lunes, 19 de octubre de 2009

Incomprensiones Finales

Incomprensiones Finales.

Las luces bajan su intensidad lentamente en contraste con la expectativa y la emoción que aumentan, como sucede siempre que el telón se esta por abrir. Cuando se termina de correr el telón se puede apreciar los instrumentos dispuestos en el escenario. Del publico se escuchan algunos gritos vivando a la banda que esta por salir a tocar una música entre funk, rock, y que por momentos se pondrá mas pesada. Pero nada de eso sucede en el oído. Una música lenta empieza a subir de volumen, mientras ella sale al escenario envuelta en una capa casi negra, que da la impresión de tristeza mezclada con dulzura. Es como la amargura de las cosas buenas que se terminan, una melancolía que no perturba y genera sentimientos de calma, erotismo, y desesperación. Mientras llega al frontispicio un montón de palabras se agolpan a su boca, palabras que cuesta seguir, ya que esconde las profundas revelaciones que mas tarde trataran de comunicar los sonidos. Con gesto suave se quita la capa dejando entrever partes de un cuerpo que juega a la escondida entre las luces y las telas que le cuelgan (una escondida que resulta mucho mas efectiva que la mía entre las butacas del medio del teatro). Para cuando la capa ya lleva unos segundos en el piso, la música sube intensamente acompañada de su voz excitante que juega a ser cómplice y delatora de la melodía. Cómplice porque por momentos se unifican para ser un solo sonido, que parece hacer que sus movimientos, su baile, estén en perfecta armonía con la métrica de la música, pero delatora porque también sabe alejarse para ser completamente diferente, y mostrar que toda la magia es la de su voz que sabe transmitir mucho mejor el erotismo de la música.

Los músicos ya están en sus lugares y mientras ella deja escurrir su voz entre los instrumentos el mensaje de que se presenta “Erotic-funk”, esta más que logrado. Se baja del escenario, entre los aplausos complacidos, melosos de un montón de espectadores que se resbalan suavemente en sus asientos estirando sus cuerpos en todas las direcciones, en una suerte de contacto virtual, que une a los músicos con los espectadores, a los espectadores entre ellos, a las palabras con la música, a las sensaciones con los sonidos y a todo eso con ella.

Dos canciones después, sale por una puerta lateral y se sienta en la primera fila. Una canción mas tarde, alguien se le sienta al lado. Desde ese momento hasta el final del recital toda mi percepción se resume al contorno derecho de su nuca, a sus movimientos de hombro, a sus ladeos de cabeza, a sus manos y brazos que aparecen y desaparecen por detrás de alguna butaca.

Ese recorte visual es el que llena toda mi memoria de esa noche, y de la otra, y de las siguientes hasta hoy, un mes y medio después, cuando vuelvo a leer las sensaciones escritas, de esa noche, de ese episodio de enamoramiento y odio. De esa conjunción de deseos reprimidos, de desesperación absoluta y absurda, de ese tormento autogestionado, de esas infinitas ganas de matar…

Un mes y medio tardo mi estomago en procesar aquellas visiones, que se reflejan en estas palabras: “Nunca antes me había empujado a matar la tristeza. Nunca, hasta hoy había sentido la urgente necesidad de matarme. De matar mi tristeza.

Sentirse impulsado por la tristeza a matar la tristeza. Ningún hombre podría vivir con tamaña contradicción en su pecho. La solución encierra un dilema irresoluble.

Eche mano a la posibilidad mas obvia, matar aquello que era el objeto de mi tristeza. Pero solo pensar en la imagen del acero filoso sobre la tesura perfecta de la piel de Brenda, me supo a falsedad. Ella era el objeto de mi tristeza y su destrucción no conseguiría más que la mudanza de mi tristeza a otro objeto; eso no tenia sentido alguno.

Recurrir a esas imaginaciones es el claro ejemplo de la dificultad que me espera: una cirugía milimétrica, que mal hecha puede comprometer el resto de mi corporalidad. Con prolijidad inhumana tengo que cortar y extraer una tristeza que no tiene principio ni fin y debo hacerlo con un bisturí atormentado, lleno de dudas y miedos, un bisturí que tiembla antes de dar cada paso, que se nubla y tropieza cada vez que quiere reconstruir los últimos días, los últimos recuerdos, que se oxida buscando razones en un mar de acido.

Así y todo lo voy hacer, es preciso que lo haga.

Podría empezar por arrancarme la retina donde tengo grabada la imagen de sus dedos acariciando el pelo y la nuca de una cabeza, que devuelve el gesto apoyándose en su hombro, una cabeza que no es la de mi cuerpo, una caricia que yo rechace y ahora no soporto sea el privilegio de otro. De ahí pasaría a la garganta, de donde sacaría las mil disculpas atoradas de los perdones nunca escuchados; esos que lentamente fueron esparciendo un gusto venenoso y vomitivo, que amargaron uno a uno sus besos hasta volverlos horribles, insípidos e imposibles.

Tendría que cortar dos rectángulos de piel de la espalda a la altura de los hombros, pero unos centímetros mas abajo, ambos rectángulos a la misma altura, uno sobre la derecha y otro sobre la izquierda; ahí ella apoyaba sus manos para empujarme contra sus pechos, para encajar con mas vehemencia y locura mi sexo en el suyo. No toleraba el segundo en que mi piel se despegaba de la suya, el momento en que mi espalda se encogía, se encorvaba para extenderse luego mas adentro de ella, mas en lo profundo. En ese segundo de separación sus manos tallaban marcas indelebles en mi espalda… que ayudado ahora con un espejo recorto, mientras que la sangre tibia que sale de la herida se esparce por la espalda, haciendo mas real el recuerdo del sudor caliente que me producían esos encuentros con ella”.

La lectura me trae inconfundiblemente las sanciones que me produjo en ese preciso instante, ver la mano de ella acariciar el pelo de él. Yo estaba ahí, petrificado, inmovilizado en mi asiento, y ella unas filas mas adelante, tal vez solo tal vez, sabiendo que yo desde atrás la miraba. Aprovechando, tal vez solo tal vez, esa situación para dar el golpe final a la tortura que yo había comenzado en cuanto decidí ir a verla.

Ahora que me toca volver a ese lugar, a esas butacas, me paraliza el miedo de no haber borrado la imagen de ella jugando con sus dedos entre sus rulos. Esa imagen que para mi representa la incomprensión mas grande de todas, cuando ella mas tarde me preguntaría porque no me acerque a saludarla, y yo ahora le contesto, porque sabia (sin saberlo) que ese seria el hombre con el que terminaría desnuda en la cama, cuando yo ya no estuviese presente. Porque en ese acto, en ese acto que desgraciadamente presencie, estaba la síntesis de nuestro pasado y de nuestro futuro: la incomunicación de no saber hacernos llegar las ganas de estar el uno con el otro, la inmovilidad de mi voluntad, lo incomprensible de sus deseos, el abandono al que me sometía ella en mi papel de espectador, su descuido eterno por mis miradas, su mano indecisa pero efectiva entregándose a otro, y las aclaraciones siempre tardes, y los hechos innegables. Todo eso condensado en el espacio de seis filas de teatro, entre su nuca y mi mirada, entre su espalda y mi pecho, entre mi deseo obstinado y el deseo revoltoso y siempre en movimiento de ella…la inconmensurabilidad insuperable entre mis palabras y su música.

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