lunes, 21 de diciembre de 2009

Completitud

En un cuento sobre una murga, en la cual el tiempo parece marchar al revés, Dolina dice que ahí, “las historias de amor empiezan por el hastío.” Quiero en estas líneas, que siempre son una metáfora, una elipsis y un desvió de mi vida, nunca un retrato perfecto, no porque no quiera sino porque me resultaría imposible, porque estas mismas palabras en el momento en que se las escribe y se escribe mi vida, generan una disrupción, un efecto borroso que convierte la realidad de los hechos una en una irrealidad y entonces las palabras y los hechos se vuelven indistinguibles, con lo cual al final nunca se si mi vida serán mas mis hechos, que mis palabras; como decía, quiero en estas líneas refutar esa afirmación. Eso significa arriesgar una historia de amor donde no se termine en el hastío, eso seria tan simple y abrumadoramente complejo como contar una historia de amor con final feliz.

El miércoles comenzó con los signos de tortura bien marcado bajo los ojos. Sin abusar de la hipérbole diría que más de cinco días sin dormir decentemente, es sincero. A eso se suma un maratón de estudio inhumano, y un ejercicio constante de borradura de los trazos de la memoria. Para las cuatro de la tarde, cuando el suplicio y la agonía se habían convertido en una alegría y regocijo indescriptible, producto de haber rendido la ultima materia de la Licenciatura en Filosofía, me dispuse a relajarme, a desvanecerme en el vacio de los pensamientos, a suspender todo tipo de sinapsis posible. Para lo cual, elegí ver una película en la soledad de mi pieza (de la cual participan todos los transeúntes y choferes de Córdoba).
De la escasa oferta de películas me convenció “La suerte esta echada”, película argentina, que yo esperaba tuviese alguna reminiscencia a la maravillosa novela de Sartre que lleva el mismo nombre. A pesar de no tener ni una de esas reminiscencias, la película me resulto excelente. En ella, entre otras cosas, sucede una historia de amor. El enamorado, recurre a un profesor de tango para poder conquistar a la mujer en cuestión. Más que las enseñanzas bailaristicas (si se me permite el neologismo) se dan una serie de diálogos, de una sabiduría implacable.
Uno de los diálogos entre el Profesor y el Enamorado, y el que será la base de la refutación prometida, discurre de la siguiente manera:

-Profesor: ¿Cuantas mujeres tuviste en serio en tu vida?
-el Enamorado: Tres
-P: ¿Y como eran?
-E: Diferentes entre si
-P: ¿Seguro?
-E: Si
-P: Yo creo que en el fondo es siempre la misma. Porque es uno el que repite y repite, es muy difícil salirse de la repetición. Cambia el embase pero el esquema que atrapa es siempre el mismo. Si uno detecta la repetición, se corre, la deja pasar, y ahí safa. Ahí empieza a existir la posibilidad de que aparezca lo que es para uno de verdad. Con las minas o con lo que sea eh. La repetición es lo contrario a la evolución. Para evolucionar hay que aprender. ¿Alguna vez tuviste que aprender algo para acercarte a una mujer?
-E: No
-P: Parece que la vida eligió el tango para tu evolución.

Hasta segundos antes de esa escena, mi espalda había impuesto una hermosa tregua con el dolor, el cerebro efectivamente había interrumpido su actividad, y todo el resto del cuerpo se dejaba seducir por la gravedad frente a la cual la resistencia del colchón era una caricia. Pero las neuronas están enfrentadas hace años con mi voluntad, y jamás lograré ponerlas bajo mi yugo, con lo cual, la tranquilidad desapareció en un santiamén y las sinapsis explotaron por todo el cerebro, al punto de que pude sentir la electricidad recorriéndome el cuero cabelludo y como la piel en el punto de las sienes empieza a estirarse y querer expandirse conforme las ideas pasan de electricidad a materialidad. No tuve otra opción que ponerle pausa, tantear la lapicera y la libreta azul, y resignarme a que ese algo que habita en mi interior sembrara palabras y sensaciones por toda la hoja, que ahora, con sus matices racionales y sus bemoles temperamentales toman forma en este texto.
La idea, se presento concreta. Cosa que no pasa muy a menudo, y la razón estoy seguro, fue la precisión de ese dialogo, de esas palabras.
Los últimos días estuvieron cargados de esa certeza dolinesca, veía como poco a poco, sin poder ejercer control, ni orientar rumbo, un amor perfecto, se seguía diluyendo en el hastío, hasta borrarme todas las ganas de concretar ese encuentro que tanto deseaba semanas atrás. Opte por resignarme, como corresponde a estas situaciones, sepultar lo dicho, lo no dicho, lo hecho y lo pensado, y continuar. Tan sencillo como eso. Ni una palabra más. Nunca fui de los que se desprenden fácil, mas bien todo lo contrario, pero esta vez fue sencillo (seguro mas por su contribución que por la mía), pero para el martes, mi yo, con su sí mismo, y mi mí mismo estaban en armonía.
Las sensaciones que me había dejado esa escena, estuvieron en latencia hasta que hoy se me cruzo el libro de Dolina, ahí se dio la conjunción justa. No termine la frase para saber que estaba en desacuerdo, no todas, ni la mayoría de las historias de amor terminan en hastío, y la justificación, la presentación muy pintoresca de esa justificación, se trasluce al ritmo de un dos por cuatro.
El sentimiento de fracaso al final de una relación, es lo peor que a uno le puede pasar. La impotencia de ver como la ruptura entre dos, se multiplica en muchas rupturas al interior de cada uno. Ni siquiera se trata de un intento de recomponer esa ruptura, tan sólo, de darle un final, que no este teñido por las discusiones interminables, por los intentos de corroborar versiones dudosas del pasado, o por un distanciamiento capaz de borrar todos los rastros del amor dulce y alegre que se vivió. Es el miedo a que ese último desencuentro, esa última incomprensión, se lleve todo lo bueno, y lo sepulte para nunca más recordarlo ni reconocerlo. Ese miedo es el peor que me toco vivir. Me dispuse con fervor a revertir ese resultado, aunque sea, en mi mente.
Una sola pregunto basto “¿Alguna vez tuve que aprender algo para llegar a vos, para enamorarte, para enamorarte mas el tercer diecinueve que el quinto o el octavo? Las respuestas se agolparon, más que por las cosas que aprendí, por la oportunidad de ponerlas en practica: la igualdad, en todas sus facetas y consecuencias, entre el hombre y la mujer, el respeto por aquellas cosas que uno ni siquiera comprende del otro, el intento diario de comprender un mundo completamente distinto, el intento diario de disfrutar ese mundo completamente distinto mas allá de la incomprensión, los secretos de la música, los secretos de la mujer, tus secretos (por esas tres pasa un delgado hilo que hace que a medida que se entiende uno, se entienden mejor los otros). Tuve que aprender a confiar en vos y no en mí. Tuve que aprender a pedir perdón, muchas veces. Aprender a vivir eso que siempre había querido de amar sin orgullo ni competencias. Aprendí que el sexo se disfruta más cuanto mas lo disfruta el otro. Contrastar eso con mi pasado, me hizo saber que se puede estar con una mujer en la cama y estar sólo, y es horrible. Aprendí a preguntar “¿Qué te pasa?” sin el vacío retorico. Aprendí que sentir orgullo por el éxito de los demás puede ser mas reconfortante que el que proviene del éxito propio. Nunca pensé que podía sentir unos nervios tan lindos y enérgicos como los que se sentía al salir al escenario, hasta que por primera vez te vi cantar en un recital.
En fin, basta con decir que tuve que aprender a ser un hombre completamente distinto y más de una vez.
Lo más importante de todo, es que aprendí, y descubrí, que todo eso no se fue, ni con vos, ni con una ruptura, y no se va a ir jamás con ninguna mujer. Eso queda en mí y para siempre. Eso me hace una persona distinta, modelada y transformada al pulso de las cuatro manos de esa historia de amor, a eso no hay distancia, decepción o hastío que puede anularlo. En pocas palabras, para que una historia de amor sea feliz, feliz con unas mayúsculas enormes, basta que el resultado sea haberse convertido, ambos, en seres un poquito más completos, más justos, más entregados y más dispuestos, más capaces de reinventar, desarmar, destrabar y recomponer, esa unión que es el amor y que en el intento, ambos se hayan convertido en un poco más libres.

1 comentario:

  1. Me gustó, debo aclarar que coincidimos en gustos ( en la Suerte está hechada y Dolina), pero es importante destacar como logras tejer, tu historia.
    Sé que te vas de viaje. Te dejo algo que seguramente ya conocés.
    " El dolor sana, las mujeres dejan cicatrices, pero la grandeza, por más breve que sea se queda con el hombre" (de: Los Suplentes)
    Un abrazo y buen viaje. Sebastian de Santa Fe.

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