jueves, 10 de diciembre de 2009

El alma vibrando en una cuerda.


El tango dice “se me olvido que te olvide”. Durante un mes yo me dedique todos los días a acordarme de olvidarte. Lo hice magistralmente, con empeño y disciplina acordándome todos los días de olvidarte. Y hoy, después de haber hecho tu recuerdo carne durante dos horas, después de haberlo mentado tanto que se difumino entre mis partículas, hoy te olvide; lo hice como no podía ser de otra manera, recordándote con insistencia, con deseo, con pasión y dolor, con inseguridad, con contradicción y suplicio, y al final con alegría triste y dulce.

El proceso fue largo, primero vino una introducción con guitarra sola. Una melodía muy tranquila y calmada. Sobre las piernas sostenía dos libros y en la mano una lapicera que me clavaba en alguna parte del brazo cuando sentía que el cuerpo perdía materialidad.

El primer recuerdo fue tan obvio que paso desapercibido, el teatro, las luces oscuras, el sonido, la única palabra que conozco con dos “z”, todo eso tenía una reminiscencia tan clara a vos que no te pude palpar con precisión. Algo así como meterse en una pileta donde el agua es tu cuerpo. Estas alrededor, con unos limites definidos y finitos, pero inasible, resbaladiza, transparente, tocando la piel pero sólo de paso, el tiempo justo que tarda una gota en caer de mi flequillo hasta el pupo.

Cuando termino la introducción y se hizo el espacio para el aplauso, yo en honor a vos y a mi terquedad, escribí unas palabras en la oscuridad. Vos me hubieses retado y recomendado “escucha, abrí los poros y escucha”. Ese segundo de libertad, de travesura, fue un primer distanciamiento, un hueco que llene yo solito, sólo con mis ganas de hacer lo indebido.

Para cuando subió al escenario toda la banda ya contralaba a la perfección el movimiento de la mano izquierda que tanteaba en busca de tu mano. En lugar de buscar el espacio apretado y justo entre tus dedos me aferre fuerte a la madera. Esa dureza me devolvió la de mi mano, y la del brazo y la del cuerpo. Sentí mi peso sobre la butaca y me di cuenta que no había desaparecido, que todavía estaba ahí, acalambrado en la pierna izquierda, con el dolor de espalda persistente. Me sorprendí al caer en la cuenta de que no había desaparecido, todavía tenia cuerpo y tacto, y esa impresión desafiaba la sensación de vacio e irrealidad del último mes.

Durante el sólo de saxo tu recuerdo se fue y lo ocupo del mi hermanito. La imaginación tiene consecuencias difíciles de creer, pero yo puedo jurar que sentí orgullo sólo de imaginarlo.

Cuando la pareja de adelante tomo la cruel decisión de juntar sus cabezas, de apoyarse tiernamente la una sobre la otra, volviste. Tuve que ajustar con mucha precisión el ojo sobre los dedos que iban rápidamente de un lado para el otro por los trastes del bajo para distraerme del dolor en el cuello, que parecía rendirse a un culto desconocido por la gravedad. Nuevamente lo contuve.

Debo reconocer que lo que siguió fue una ayuda azarosa y poéticamente justa. Salió a escena la cantante. Y con el correr de los versos y las estrofas en ingles, que yo escuchaba en francés, me pude ir un rato a pasear. Caminaba por un puente en alguna ciudad galesa, donde me encontraba con un mago que intentaba convencer a una hermosa joven de que no saltara al rio. El paisaje tenía los imprevistos mediados por los golpes del piano. Para cuando llegaba al otro extremo del puente (la mano de la pianista había corrido fugazmente de un lado a otro produciendo un sonido estridente rematado con un golpe seco sobre dos La) la calle estaba completamente nevada. Y ya no estaba en parís, sino en Madrid. Ahí vos volvías a caminar de mi mano, y yo te miraba de reojo, como no queriendo asegurarme de tu presencia, pero indefectiblemente te sentía en mi mano, tirando para atrás para que no caminara tan rápido. El tema termino y te volviste a ir dejando mi cuerpo furiosamente inquieto en el asiento y la sangre trabada en las venas. Te volví a olvidar cuando el percusionista buscaba atormentar a los oyentes, sacudirlos para todas partes, hacerlos saltar en el lugar. Cualquiera que como yo hubiese estado recordando tiene que haber olvidado. Los platillos golpeaban con la seguridad del viento que sopla un árbol hasta tirarlo. Y con la violencia de un rayo directo a una neurona, sin mediación de cuerpo alguno. Ese fue el segundo quiebre. Podía escuchar por la yema de los dedos sin tenerte a mi lado, podía degustar un Mi sostenido de una flauta traversa tirado con indiferencia al publico (seguro era un Fa o un Re menor, para mi era tan seguro un Mi, como que en unas horas saldría el sol).

Tu tercera y última aparición fue a mis espaldas. No se con seguridad si estabas en las filas de la izquierda casi al final de la platea o en el segundo palco al fondo. Lo que si se es que me mirabas y pensabas: “Parece una imagen congelada en el tiempo. El espectro de los reflectores azules sobre el escenario le da ese color pálido, inmóvil. El pelo siempre perfecto, alineado con las cejas desde la oreja hasta los ojos. Tu perfil parece el de una pintura de crayones con muchas rayitas horizontales de tonos marrón y bordo. No siento culpa de sostener otra mano Manu (me decís con sinceridad), lo que tengo ahora vos no me lo podías dar, no porque no quisieras, simplemente por que no podías entenderlo, mucho menos reproducirlo. Te enamoraste tanto de tu forma de amarme, que te olvidaste de amarme, a mi. Siempre tan preocupado por las formas vos. Es raro, te miro tan distante, tan lejano, tu amor todavía esta tibio y para mi es como si estuvieras en el otro extremo del mundo. Pero te repito, tampoco siento lastima, es tan lindo verte ahí, sumido en tu sensibilidad, abandonado a tus reflexiones, llevado por tu pensamiento que te gobierna en cada milésima de segundo de tu vida. Tal vez ahora estés pensando en mi, ¡va, que digo! Seguro estas pensando mí. Pero a pesar de estar sólo sentado ahí, estas exactamente igual que cuando estabas conmigo. Es bueno saber que estas, que seguís ahí, y que mucho tiempo mas lo vas a estar”.

Cuando termino de pensar la frase se rompe el hechizo, me doy cuenta perfectamente de la ingenuidad que encierra. Ella perfectamente podía haberlo pensado exactamente con esas palabras. Pero yo no estaba congelado, yo me había ido. Y lo que quedaba ahí sentado inmóvil, no era su recuerdo, sino el mío. Me di cuenta que me extrañaba a mi amándola, a mi haciéndole caso, a mi escuchando sus retos y consejos, a mi besándola, besándola, besándola.

Durante el último tiempo había sentido vergüenza de extrañarte, me cuidaba de no nombrarte ni escribirte. Y sin embargo hacia todo lo que habíamos planificado hacer juntos que nunca hicimos. En ese mes fui dos veces al teatro, tres a ver conciertos, dos a 990, cuatro veces a ver muestras de pintura y fotografía. Más de quince veces salí a caminar sin rumbo. Ahora me doy cuenta que vivía clavado a tu recuerdo, como si nunca te hubieses ido y yo te paseaba de la mano por todos esos lugares. Me harte de ver películas argentinas, películas viejas, películas incomprensibles y en todas me venían miles de charlas con vos. Durante un mes todo lo que me paso, me pasó para compartirlo con vos, hasta bese otras mujeres pensando en vos.

Pero el quiebre llego. En paralelo a todos esos pensamientos, la banda ya casi finalizaba y yo no podía dejar de alegrarme por lo acertado que había estado en ir a ese concierto. Estaba completamente fascinado con la mezcla de la batería a toda marcha y el saxo desesperado tratando de seguirla en una cadena de retorcimientos del músico que hace creer que los sonidos salen de sus costillas y no del instrumento. Durante el resto del espectáculo me fui diluyendo en el terciopelo rojo, iba y venia con las trompetas, volvía a viajar a Grecia cuando ella cantaba y a Manhattan cuando él cantaba. Caminaba por el mundo, me enamoraba de una chica con boina, le hacia el amor varias veces y en segundos me olvidaba de su nombre, me perdía en bares y disertaba en congresos. Recorría el mundo a tropezones, meditaba en un desierto en Marruecos y escribía un poema en Venecia. Fumaba marihuana en canto blanco y corría desnudo por una playa a toda velocidad para saltar al mar. Estaba vivo, impecablemente vivo. Desbordaba energía, la misma que los tres saxos, la trompeta, el bajo, la batería, el piano y el coro en el tema final. Estaba perfectamente fundido con la electricidad de los instrumentos, que me descargaban una y otra vez golpes de vida. Salí extasiado, feliz, colmado de recuerdos guardados en un hermoso rincón de mi pasado. Me prendí un pucho y camine sólo hasta el departamento. Infinitamente sólo, pero colmado de felicidad y de mi compañía. No había nadie que caminara de mi mano, ni una sombra ni un recuerdo. Escuchaba el ruido de mis pasos y el ruido del mundo todo que se había convertido en mi nuevo amante. Y con él a partir de mañana haríamos el amor todas las noches y todas las mañanas, bajo todas las lunas de occidente y todas las de oriente.

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