martes, 27 de octubre de 2009

Comprensiones I

Comprensiones

Abrí este blog para suplir la ausencia de lo que hasta el presente de mi vida, ha sido la experiencia de la comprensión y la comunicación. Ambas equivalentes al amor con Brenda.
Cuando Matías era mi único interlocutor, critico y lector, la escritura era un fin en si mismo. En el mejor de los casos una expresión artística, o mas bien, un dialogo artístico. Discutíamos sobre la cantidad de subordinadas, sobra la necesidad de la metáfora o la cadencia del ritmo de mi prosa. El punto fundamental era la creación de un personaje entorno a un sentimiento o sensación, o la construcción de una historia entorno a una idea filosófica. Así nació “Sangre al óleo” como metáfora de las tres transformaciones de Nietzsche para el segundo caso, o “Un día de calma” como metáfora de las sensaciones de quien se prepara para enfrentar la muerte, para el primero.No obstante, el eje sobre el cual giraba mi vida literaria era la escritura y no el Escritor.
Este fue el vuelco irreversible que ella produjo, la necesidad que invento, lleno y vacío, y que ahora intento ocupar.
Antes de conocerla tuve, podría decirse, entre comillas bien grandes, dos periodos literarios. Un primer periodo Nietzsche, y un segundo periodo Mishima, el tercero, obviamente, se inauguro con la negativa de su primer beso.
Con ella no descubrí algo que no estuviese en el mundo sino la inversión o el reverso de todo lo que ahí estaba.
Cuando le mostré mi primer texto, hice todas las modificaciones necesarias para quitar aquello que me ocultaba. Al leerlo no debía quedarle duda alguna de que el que pensaba, sentía y actuaba (el orden no es contingente) era (es) yo.
Pasaron varios días desde que le mande el revelador relato. No desespere, por esos tiempos, no solíamos vernos muy seguido, pero en los días en que la ansiedad era incontrolable podía llegar a revisar el correo cada quince minutos durante todo el día, y revisaba una y otra vez que mi correo se hubiera mandado correctamente.
Dos semanas después llego la respuesta. No hizo falta leer más de un renglón para saber que no era lo que esperaba, más bien lo que nadie hubiese esperado. No obstante visto a la distancia su acierto era impecable. Su respuesta no contenía ninguna referencia al texto que le había mandado, ni el más mínimo comentario, en lugar de eso ella me contestaba con un escrito suyo. En ese gesto, ella había previsto y prefigurado todo el futuro de nuestra relación.
Mi primera sensación de decepción fue mutando al ritmo que leía y releía una y otra vez el texto que me había mandado. No porque encontrara, a medida que leía, una continuidad entre lo que yo escribía y lo que ella escribía, sino porque cuando leía esas líneas sobre el pez dorado que se confundía con el mar cristalino o aquellas otras en donde Laura enfrentaba la cadencia de un Mundo rutinario, comprendía a la perfección, que su mecanismo de presentación era exactamente igual al mío. Habíamos elegido la misma forma para darnos a conocer, abriendo un mundo infinito en el cual podíamos conocernos en el lenguaje propio de nuestro ser.
Durante años, en la soledad y seguridad de mi intimidada había construido un Mundo y un personaje, un otro yo, que se dejaba traslucir en toda su magnitud, sólo a través de las palabras. Ese otro yo, que consideraba mas puro y genuino que cualquiera de mis mascaras, salía al mundo por primera vez. La excitación y la adrenalina de esa experiencia no tenían comparación alguna. Por vez primera podía desnudarme por completo frente a alguien que seria capaz de entender esa desnudez, el despojo absoluto de todo aquello que no es uno, salvo sus ideas, sus sensaciones, su sensibilidad para percibir el “dolor de mundo”, “la angustia existencial”, “el arrobamiento del ser”, la “tragedia del amor”.
Nuestra primera conversación sobre la existencia del otro, fue la coronación de esa experiencia de comunicación que había comenzado en el intercambio textual. Como dos locos ajenos al funcionamiento social de cualquier ser humano común, nos asombrábamos de sabernos perfectamente comprendidos al habernos dado cuenta de que existían otras personas. Tamaña obviedad, encerraba para nosotros, el descubrimiento de un paralelismo entre nuestras mentes y sensaciones sin igual.
En ese comienzo, en esa comprensión e identificación, estaba contenida la posibilidad de todo lo que vendría después. Haber reconocido la existencia del otro como algo completamente distinto, autocontenido y único, como algo independiente capaz de ser y percibir el mundo en toda su individualidad y particularidad, pero sabiendo que a la vez, te mira, te choca y te toca, que invade tus limites y los redefine, nos permitiría amarnos respetándonos a cada uno en sus deseos y creencias, pero a la vez construirnos, modelarnos conjuntamente, haciendo de nuestras percepciones un Mundo compartido a nuestra medida. (Esa tarde cuando nos despedimos en direcciones opuestas por la San Jerónimo, ambos volvimos la mirada, tal vez para asegurarnos que ese encuentro no había sido una perfecta elucubración de la imaginación, tal vez, porque sentíamos que en el otro, después de esa charla, se iba algo de cada uno. Meses después al confesar ese gesto, nos invadía la duda de no saber si tan perfecta situación era una invención de nuestra necesidad de alcanzar la perfección del amor. La duda tenia su total razón de ser ya que nuestras miradas no se habían cruzado al voltearnos…por mas perfecto que había sido…todavía no era una película).
Cuando empezamos a vivir la experiencia de ese mundo construido a nuestra medida, la experiencia fue la corporalizacion de la libertad. El amor vivido en su libertad absoluta.
Escribir, luego existir. Eso se había vuelto realidad con su amor. Cuando me lo quito, no cometía la vulgaridad de dejarme “morir de amor”. Acorde a su destreza ella me procuraba un asesinato mil veces más terrible y certero, destruía mi existencia estética, el mundo donde yo era yo en absoluta libertad. Ejercía despiadadamente el derecho de un creador sobre su obra: la total destrucción.
Perder sus besos si bien triste no era fatal, perder el mundo que habíamos construido…irreparable.
Los besos, el recuerdo no me engaña, eran la materialización de todo eso. Como dije antes, no una invención, sino la inversión. Esos besos podían ser la realización concreta de las palabras de Cortazar. Eran eso y mucho más, la pasión de Byron y la desesperación de Rimbaud.
“Cuando dejas los labios apenas entreabiertos, con los ojos cerrados y la invomilidad de todas tus facciones, deteniendo junto con tu respiración todo alrededor, es cuando y como mas me gusta besarte”. Ella leía a la perfección en esa inmovilidad la espera de mis besos por los suyos. Era una invitación que su feminismo ni en sueños podía rechazar. La prueba justa de que ella me conquistaba, me besaba hasta despertar, crear y explotar mi pasión; entonces ahí si, me convertía en el único merecedor de corresponder a sus besos y podía abrazarla hasta el dolor y morderla hasta lastimarla y tirarnos juntos a explorar el hartazgo del sexo en su sillón Blanco o en el Azul mío.
Esa exteriorización del deseo que representaba el sexo, no sólo era deseo. En la lujuria de esos momentos, completamente desconocida para mí, había mucho más que sexo. Había dos almas penetrándose con violencia, había el reconocimiento de un millón de poros respirando sincronizadamente en la unión de dos abdómenes.
Sus manos tocaban la desnudes de mis palabras y entonces para esas manos mi cuerpo era totalmente virgen.
Con las manos y labios de Brenda que en esos momentos eran indistinguibles… mi alma perdía su virginidad.
Toda la belleza del mundo tomaba cuerpo y rostro. Todo el placer del mundo contenido en los límites de su piel. Toda la comprensión imaginable encerrada en sus ojos.
Abierta mi alama de par en par a esa experiencia de éxtasis y enajenación, un solo destino había en el devenir, una solo posibilidad a futuro… la corrupción.

Brenda pertenecía a la inefable lógica de lo sublime: de aquello que al ser contemplado puede conmover la existencia misma, sólo al precio de su evanescencia, de su ser efímero, de aparecer en toda su magnificencia, para desaparecer completamente de una vez y para siempre.

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