Brenda termina su actuación y se entrega apasionadamente a Manuel. En ese momento, todo se olvida, todo en la memoria de Manuel se clausura, el se entrega también a Brenda. Ambos vuelven a ser esa pareja indestructible, esa pareja perfecta que todo lo puede, que todas las reglas las desafía, las redefine, que frente al mundo parece no tener limites, ni tabúes, ni defectos, ni, sobre todo y contra todo: celos.

Pero ese mundo, esa superficie reluciente, tranquila, transparente, no muestra la verdad del estanque, porque mientras en la tranquilidad el agua brilla, en lo profundo noche tras noche el barro se revuelve, el agua lentamente se pone turbia, el fondo se vuelve mas y mas profundo; mientras mas brilla Brenda en la superficie mas se agrieta la herida en Manuel. Y el recuerdo de aquella herida, y la herida misma que vuelve abrirse, en una contradicción irresoluble, en la lógica perversa de Brenda que retorna eternamente una y otra vez, y la posibilidad cada vez mas real, mas cercana, de que sumidos ciegamente en el amor que viven, Manuel y Brenda, terminen por ahogarse.

Incomprensiones II

Incomprensión II


Le reprocha su constante ausencia

Mientras se convierte en una línea de fuga

Imposible de alcanzar.


Le encanta su presencia pero vuelve invisible

Su cuerpo a las caricias que la tocan.


Le encanta escucharlo hablar pero cierra su

Comprensión a lo que esas palabras dicen.


Se siente orgullosa de él, pero no de lo que hace,

De cómo lo hace, de lo qué piensa, dice o escribe.


Le encanta la forma en que la ama, pero no comprende

Lo que ese amor significa.


Se enamoro de todo lo que es él,

Que es nada de lo que él es.


Sabe todo lo que piensa y lo que siente

Y sin embargo no puedo adivinarlo en su mirada.


Le dice “te quiero” mientras lleva enérgicamente

Su puño para atrás para bajarle uno o dos dientes.


Le dice “te amo” mientras tira desesperadamente

Del corazón buscando arrancárselo.


Y lo dice todo, lo hace todo, sinceramente,

Sentidamente, sin querer lastimarlo.

sábado, 17 de octubre de 2009

Serie "Incomprensiones".

Incomprensiones I

Ella bailaba detrás del vidrio con una sonrisa que a Manuel le daba una profunda envidia. No era la envidia común, la que proviene del deseo de tener o sentir lo mismo que el otro. Manuel había bailado mil veces con esa sonrisa y con otras sonrisas igual de envidiables. Sin embargo, no podía dejar de envidiarla profundamente. Sentía un impulso que lo sacudía por dentro y lo empujaba a correr al lado de Brenda; tenia la imperiosa necesidad de quitarse esa envidia, y la única manera era ir a bailar y reír con ella. Pero, si bien claro y transparente, el vidrio seguía ahí. Brenda sabia que el vidrio estaba ahí y atenta como era con el amor, no dejaba de ir y venir, de cruzarlo uno y otra vez, para besar a Manuel. Manuel también sabe que el vidrio corta, y que de los cortes brota sangre, y que la sangre que se pierde no vuelve a las venas. Pero ni el ni ella pueden romper la cadena de fuerzas que los mueve. Brenda no deja de volver a cruzar el vidrio para ir a bailar y sonreír. Manuel no deja de frenar el impulso que lo lleva a romper el vidrio y bailar con ella.

Lentamente la envidia de Manuel empieza a ceder. En uno o dos movimientos acomoda su cuerpo relajando los músculos, antes tiesos. El vidrio que hace momentos tenia la rigidez del metal es ahora apenas un espejismo, la metáfora de una imposibilidad ridícula y momentánea.

En su lugar, una tranquilidad blanca los envuelve. En un circo de besos, se encuentran y disfrutan, se tocan y aprietan. El le susurra algo al oído y ella lo abraza con más fuerza. Ahora que ella sonría con él y por él, no hay lugar en el mundo para la envidia. Mientras se abrazan y se besan, todo a su alrededor empieza a destruirse. Más que a destruirse a desaparecer. Ahora que ella no esta para bailar la música, la música desaparece, ahora que ella no esta para ser el encanto de otros ojos, todos los hombres desaparecen, ahora que ella sólo mira a Manuel, todo alrededor pierde sentido, salvo el mundo de él, que empieza a tener sentido. En ese refugio de blancura que contrasta, delimita y separa a todo el resto oscuro de mundo que se desvaneció, Manuel se entrega a Brenda, se deja amarla en total libertad, en la total ausencia de mundo alguno, ellos crean un mundo a la medida de los dos, de sus dos cuerpos juntos, contraídos y estirados, de sus besos largos y mordidos, de sus caricias horizontales y verticales, esas que hacen que Brenda marque la piel de Manuel con sus dientes. Es un mundo donde los dos reposan, donde podrían asir la eternidad en el efímero instante en que mantienen la fuerza que contrae sus cuerpos uno contra otro. Todo el tiempo diluido para siempre, en el momento en que se aprietan los labios. En ese Mundo Manuel es feliz.

Pero nuevamente: ni el ni ella pueden romper la cadena de fuerza que los mueve.
Basta una nota menor, un has violeta, un suspiro de otro cuerpo, para que Manuel constate la fragilidad de su mundo. La fuerza crece, la cadena se tensa, el aire se torna raro y denso, los cuerpos se enfrían y separan lentamente. El mundo se resquebraja y explota en mil astillas. Como si el tiempo volviera atrás, el cuerpo de Brenda se arrastra hacia a la música, el vidrio lentamente se vuelve a formar, y tras el, Manuel vuelve a encontrar esa sonrisa. Una sonrisa de la que se podría extraer infinita alegría, una sonrisa que podría burlar la tristeza de la soledad, una sonrisa que es una oda a la vida, una sonrisa que le canta al amor, una sonrisa que es la sonrisa mas linda que Manuel haya visto en su vida, una sonrisa que es la de Brenda.

Una sonrisa que no puedo sino provocar la envidia. Pero Manuel, ahora esta colmado de amor, esta colmado de los besos mas dulces; ya no puede soportar la envidia, no quiere. Solo quiere que ella sonría y sonría, y no deje de sonreír. Un segundo después, mientras su estomago se retuerce y la saliva lo hago en su propia garganta, el se da cuenta. Sólo sacrificando todo su Mundo, sólo olvidando la dulzura y el calor que lo sostiene en pie, sólo borrando todo el aroma del amor de ella con el que respira, puede conservar aquella sonrisa. Porque también sabe que no va a liberar el impulso para correr a bailar con ella, y sabe que ella no va dejar de volver a besarlo. Cerrando los ojos muy fuerte, abriéndolos un poquito para alcanzar el final del vidrio, el camina lentamente hasta superar los contornos y cruzar la puerta.