El mayor punto de discusión giraba en torno a la posibilidad de que el plan fraguado “pecara de ingenuidad”, por ahí alguien decía: “se van a dar cuenta, es todo muy casual, que así de la nada caigan y digan que si, sin motivo alguno…les digo que se van a dar cuenta”. La posibilidad de una fuerte sospecha tenia su razón de ser. Pero los mas empecinados en llevar a termino el plan, daban esa misma razón como fundamento de su éxito: “es tan, tan ridículo, que nunca se lo van a imaginar”. La discusión tenía sus puntos álgidos, en los que parecía que algún objeto volaría por los aires, el aire se tensaba hasta tornar insostenible las mismas palabras. Ni los gestos eran necesarios, las solas miradas hachaban furia, prendían fuego las intenciones de apaciguar y traer calma a los jóvenes efervescentes que se desgarraban en gritos apasionados; y como no iba a ser para tal violencia si, al fin y al cabo, lo que se discutía era: el poder. El poder de ser y hacer.
Con las primeras luces del amanecer se hizo indispensable llegar a un acuerdo, antes de que el día los sorprendiera, cada uno debía sigilosamente desaparecer por un recoveco escondido, para no levantar sospechas.
Lo resolvieron, como es propio de los jóvenes apasionados: siendo impulsivos, confiando en inflar las velas de su destino a fuer de sus pulmones y no de una azarosa brisa. El momento era ahora. Había que correr el riesgo y seguir adelante.
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