martes, 17 de noviembre de 2009

Comprensiones III

Comprensiones III

Cuando tuvimos que lidiar con nuestra primera distancia autoprovocada, imagine una carta, es decir, palabras que supliera esa distancia, y que lleno de seguridad y confort dejaría en tu puerta sigilosamente, ocultando mi presencia:

“La primera vez que un libro me “salvo la vida” tenía 18 años. El libro era Más allá del bien y del mal de Nietzsche, y me salvo de la autodestrucción. En ese libro encontré las razones para entender porque el hombre es autodestructivo, también vislumbre la posibilidad de superar eso, aunque era lo de menos. Lo importante era sanarme, y si no entendía mi tendencia autodestructiva, jamás podría curarme.

Por segunda vez, a los 23 años, recurro a un libro en busca de un salvavidas. Pero esta vez con una complejidad abrumadora, necesito salvar a otra persona. Salvarla de haber ingresado en su mundo el germen de la destrucción. No por casualidad tuve un mes entero un libro en la mesa de luz sin tocarlo, y hoy, prácticamente lo devore.

Como era de esperar, y como inevitablemente iba a suceder, todo tiene una referencia insuperable a vos esta tarde.

Pensé mucho en vos. Pensé bien. Constructivamente. El único momento de enojo fue cuando me pensé a mi, se me lleno la cabeza de sangre y tuve muchas ganas de que explotara; evidentemente la solución fácil nunca es posible.

Pensé en algunas, muchas, maneras de encontrarte. Hasta me imagine parado en una esquina con traje (corbata incluida) una rosa en la mano, esperándote. Me imagine que al verme desde una esquina lejana, te llenarías de ternura, de amor, de un recuerdo, y sin una palabra, te acercarías a abrazarme. Imagine mil maneras de superar eso que te paso en la puerta, de besarme y no sentir nada. Vi muchas partes de Amelie, porque me acordaba que en una parte muestran el corazón de ella latiendo, cuando se queda parada mirando al chico. Imagine como meter mi mano y hacer latir con fuerza tu corazón otra vez. Para ser sincero, ninguno de esos pensamientos me reconforto. La sensación de que “todo esta perdido” por momentos no me deja creer en nada más. Pero no es grave, es domingo, a la tristeza pobre del domingo súmale la tristeza de tu ausencia, a eso multiplícalo infinitas veces y… bueno, es comprensible que a uno le cueste tener pensamientos positivos. Pero (por primera vez la palabra “pero” suena linda) encontré un libro: La mujer rota. Se que lo leíste, seria el mejor momento para releerlo, aunque sea la primera parte. Además de leer, escribí mucho, eso si fue muy reconfortante.

Todavía no encontré la forma de salvar tu mundo. Pero encontré un montón de cosas sueltas, imposibles de hilar para hacer algo coherente; sin embargo, como no estoy buscando coherencia no me importo, son cosas lindas.

Una de ellas, es tan solo una frase, pero ¡Dios!, que calma me trajo: “la tristeza uno puede llorarla. Pero la impaciencia de la alegría no es fácil de conjurar”. La precisión que tiene con mi estado raya con lo azaroso. Ya no siento tristeza, ni dolor, ni culpa, ni nostalgia, pero no se como demonios (conjurar), ni que demonios hacer con la alegría que perdí, con la alegría que no voy a sentir el lunes al ver tu auto estacionado desde la ventana.

Uno se cansa de escuchar el “todo sigue”, yo sigue leyendo, porque la calma empezó a mutar, porque claro, pensar en que uno no esta triste es reconfortante, pero pensar en la alegría que produce una compañía y verse obligado a no poder tener esa compañía, es una sensación que empieza a atormentar.

Entonces seguí leyendo hasta encontrar esto: “Cada átomo de silencio, es la posibilidad de un fruto maduro” (de Valery). Automáticamente pensé en el silencio de tu ausencia que me pedís. Y pensé en que tal vez, después de unos días de silencio, madure algo, madure un fruto más acabado, mas colorido, mas prolijo, mas a la medida de tus deseos (que también son los míos).

Otra vez tuve un vuelco de 180 grados. Tuve una intuición. Una intuición en el mas puro de los sentidos; sentí con toda la fuerza qué lo que me imaginaba, qué lo que producía esa intuición se volvía real, increíblemente real, tan real que podría jurar que era una ventana al futuro.

No se si es horrible o si tiene toda la esperanza encerrada en ella: imagine que tranquilamente podía seguir viéndote, hablándote, escribiéndote sin tener una relación amorosa entre nosotros. No solo que lo imagine, lo vi, lo sentí… estamos vos y yo sentados en un café (claro, en una plaza o en un parque, porque te gusta mas que en el ruido del centro) conversando muy felizmente:

-Con los años resignaste tu cuerpo- Me decís con un atisbo de tristeza.

(Yo asiento con la cabeza y agrego una sonrisa, que más o menos, dice “siempre supiste que seria así y yo también…no es tan grave, es lo que elegí”).

Vos me devolvés la sonrisa, y el mundo sigue como si nada de lo que existió existe.

Sigue leyendo un poco más… “¿Que hacer cuando el mundo se ha descolorido? No queda mas que matar el tiempo”…ahí largue el libro a la mierda. Y me dije a mi mismo: basta con esto. Me puse a limpiar. Limpie toda la casa, me despeje de la manera más idiota posible, y por eso mismo más eficaz. Me senté a escribir para la facultad, me senté a continuar escribiendo mi cuento, al cual le agregue 2 asesinatos mas, estoy de un ánimo impecable para cometer asesinatos.

La cuestión es que matar el tiempo, debe ser de las cosas mas difíciles de todas, intente ver tele un rato, no hubo forma. Así que volví a La mujer rota. A esta altura del día, donde el sol naranja se refleja en las ventanas del edificio frente al mío, iluminando mi habitación de naranja y rosa, esa hora, que como bien sabes es donde mi sensibilidad se despierta en su máxima expresión, donde mis sentidos se abren a ese color de luz y cielo que tiene la claridad justa para traspasar un alma, a esa hora donde todo mi ser se vuelve un vidrio perfectamente límpido del que salen a toneladas las palabras y las sensaciones, a esa precisa hora… ya no quiero restituir tu mundo, sanarlo o arreglarlo, quiero deshacer el mundo. Recién ahora se cierra el círculo de sentimientos con el que comenzó el día, que ganas de deshacer todo.

En cuestión, volviendo al libro (a través del cual intento meterme en vos) llegue a la parte en que la madre se pelea con el hijo. Es increíble, sos vos. Es una biografía de tu personalidad, que me dejo anonadado. De esa parte, que sencillamente es genial, me quedaron resonando con mucha fuerza dos cosas. Ella completamente decidida a no hablarle nunca mas, se da cuenta de “Como va a faltarme”. Y en las líneas que siguen, nada dice sobre si lo va a extrañar, si va a poder aguantar sus ganas de verlo, si va a superar la falta de su amor…nada de nada…tan solo se pregunta: “¿Me acostumbrare a este silencio, al curso formal de todos los días que ningún imprevisto quebrara ya?”…es increíble, se pregunta por la cotidianeidad, lo que mas le preocupa es el día a día. Me puse inmediatamente a pensar en nuestra cotidianeidad. Qué tan grave seria para mí y para vos, más allá de extrañar, mas allá del dolor, del amor y demás…me pregunte como afectaría nuestra cotidianeidad. El resultado de hacer ese ejercicio fue terrible, me imagine una existencia tan pero tan monótona, tan vacía, tan pero tan aburrida, no tener que pensar en que hacer para sorprenderte, no tener a quien contarle las cosas que leo y escribo, no tener a quien mandarle un mensaje con la vida de un taxista (eso que solo vos en el mundo podrías comprenderlo y encontrarlo bello y perfecto), no tener para quien esforzarme en entender la música, en sentirla mas y mas cada día.

En cuestión, lo acertado del libro, me dejo sin palabras.

Pensaba terminar escribiendo la razón por la cual escribo todo esto. Es casi estúpida te diría, pero después de 6 meses de tener una persona a la cual uno tiende, se mueve, se inclina y se acerca constantemente, es inevitable de un día para otro dejar de hacerlo. Con lo cual estas palabras nacen de la inefable necesidad de continuar, continuar con lo que uno tenía y quiere seguir teniendo. De una forma distinta, completamente distinta. Pero con exactamente la misma intención con la que todos los domingos me sentaba en tu casa a charlar con vos, a contarte cosas. Acá estoy un domingo contándote cosas.”

Si “La finalidad del arte es darle a la vida algún sentido”, esa carta, esas palabras, jamás habrían a llegado a ser arte.

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