martes, 10 de noviembre de 2009

Comprensiones II

Me resulta imposible recordar nuestro primer beso, o la primera vez que tuvimos sexo, por que las tuvimos muchas, antes de hacer el amor. La razón poética para ese olvido podría ser la total embriaguez que me producían esos besos o esos gemidos bloqueando cualquiera de mis funciones cerebrales, incluida la memoria.
Por el contrario, me es imposible de olvidar aunque trate, su primer no. Es raro tener ese recuerdo, que se ha repetido en mi vida, muchas mas veces de las que he recibido primeros besos. Otra explicación poética me surge: recuerdo aquella vez que me dijo que no, porque sabia (aunque ella lo negara) que tarde o temprano nos lo daríamos, sabia ella y sabia yo, que el momento en que nos habíamos conocido, tenia una exquisitez tal, que tendríamos que haber destruido toda la causalidad del mundo, para no llegar al beso.
Cuando quise retratar ese momento en palabras meses después, encontré que ya se lo había hecho a la perfección. Mishima una vez más me ganaba de mano, como siempre lo hará:
“La belleza se alza ante todo el mundo y torna fútil cualquier empeño humano. Ante el brillo del ocaso, ante la llegada de las nubes vespertinas, se esfuman inmediatamente todos esos desatinos sobre un “futuro mejor” […] El momento presente lo es todo; el aire reboza de un veneno de color. ¿Qué está comenzando? Nada. Todo concluye […] La ternura y la gallardía más sutiles se funden con un weltschmerz y, en definitiva, la aflicción se transforma en una orgía fugaz. Los numerosos fragmentos de lógica que tan tenazmente han conservado los hombres durante el día se sienten atraídos hacia la vasta explosión emocional de los cielos y la liberación espectacular de las pasiones y las gentes comprenden la futilidad de todos los sistemas […] el mundo nos muestra un breve atisbo de su capacidad de remontarse; a la luz del ocaso todo vuelve embelesado y en éxtasis… y luego, al final, cae al suelo y muere”.
Sin exagerar se que no habría mejores palabras para describir el paisaje en el cual por primera vez hablaba con Brenda. Pero a la precisión inigualable de esas palabras, nosotros le imponíamos, le oponíamos, el movimiento de los cuerpos. Entonces toda esa certeza se entorpecía, mostrando como todo cae al suelo y muere.
Con cada segundo que pasaba, sentado el uno al lado del otro en la arena húmeda, y con la vista perdida en el círculo dorado que en su ascender invertía el violeta de nuestras caras por naranja, podíamos constatar a la perfección “la futilidad de la belleza”. No sólo por la finalidad de ese movimiento del sol, sino porque también marcaba el punto de inflexión entre la obligación de continuar la conversación hasta que terminara la noche, y la necesidad y las ganas, de continuarla hasta que se extinguiera el día y volviera otro día y uno mas. A partir del momento en que la luz vespertina mostraba su brillo, nos asegurábamos mas y mas, de que nuestra voluntad y no la casualidad gobernaba la decisión de permanecer todavía ahí sentados. Que a esa altura no nos hubiésemos besado, representaba la prueba justa de que… “nada esta comenzando, todo concluye”, y no obstante nuestras miradas tenían la ternura de mil orgias fugaces comprendidas en el momento presente. La tensión que tenían nuestros cuerpos, entre la conjunción y superposición, constituía la expresión material de los “numerosos fragmentos de lógica atraídos hacia la vasta explosión”. Solo quedaba, la liberación espectacular de las pasiones, el éxtasis, y volver al comienzo, igual al final, a donde todo muere.
Todo comenzaba con las palabras haciéndose carne, nada podía ser más maravilloso, que ese encuentro. Pero como éramos carne y cuerpo, tampoco podíamos evadirnos de la realidad del mundo. A Mishima se le había escapado algo que a nosotros, todavía, no. La capacidad del Mundo, en un breve atisbo, de remontarse… el mundo que mas tarde construiríamos Brenda y yo, había nacido de esa capacidad, de la capacidad infinita de remontarse, mas allá de la futilidad de la belleza, mas allá del empeño humano, mas allá del desatino de un “futuro mejor”, mas allá de la futilidad de todos los sistemas… mas allá de la weltschmerz.
Al signo de tremendo acontecer, de una simbiosis metafísica exacta como punto de comienzo, no podía corresponderle sino, al final, un signo de igual desmesura, pero de contrario sentido, una incomprensión total y trágica. Partir del mayor encuentro nos condenaba a terminar en el peor desacuerdo. Y por más que lo intente, y lo repase una y otra vez, no puedo dejar de convencerme de lo acertado de esas sensaciones. Ni la imaginación ni el deseo me engañan, esa mañana sentados en la playa habíamos creado una fisura en nuestras vidas. Un punto del que no habría retorno.
Ese primer encuentro que tenía toda la magia de la novedad, de lo inesperado, todo el germen de un destino de amor sin igual, tenía también toda la certidumbre de un derrumbe, de un colapso inevitable.

1 comentario:

  1. Muchas veces pienso que las cosas intensas son y viven en ello, en instantes que se prolongan por meses y años, por letras, por la conciencia del recuerdo, de sabernos incapaces de conservar lo fugaz o de hacer de ello algo eterno y que no duela.
    Un abrazo grande Rubric

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