sábado, 17 de octubre de 2009

Serie "Incomprensiones".

Incomprensiones I

Ella bailaba detrás del vidrio con una sonrisa que a Manuel le daba una profunda envidia. No era la envidia común, la que proviene del deseo de tener o sentir lo mismo que el otro. Manuel había bailado mil veces con esa sonrisa y con otras sonrisas igual de envidiables. Sin embargo, no podía dejar de envidiarla profundamente. Sentía un impulso que lo sacudía por dentro y lo empujaba a correr al lado de Brenda; tenia la imperiosa necesidad de quitarse esa envidia, y la única manera era ir a bailar y reír con ella. Pero, si bien claro y transparente, el vidrio seguía ahí. Brenda sabia que el vidrio estaba ahí y atenta como era con el amor, no dejaba de ir y venir, de cruzarlo uno y otra vez, para besar a Manuel. Manuel también sabe que el vidrio corta, y que de los cortes brota sangre, y que la sangre que se pierde no vuelve a las venas. Pero ni el ni ella pueden romper la cadena de fuerzas que los mueve. Brenda no deja de volver a cruzar el vidrio para ir a bailar y sonreír. Manuel no deja de frenar el impulso que lo lleva a romper el vidrio y bailar con ella.

Lentamente la envidia de Manuel empieza a ceder. En uno o dos movimientos acomoda su cuerpo relajando los músculos, antes tiesos. El vidrio que hace momentos tenia la rigidez del metal es ahora apenas un espejismo, la metáfora de una imposibilidad ridícula y momentánea.

En su lugar, una tranquilidad blanca los envuelve. En un circo de besos, se encuentran y disfrutan, se tocan y aprietan. El le susurra algo al oído y ella lo abraza con más fuerza. Ahora que ella sonría con él y por él, no hay lugar en el mundo para la envidia. Mientras se abrazan y se besan, todo a su alrededor empieza a destruirse. Más que a destruirse a desaparecer. Ahora que ella no esta para bailar la música, la música desaparece, ahora que ella no esta para ser el encanto de otros ojos, todos los hombres desaparecen, ahora que ella sólo mira a Manuel, todo alrededor pierde sentido, salvo el mundo de él, que empieza a tener sentido. En ese refugio de blancura que contrasta, delimita y separa a todo el resto oscuro de mundo que se desvaneció, Manuel se entrega a Brenda, se deja amarla en total libertad, en la total ausencia de mundo alguno, ellos crean un mundo a la medida de los dos, de sus dos cuerpos juntos, contraídos y estirados, de sus besos largos y mordidos, de sus caricias horizontales y verticales, esas que hacen que Brenda marque la piel de Manuel con sus dientes. Es un mundo donde los dos reposan, donde podrían asir la eternidad en el efímero instante en que mantienen la fuerza que contrae sus cuerpos uno contra otro. Todo el tiempo diluido para siempre, en el momento en que se aprietan los labios. En ese Mundo Manuel es feliz.

Pero nuevamente: ni el ni ella pueden romper la cadena de fuerza que los mueve.
Basta una nota menor, un has violeta, un suspiro de otro cuerpo, para que Manuel constate la fragilidad de su mundo. La fuerza crece, la cadena se tensa, el aire se torna raro y denso, los cuerpos se enfrían y separan lentamente. El mundo se resquebraja y explota en mil astillas. Como si el tiempo volviera atrás, el cuerpo de Brenda se arrastra hacia a la música, el vidrio lentamente se vuelve a formar, y tras el, Manuel vuelve a encontrar esa sonrisa. Una sonrisa de la que se podría extraer infinita alegría, una sonrisa que podría burlar la tristeza de la soledad, una sonrisa que es una oda a la vida, una sonrisa que le canta al amor, una sonrisa que es la sonrisa mas linda que Manuel haya visto en su vida, una sonrisa que es la de Brenda.

Una sonrisa que no puedo sino provocar la envidia. Pero Manuel, ahora esta colmado de amor, esta colmado de los besos mas dulces; ya no puede soportar la envidia, no quiere. Solo quiere que ella sonría y sonría, y no deje de sonreír. Un segundo después, mientras su estomago se retuerce y la saliva lo hago en su propia garganta, el se da cuenta. Sólo sacrificando todo su Mundo, sólo olvidando la dulzura y el calor que lo sostiene en pie, sólo borrando todo el aroma del amor de ella con el que respira, puede conservar aquella sonrisa. Porque también sabe que no va a liberar el impulso para correr a bailar con ella, y sabe que ella no va dejar de volver a besarlo. Cerrando los ojos muy fuerte, abriéndolos un poquito para alcanzar el final del vidrio, el camina lentamente hasta superar los contornos y cruzar la puerta.


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