lunes, 15 de noviembre de 2010

Inmortales

Intento repetirlo. A veces figurándolo

a veces recordándolo exageradamente.

Vuelvo a sus rostros y a sus voces

sin encontrar sus sonrisas ni sus palabras.

Intento suplir un grito con otro grito:

igual o mas fuerte, con la boca mas abierta

o los pulmones mas llenos, o con los ojos

mas abierto o mas cerrados. Y no,

no es el mismo grito.

Intento combatir el éxtasis de sus besos

con estos besos. El desenfreno de aquel

sexo con estos gemidos falsos y forzados

que se pierden en una noche, que no es

mágica, que no es única.

Me invente un idioma y unas señas,

que no tuve con quien practicar.

Diseñe calles y ciudades que no tuve

con quien caminar..

Invente un paisaje de montañas exóticas

donde solo resonaba el eco del silencio.

Descubrí paisajes y playas paradisíacas

en las que nada sucedía.

Quise recrear el éxtasis del Sol y la Luna

intercambiados, del juego de

luces y sonidos ininterrumpidos,

del deseo y la locura del deseo

inalterables.

Llene mis venas de jeringas artificiosas

con sustancias artificiales que ni se acercan

a la adrenalina y el éxtasis de dos mil cuerpos

saltando, tocándose, rozándose, transmitiendo

la fuerza de una sensación que a un solo cuerpo

haría explotar pero a dos mil los hace bailar.

Me desnude bajo la lluvia mirando fijo al cielo

hasta sentir que no había nada mas alrededor.

Gire sobre mi mismo, una y otra y otra vez

hasta imaginarme ser un torbellino

que subía hasta el cielo…

Y no logre tocar el cielo que tocamos

saltando a la par, gritando a la par, bailando,

tocándonos, besándonos, mordiéndonos,

abrazándonos, acostándonos juntos.

Lo intente todo. desde el dolor

mas grande y el placer mas grande y

nada pudo si quiera acercarme a esa sensación.

Intente revivir ciento ochenta días donde

todas las dimensiones de la vida se volvieron

una, y tan solo una: la mas perfecta felicidad.

Me detuve en el tiempo. Me quede ahí en la nada

recordando esa felicidad y me sentí muerto. Y sin

embargo, justo antes de ver la primera lagrima de

tristeza lo comprendí:

hay una sola forma de volverse

inmortal y es cuando uno puede detenerse en un momento

de tanta felicidad, que la vida toda se disuelve y

retrae a ese segundo donde ya nada podría ser mejor.

Yo viví ese momento.


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