martes, 7 de diciembre de 2010

Escapista confundido.

Era, había sido, sería e iba siendo un actor, un deportista, un clown, un incomprendido, un niño-adulto a la fuerza, un revolucionario y un reaccionario. Un moralista años mas tarde, un escritor por segunda vez, un filosofo, un culturalista, un intento de artista, un amor atravesado en todo lo demás. Un proxeneta haciendo elegías al amor, un héroe de si mismo y un fracaso de otros. Un pensador contra la filosofía y un lector contra la realidad. Y de todo eso lo único que conserva, con escasa seguridad, es la sensación de un desprendimiento. La sensación de un movimiento incapaz de afirmarse. Y la conciencia transparente y punzante de esas sensaciones.

Un desprendimiento, un movimiento, una conciencia, cuyo único producto es más y más dolor. El inefable dolor de no poder, de no saber: ser.
Y aún siente, cree sentir, o quiere creer, que su dedo apretando en la herida tiene una razón.

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