miércoles, 14 de octubre de 2009

Primer Cuento

Sangre al óleo

I

“…el impulso sexual, la embriaguez y la crueldad, pertenecen a la mas antigua alegría dé la fiesta en el hombre…”; esta era una de esas fiestas.

Sobre los quince pisos del edificio se extendía la terraza, ni muy grande ni muy chica, lo suficiente como para albergar a mis 18 compañeros y yo. A la terraza se llega por una escalera angosta y demasiado iluminada; el enceguecimiento que producía y los correspondientes insultos que todos le dirigían, se transformaban en agradecimiento al cruzar la puerta que daba acceso a la terraza. La magia, el encanto que había cuando se estaba parado en la terraza ciego, producto de la demasiada luz de la escalera desaparecía repentinamente y en un segundo se agolpaba a los ojos un paisaje propio de la lujuria, miles y miles de estrellas por todos lados, a donde uno mirara, un mar de pequeños puntos brillantes encontraba, la luz se reflejaba en las sonrisas y cubría de brillo nuestras caras.

La fiesta era una muy sencilla, humanos de opuestos sexos, el retumbar de pies al suelo, la música del latir del pecho y el ritmo del temblor de los dientes, producto de la ansiedad; el único requisito: La desnudez.

Los primeros momentos fueron horribles, la escasez de luz que no permitía distinguir un solo rasgo del cuerpo y la lejanía de la terraza, no impidió que sintiera la mirada de mil ojos en todo mi ser. Eran ojos furiosos, indignados, no solo se avergonzaban de nuestra desnudez, sino que juzgaban y criticaban esa desnudez. Escupían escamas inscriptas con frases incoherentes, inventadas e impuestas por ellos que decían: ¡No debes!, ¡No es correcto!, ¡No es lo habitual! (Como si lo correcto, lo habitual y lo que se debe no fuesen creaciones insulsas de espíritus temerosos de sus prójimos y sus vidas que buscan protección…)

Pero no solo eran sus ojos, los míos también, con cada segundo que pasaba sentía que ese imperativo salía de mi, que yo también estaba de acuerdo. En los últimos esfuerzos por no bajar la frente y la mirada, esforcé las pupilas al limite y pude observar la cara de los demás, también bajaban los ojos, se inclinaban al punto de parecer jorobas y si uno atinaba un leve movimiento hacia arriba, una metralleta escupía una ráfaga de esas escamas hasta que no quedara retazo de piel sin sangre. La fiesta por voluntad Divina devenía masacre del espíritu.

II

“La armonía oculta es superior a la manifiesta”… los ojos apuntando al suelo y el peso de la joroba hacían imposible verlo, saberlo, sentirlo.

La pesadez hundía, aplastaba lo que habíamos empezado y lo que queríamos empezar; una orgía de los sentidos, un hervidero de sangre, un desmesurado vomitar pasiones se convirtió en un campo de batalla posguerra, sin haber habido guerra, solo nuestros cuerpos amputados, aplastados y compactados dando forma a una hermosa alfombra persa digna de toda Iglesia o de los mejores palacios burgueses, un decorado moral perfecto: completamente liso, nivelado , rígido, cuadrado, blanco como el vació, vació como el pensamiento que adornaba.

La única partícula humana viva, la que ninguno tuvo en cuenta vino al rescate. Una partícula de sensibilidad, de instinto de percepción, de naturaleza puramente humana, que no conoce barreras ni limites, ese sentimiento llamado Dolor, instauro entre nosotros y la muerte, el Caos.

III

“De la servidumbre ciega a la libertad despiadada, de la desesperación absoluta surgió la alegría infinita”.

Cuando se esta al borde del abismo la perspectiva óptica se expande al máximo. Cuando, en la plenitud de la primavera, el objeto amado es arrebatado con la misma violencia con la que se ama ese objeto; el abismo se materializa se hace tangible, se pone en situación y nos escupe la cara.

El ojo se abre, la pupila se dilata y se empieza a ver la inmensa dimensión de lo terrenal, de lo instintivo, la humana actitud de supervivencia, de amor a la vida. De amor a uno mismo.

19 personas al borde de un precipicio de quince pisos representan el punto intermedio entre aire-tierra (abismo-vida)…; ése momento.

Ahí estábamos nosotros, tambaleantes, desequilibrados manoteando el vació en busca de un puerto para anclar, desesperados, con las orbitas de los ojos dando mil vueltas y ninguna, sin retorno ni ida. Hasta que lo vimos (el ojo abierto, por primera vez, producto de este estado lo permitía) otra vez. Imponente y brillante como jamás lo había estado, el cielo reflejaba la obra de arte cumbre de la existencia. La naturaleza en todo su esplendor nos mostraba el camino a seguir. Los suspiros al unísono, espontáneos del pecho producto de la belleza transmutada en embriaguez, tomaron la fuerza de la bella creación hasta formar un inmenso remolino. Al tiempo que el viento arremolinado nos arrebataba la pesadez, nuestros cuerpos flotaban y giraban, se rozaban, chocaban y la piel volvía a sentir calor. Los músculos despertaban, se movían y bailaban al compás de los suspiros.

Minutos mas tardes y la orgía estaba nuevamente en marcha, mas vivos que nunca y con la sangre a punto de romper hervor dejamos que cada suspiro vuelva a nosotros, entre por las orejas y congele el cerebro. Así vueltos al más primitivo de los estados del hombre, emprendimos una carrera desenfrenada de pocos metros hasta el cuerpo más próximo. Mi carrera fue más corta que la del resto, puesto que ya en el remolino había marcado mi presa. Fue la primera de esa noche, lo único que supe y sabré siempre con seguridad es su nombre: Lucila, lo demás son impresiones, sensaciones confusas, momentos vividos o imaginados entre lo real y lo ficticio.

Parados uno frente a otro, descubríamos con el sentido del tacto quien era quien. Cuando mis dedos terminaron de resbalar por la comisura de sus labios supe que no tenia que saber mas nada. Cerré los ojos y espere a sentir el cosquilleo de su lengua en mi boca. Como dos piezas con un destino similar nuestros cuerpos se acercaron lentamente, mi mano subiendo por el hombro buscaba la fragilidad de su cuello, los dedos resbalando entre su pelo hasta la nuca, su mano bajando por la espalda hasta la cintura, clavando las uñas y apoyando mi vientre contra el suyo. Todo ensamblado perfectamente con una armonía, ajena al caos que nos rodeaba.

Mis piernas entre las suyas, las suyas entre las mías y abrazadas a mi cadera; el grito al borde del oído aumentaba la fuerza con la que mordía su cuello. Me apretaba contra su pecho, me asfixiaba, me amaba violentamente, me arrancaba los ojos para llevarlos a lo mas hondo y repugnante de su ser y los traía ciegos; entonces mas disfrutaba yo, mas placer sentía, explotaba por todos lados y ella se excitaba mas y mas. Podía verme destruido en mil pedazos y no parar, su fuerza de seducción no tenia limites, pasaba su lengua por todo mi cuerpo, me lamía y relamía, me devolvía el brillo, me acariciaba despertando el fuego en mi piel y en un solo beso lo consumía todo dejándome helado y muerto , una y otra y otra vez.

IV

Verwiel doch, du bist so schoem”

Los soles giraban en un fluir continuo, alternado de noches espectrales donde figuras de antiguos Dioses revivían de la exuberante vida que desbordaba por las paredes del edificio y corría a internarse en lo profundo de la tierra; chocaba contra el suelo con una violencia tal que la Naturaleza explotaba en mil partículas alcanzando la terraza y fundiéndose con los cuerpos desnudos, en un movimiento eterno…

El Día y la Noche se habían entablado en una guerra sin fin, tratando cada uno de llevar más allá la voluntad humana. Desplegaban por turnos ráfagas de vitalidad y de fuerza, inundaban el aire de aroma a sangre, nos convertían en presas unos de otros. El salvajismo saltaba y bailaba con nosotros.

Entre el quinto amanecer y el decaer de la luz de la luna arrastrándome en cuatro patas, quitándome con violencia las manos que me tiraban e invitaban al delirio, logre escapar a un rincón alejado.

Desnudo como estaba me senté y deje caer mi espalda contra la pared. A medida que la respiración calmaba su latir y mis ojos perdían el color rojo la noche tomaba claridad. Paso un largo tiempo hasta que el fuego de mi piel se consumió y el frió hizo sentirse, el mismo que otrora congelara la razón ahora se convertía en arrobamiento de mi ser.

Encendí un cigarrillo, deje que el humo recorriera todo el trayecto de la boca a los pulmones y lo deje salir sin impulsarlo, despacio se filtraba por mi nariz y mi boca creando un manto gris que me tapaba la visión; aspire nuevamente, esta vez mas fuerte, espere que el humo volviera a mezclarse con la brisa y siga el curso de los vientos.

Pasee mis sentidos por toda la terraza disfrutando de la genuina obra de arte que tomaba vida en frente mío. El arte como interprete de lo que reflejaba la naturaleza de esa fiesta, de lo que se dibujaba con sangre, lo que delineaba la mano de lo repentino, de lo instintivo.

Era bellísimo sentir la fuerza que vibraba en el aire, ver los cuerpos revolcándose de un lado a otro, de a dos, de a tres, en todas las formas posibles. De tanto en tanto una pareja se separaba, caminaban a hacia un lado hasta encontrar otro ser, se paraba frente a el, se miraban unos segundos, no se decían nada, no eran necesarias las palabras, en ellos hablaba la Voluntad. La Fuerza como impulsora y parte de la voluntad en ese momento era infinita, llevada al máximo por ese continuo movimiento sexual de amor al instinto a la locura pasional de los besos.

Nuestra fisiología diseñaba desnuda eso que la voluntad impulsaba y lo transmutaba en una obra de arte, en una pintura de Rafael, en la Serenade for Strigns in C Mayor, Op 48 de Tchaicovsky, en unos versos de Rimbaud.

V

“El amor esa fuerza capaz de destruirlo todo.”

Minutos mas tarde y ahí estaba yo contemplando perplejo el resultado de mi creación que ahora no dejaba de repugnarme, sin duda culpa suya. El espectáculo no tenia igual, ya no eran todos y cada uno amándose entre si, sino ella dejándose amar por todos. Todas las manos en sus pechos, sus piernas y un poco más arriba también, todas las salivas en su boca. Sonreía muchísimo, parecía que en cualquier momento le explotaría de la cara y tomaría vida propia. Mis ojos no respiraban, estaban fijos observando todos y cada uno de los detalles, cada mueca y gesto de ella eran profundamente analizados. Cada gemido abría una burbuja en el tiempo donde mis reflexiones y pensamientos volaban como dagas de un lado a otro sin parar. Una multitud de preguntas me atacaron. Las preguntas siempre atacan. El pensar detenía el tiempo, los conceptos destruían la fiesta, pero no podía, no podía dejar de pensar en ella. El amor, ese sentimiento de posesión más estupido y absurdo que hay en el hombre, quería arruinarlo todo. Recordé cuando una vez fue mía, y llore.

Mire a otro lado. Abrí los ojos cerrados, y baje la cabeza hasta encontrar mi sexo. Me toque, me acaricié. La excitación tiene esa magia de elevar, es el amor a uno mismo.

La eyaculación lejos de ser una necesidad biológica es por excelencia la liberación más pura de todo lo pensante que nos encarcela. Ya lejos de toda la basura amorosa, corrí a zambullirme en ese mar de carne.

VI

“No aspiro a la felicidad, aspiro a mi obra”

Alegría. La destrucción traía alegría. El Caos que nos poseía desdibujaba las fronteras de lo posible. Con cada caricia destruíamos y reinventábamos un Mundo.

Una superabundancia de fuerza nos lo permitía todo, en ese estado, el de la pureza absoluta del ser, la embriaguez nos mostraba nuevas formas, moldeábamos a gusto las actitudes, las formas del ser, el lenguaje, las palabras, los modelos; una infinidad de colores que revivían el verde de la tierra. La palidez de años de caras angustiadas, todas bañadas en amarillo, el color de los ojos que hace tiempo se había escapado al cielo de tanto mirar hacia arriba se llenaba de violeta contrastando y resaltando el brillo de la cara. Un amor puro y sincero al suelo que nos dejaba bailar, bailar y bailar...

Un movimiento nunca visto en ese acto orgiástico, que hacia de la perfección conocida una banalidad…

Quien podría negar que de este modo de vida, surgía una perfecta estética. Donde no buscamos condicionamientos morales, el rigor de leyes o el castigo por el pecado, dejábamos guiar nuestros actos por un simple “me gusta”. Ahí terminaba todo tipo de imperativo. Toda la atención estaba puesta en una premisas básica de esa estética; el amor a uno mismo.

La fiesta ya terminaba de consumir todo la energía de nuestro cuerpo. Los cuerpos empezaron a fundirse unos con otros, se ensamblaban perfectamente; algunas caras reflejaban cansancio, otras alegrías infinitas, otras amores eternos, pero en todas, los ojos mostraban PAZ.

El último Sol se encontró con una montaña informe de rostros violetas.

La luz fue avanzando sobre la terraza y el aroma de la tierra mojada perfumaba el aire.

El Sol tomo lugar en lo alto del firmamento y poco a poco empezó a calentar todos las partes de nuestro cuerpo. Los ojos brillaban tanto como el sol, los pelos se retorcían y erizaban contra la piel, la piel se agrietaba y contraía. Una brisa paso rápidamente cortando el aire y el tiempo. Un silencio lo lleno todo, absolutamente todo, los parpados se cerraron uno a uno y del ultimo una chispa roja se disparo al cielo, a medida que subía se volvía mas roja, mas amarilla, mas grande, como un volcán de fuego salido de las fauces de un dragón. A toda velocidad subió hasta chocar con el mismísimo Sol. Luego una ligera música se acerco hacernos compañía, mientras desde lo alto la chispa convertida en un meteorito bajaba violentamente directo a ese parpado todavía entre abierto. En tan solo un segundo la inmensa bola de fuego desapareció por completo dentro del ojo. La música seso…; el fuego se esparció por el interior de la masa corpórea y exploto incendiándonos y dejando que los cuerpos lentamente se consuman al compás de una dulce arpa.

Fin

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